EDITORIAL

Viejos y nuevos modos de lectura

La difusión de las nuevas técnicas audiovisuales, la computadora y particularmente la presencia masiva de internet han dado lugar a que se considere que el libro como formato tradicional de lectura corra el riesgo de desaparecer. A favor de esta hipótesis se sostiene que la cultura audiovisual ha empobrecido el lenguaje de los jóvenes, lo ha reducido a un vocabulario mínimo y la lectura ha sido desplazada por esta suerte de zapping que se hace a través de twiter, facebook y otros recursos.

 

La información de que en la Argentina -por ejemplo- sólo cuatro millones de personas leen, mientras que los restantes treinta y seis millones se informan a través de la televisión o directamente a través de un lenguaje oral cada vez más empobrecido, parece contribuir a fortalecer la hipótesis de que los adelantos tecnológicos en lugar de constituir un progreso, en cierto sentido representan un atraso. Un atraso preocupante, porque en un mundo donde el conocimiento es clave para estar a la altura de los nuevos cambios o en un régimen político democrático en el que la información es decisiva para participar, la ignorancia en cualquiera de sus variantes conspirará contra el logro de estos objetivos.

Sin embargo, no bien se presta una atención más reflexiva a los nuevos fenómenos, se observa que ciertas afirmaciones merecen por lo menos relativizarse. En principio, nunca ha sido una buena fórmula oponer -por ejemplo- el libro a la computadora, como no lo fue en su momento oponer la radio o la televisión al libro. Lo ideal es la integración de los nuevos adelantos con aquellas tradiciones que han probado ser valiosas, combinación que amplía el espectro expresivo. De lo que se trata es de ejercer sobre las nuevas generaciones una labor educativa que permita una actitud reflexiva ante los objetos de conocimiento y, en el caso que nos ocupa, alentar y estimular el hábito de una lectura meditada e inteligente.

Internet, los medios audiovisuales, el libro digital, ya están incorporados a nuestra vida cotidiana y luchar contra ellos en nombre de la tradición es una batalla perdida de antemano. Lo enseñan la experiencia y la realidad cotidiana.

En tiempos de Gutenberg, las crónicas registraban las tribulaciones de los padres con los hijos que se ensimismaban en los Iibros y perdían contacto con la realidad. También abundan relatos de los riesgos que implicaban la radio y la televisión.

Sin embargo, la resolución más sabia fue la integración, la asimilación de las nuevas tecnologías, sin rechazos pero sin sometimientos; y, mucho menos, endiosamientos que remiten a alienantes ritos paganos. Hace décadas el filósofo Walter Benjamin sostuvo que todo objeto de civilización es al mismo tiempo un objeto de barbarie. Depende de la sabiduría de los mayores, de una clase dirigente abierta al futuro pero comprometida con los valores que funcionaron en el pasado, que las prácticas civilizatorias se fomenten y la barbarie se reduzca a su mínima expresión.