De tradiciones milenarias

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Por María Luisa Miretti

“El país imaginado”, de Eduardo Berti. Emecé. Buenos Aires, 2011.

Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) ha sido galardonado con el Premio Emecé 2011 por este libro que se desliza entre los avatares de una familia china, que avanza y se consolida entre las costumbres y las tradiciones milenarias.

En la voz de una adolescente a la que vemos crecer según los mandatos heredados-, accedemos a un mundo de fantasías e invenciones habitadas por el amor, el ensueño y el deseo de resolver ciertas cuestiones pautadas de antemano por la familia: el casamiento acordado entre familias, el vendaje de los pies, la escritura de las mujeres, quienes se comunican en código a través de los bordados de los pañuelos, los compromisos con los muertos, las supersticiones hablar con los muertos, soñarlos, pedir consejos y mantener fuertes diálogos con ellos durante la vigilia y el sueño, los acuerdos y los casamientos póstumos (entre el o la muerta y el o la viva).

Este cúmulo de situaciones acompañadas por rituales, gestos, acciones, formas de ser y de actuar constituye la materia prima con que se estructura la novela, conformando tal como reza el título- El país imaginado. No alude al ansiado por el célebre poema de W.H. Auden (“Funeral blues”: “Detened todos los relojes...”) , sino al nexo, a la relación entre la vida y la muerte, ya que las almas se comunican a través de códigos específicos entre el que sueña y el soñado, aunque como bien se destaca “El soñado es el que ve”.

El clima generado por estos pasajes al final de los capítulos o entre medio- le confiere un tono y un ritmo especial que imprimen a la obra una delicada y especial estética. La poesía se desliza entre los párrafos, entre las observaciones, los temas y modos de expresión. Por momentos, se observa cierta influencia cervantina, propia del Siglo de Oro Español, en los rodeos perifrásticos, en los circunloquios que enmarcan bellamente las introducciones o determinadas presentaciones, que lejos de representar expresiones milenarias- reproducen bellamente la mejor entrada: “Cuando el primer sol del nuevo año alcanzó su punto más alto, no nos halló desprevenidos...” “El primer día del nuevo año...”- “... luego del amanecer habíamos consagrado las primeras horas, las horas de las sombras largas, a visitar...”.

Los sucesivos hechos que acontecen como consecuencia de ciertas rivalidades y enfrentamientos marcan las diferencias entre castas y permiten disfrutar las actitudes de ciertos personajes: algunos se resisten a los ritos funerarios casarse con la difunta-, al cambio de costumbres los colchones, las sábanas, los libros-, a búsquedas milagrosas encontrar una yunta para que el mirlo retome el canto-, las plantas, la naturaleza, la educación, el acceso a la lectura y la escritura, es decir, un mundo cultural extraño o alejado del pensamiento occidental, pero de enormes sorpresas.

Sin embargo, los contrastes golpean fuertemente sobre las decisiones patriarcales: si bien se sostiene que las mujeres sólo se embellecen rodeadas de amigas, son los patriarcas quienes finalmente toman la impronta.

Los mensajes que se escribían, bellos y poéticos, eran quemados y lanzados a ese país imaginario, en la seguridad de que las almas podrían recepcionar los gritos de auxilio o las extrañas sensaciones que no se podían compartir porque no estaban autorizados.

Familias enteras moviéndose al ritmo de tradiciones profundas, respetadas a ultranza, con la única finalidad de sostener ese “país imaginario”, fuente nutricia capaz de conciliar una boda, un funeral y las tradiciones milenarias.