A PROPÓSITO DE LA INCIDENCIA DE LO ACCIDENTAL

En los intersticios

Estanislao Giménez Corte

[email protected] http://blogs.ellitoral.com/ociotrabajado/

I

El profuso anecdotario sobre las cosas que ocurren en los medios de comunicación y que no “salen” al aire podría llevar, si algún día se hiciera público, a su extinción... o bien a la filmación de un reality a propósito. Lo episódico, lo anecdótico, el rumor de pasillo y demás imprudencias y deslices forman parte de una melange que tiene su epicentro en lo que ocurre en los cortes. Lo que sucede en los intersticios, entre dos planos, uno de premeditada exposición -lo que se transmite- y uno de aparente privacidad o reserva -lo otro- daría volumen, de conocerse, a una suerte de show bussines de la imprudencia, complejo y seguramente improcedente, pero exquisito en su desmesura.

Se dice, desde siempre, que lo mejor de cualquier programa de TV es lo que no se ve. No sólo por ser políticamente incorrecto o imposible de dar a luz pública por decadente o escatológico, sino porque en los cortes, cuando la intangible norma de lo decible y/o de lo mostrable cae o se disipa, cuando la luz catódica deja paso a las cosas que suceden fuera de ella, cae la máscara -diría un crítico teatral-, lo inesperado aflora y torna espontáneo, a veces, lo que recién nomás parecía prefabricado y forzado. Habrá quien asegure, con alguna humorada o ironía, que habría que hacer directamente un programa sobre los cortes, porque allí está la esencia de la cuestión, o al menos la esencia televisiva, si tal cosa existiese. Hay, si se me permite recurrir a un término utilizado en la Ciencia Política, una honda inadecuación entre lo que se expone y lo que realmente sucede. Pero eso es la lógica del medio, se me dirá, a no ser porque la lógica del medio es siempre mostrar, a cualquier costo, cualquier cosa. ¿Y entonces qué hacer -se preguntará algún programador-, cuando lo mejor está fuera de lo registrado y se derrumba por sí mismo el ansia de mostrar el impacto?

Aquí, claro está, nos involucraríamos en temas relativos a la privacidad de las personas (privacidad que ha sido demolida, y voluntariamente aceptada, en los realities). Pero también hay otra cosa: si ese aspecto privado se muestra voluntariamente, aquello deviene previsible y aborta lo buscado (lo espontáneo, lo inesperado) porque existe, de base, una predisposición a mostrarlo.

II

Podríamos pensar, por derivación, que lo más interesante de cualquier acontecimiento público -una presentación de un libro, un acto político, una muestra de una artista, una entrevista- sucede en los márgenes, afuera, al costado, debajo de lo que finalmente vemos, de lo que se publica, de lo que se da a la difusión. Decía García Márquez que se formó como periodista en las tertulias de madrugada. En las redacciones se multiplican conversaciones, polémicas, discusiones, que podrían hacer empalidecer, por fuerza, por potencia expresiva, por originalidad, lo que finalmente se publica. ¿Adónde va esa riqueza que corre por fuera de estructura alguna que pueda captarla y utilizarla para algo, aunque más no sea para recordarla en su plenitud? Va a ningún lado, me respondo: a la memoria de unos pocos. El problema es que no sabemos cuándo se generará ello. Surge de súbito como una palabra extemporánea y dura nada, pero rompe con su efecto lo que podría haber producido cualquier otra cosa premeditadamente diseñada.

III

¿Qué sucede, entonces, en los márgenes de los eventos públicos, en lo que pasa detrás? Quizás los protagonistas se desembarazan del traje de gustar al otro, deponen las armas de agradar, dejan de decir las cosas posibles y decibles, de mostrarse impertérritos y elegantes, o por lo menos digeribles ante esa entidad atemorizante y anónima que es el público. Quizás, al salirse de la norma, al estar fuera del aire, al salir del escenario, unos y otros abandonamos el rictus severo que nos impone nuestro propio mecanismo inhibitorio (nuestro temor, bah), actuamos menos rígidamente y el tiempo no parece aletargarse como el lento golpe del martillo sobre el yunque.

Pero amén de ello, podría pensarse, expansivamente, que cualquier cosa, en las circunstancias más disímiles, no sucede cuando hay una estructura preparada y aguardando que ello suceda: los novios generalmente no disfrutan de sus casamientos; flaco favor le hacen a grandes libros soporíferas conferencias de presentación; ideas revolucionarias nacen, no cuando el sujeto se halla envuelto en pergaminos y papeles, ni cuando se dispone a hablar en la plaza pública, sino en un sueño, o al caminar por una plaza, o al escuchar un viento cualquiera en una tormenta menor. Vaya paradoja, empero: esos pequeños hallazgos producidos en los márgenes, esas íntimas revoluciones o descubrimientos, en muchos casos, son los que justamente llevan a que luego éstos sean presentados en eventos públicos: allí seguramente el sujeto a exponer sabrá que apenas podrá repetir lo que se le ocurrió en un instante de Eureka, inesperadamente, bellamente. Y buscará las cosas que sucedan en los márgenes como a la verdad revelada, ya que su situación de aquí y ahora, frente a las luces, se le asemeja a una suerte de tortura menor a la que hay que rendirse temprano o tarde. Una historiografía de las cosas que suceden fuera de esas estructuras, un acopio de los instantes que asaltan de súbito al testigo y al protagonista, imposible de hacer lógicamente, mostraría la importancia irreproducible, no ya del azar, sí de los oscuros mecanismos que intervienen en las cosas y en las gentes. Ideas, palabras, gestos, propuestas que suelen presentarse, no en los lugares preparados para tal fin, ni en los momentos organizados para tal fin, sino en recónditos instantes en que, presos de lo accidental, de lo inmensurable, de lo inexplicable, de lo raro, de lo delirante, de lo imposible, estallan las cosas en las manos de las gentes, caen absurdamente cuando no deberían, muy antes o muy después, muy a contracorriente, muy distintas, muy otras. Y no sabemos cómo hacer para conservar algo de esa magia, porque cae en las manos como agua.