El desierto de los tártaros

La autora nos presenta una mirada al paisaje humano de El Chiflón, Ischigualasto y Talampaya.

TEXTOS. GRACIELA PACHECO DE BALBASTRO. FOTOS. el litoral.

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El desierto de los tártaros

El Lic. Felipe Cervera escribió hace un tiempo para El Litoral la “summa” de lo que es Talampaya e Ischigualasto y con la generosidad que lo caracteriza nos transfirió sus experiencias y su mapa de ruta para llegar preparados al descomunal paisaje. Pero no hay caso, cada viajero ve y descubre según sea lo que su propia memoria, lo que sus propias vivencias le cuentan.

En esta oportunidad, ya que tomábamos el horizonte como meta, para ser dueños de nuestros días y dejar que los ojos se depositen tanto tiempo como ellos quisieran en el parque y los cañones, el viaje lo hicimos en el auto, devorando las distancias y los paisajes de esta Argentina interminable.

Como sabíamos que la región a visitar es un misterio provocativo para toda clase de estudiosos (lingüistas, geólogos, paleontólogos, biólogos...), destinamos un día para cada una de las citas con ese mundo, que estuvo escondido a los turistas hasta no hace mucho.

Fue así que buscamos dónde alojarnos los tres días destinados a conocer el Cañón El Chiflón, Ischigualasto y Talampaya. Y pernoctar en Los Baldecitos, ese pueblecito que está a horcajadas entre San Juan y La Rioja, nos descubrió otro valioso paisaje: el de su gente.

METÁFORA DE VIVIR CON ESPERANZA

Cuando ya estábamos en ese paraje casi desierto y definitivamente desértico, donde el mundo mineral es el que impone su reino a la mirada, mirada que debe multiplicarse para abrazar la inmensidad, encontramos a un matrimonio artesano, guía él, tejedora ella, preparadores de comidas para los viajeros, que habían construido el típico salón con materiales de la zona y en donde ofrecían todo lo que el ingenio puede extraer de esa región lunar: tallas en madera, trozos de rocas llamativas, estatuillas de dinosaurios apabullantes elaboradas con la semilla del “cuerno del diablo” (Ibicella lutea) planta que muchos clasifican como carnívora. Y fue allí donde la dimensión de la espera eterna comenzó a revelárseme. Las páginas de “El Desierto de los Tártaros” comenzó a metamorfosearse con esas vidas, con esos proyectos de crecimiento, de esperanzas, en las que la presencia de turistas (en número mayor la de holandeses, deseosos de conocer el país de Her Royal Highness Princess Máxima of the Netherlands) da un respiro y cierto sentido a la espera.

“El desierto de los tártaros” es la novela que catapultó a la fama a Dino Buzzati. Es la escritura del absurdo, es el suspenso que engaña al lector si se deja atrapar por lo que acontece sin que nada suceda. La nada que pasa es el “tempus fugit” que se pierde como agua volcada al desierto. Es la vida en una espera kafkiana para que llegue el momento de la gloria: el asalto de los tártaros a esa fortaleza erigida más allá de toda inutilidad.

Sobre las murallas, la vista atenta de los guardias se pierde sin que ese día tampoco lleguen los tártaros. Tártaros: metáfora del vivir con esperanza, con proyectos, cuando en realidad es una vida que grano a grano de arena la dispersa el viento.

EL CHIFLÓN

Un crítico escribió sobre la novela italiana: “la progresiva resignación ante el estrechamiento de las posibilidades vitales de ‘realización’, la frustración de las expectativas de hechos excepcionales que cambian de sentido la existencia. En este relato de una vida gratuitamente fijada en la enervante espera y paulatinamente corroída por la cotidianidad y la nostalgia, el paisaje alcanza la dignidad de protagonista como símbolo de todas las dificultades terrenales”, y nunca fue más cierto, jamás una historia sin historia se me hizo más carne que recorriendo la zona del Cañón El Chiflón. Allí conocimos a uno de los tres guías autorizados para recorrerlo y custodiarlo. Pero la provincia de La Rioja no paga esos sueldos. Los guías deben subsistir de sus habilidades y de la tarifa que cobran al turista. Y la sensación de que los tártaros jamás arribarían para darle sentido a ese transcurrir y a ese esperar no se diluyó.

Antes de este viaje había leído que allí, en toda esa región, “las temperaturas casi extremas predominan tanto en verano como en invierno. Son frecuentes las sensibles variaciones de temperatura durante el día, y con respecto a la noche las diferencias son notorias. Los veranos son calurosos, con máximas que pueden superar los 50º C al sol, e inviernos con mínimas absolutas de -7 a -9 º C bajo cero. /.../ La radiación solar es intensa. Los vientos soplan durante todo el año /.../ siendo el Zonda uno de los más violentos. Es un territorio más parecido al Planeta Rojo que a la Tierra.”

Y no hay agua. El camino y las pequeñas instalaciones viborean entre La Rioja y San Juan. Más de una vez el viajero pregunta, por ejemplo, al comprar el pan casero ¿Dónde estoy? ¿San Juan o La Rioja? Y una provincia es la que reparte el agua en cisternas cada tanto y la otra lleva la luz.

Entonces la mirada anhelante otea el horizonte, tratando de adivinar a los tártaros entre la nube de arena. Pero no, allí los ojos van recorriendo el camino que debe hacer la cisterna para proporcionarles el agua vital.

Pero la fortaleza que da sentido a esta espera se llama Ischigualasto, nombre de origen diaguita, que significa, “Sitio en donde no existe la vida o lugar de la muerte” o Talampaya, que en idioma kakan significa Río seco del tala, o Chiflón, porque cuando es el viento sur el que sopla y chifla entre las oquedades de las rocas, parece que son las ánimas en lugar de los tártaros, las que han llegado al paraje.

Aquí también hay que saber escuchar lo que “Las piedras vienen contando” (*). Si el viajero se percata de la historia que narran los roquedales con sus atrevidas formas, ellos entonces permiten conocer la novela escrita durante todo el Triásico al sur de la Pangea.

CORREDOR GEOLÓGICO

Este sitio tan emblemático dentro de la oferta turística de nuestro país es único en el mundo. En ningún otro punto del planeta existe un corredor geológico que conserve todas y cada una de las capas formadas en ese período, lo que lo convierte en paraíso investigativo para geólogos, arqueólogos, etc. Estos parques contiguos albergan el conjunto continental de fósiles más completo del mundo correspondientes al Triásico, el periodo geológico que se inició unos 250 millones de años antes de nuestra era. “Las piedras vienen contando” que Talampaya, por ejemplo, es un sobreviviente que tiene para narrar la división del supercontinente Pangea

En esta galería en depresión de la era mesozoica, Ischigualasto es sanjuanino y Talampaya, riojano, durante el período triásico, un paraíso tropical.

Ischigualasto y Talampaya han sido hermanados por la historia geológica del planeta. Es el único (y reitero) sitio que exhibe el devenir completo, capa sobre capa de los sedimentos continentales de Periodo Triásico de la Era Mesozoica. Por ello tiene el respaldo de ser Patrimonio de la Humanidad. El Triásico es el primero de los períodos en que se divide esa era.

Esta cuenca de 5.000 km2 es testigo también del fuerte choque de placas tectónicas que provocó el afloramiento de la Cordillera de los Andes.

Y ahora también es testigo, vigilante erguido y silente, de esas vidas personales, que por el misterio de la fuerza del ser humano, estas personas reciben con alegría, atienden amorosamente, estudian, hacen proyectos; y uno siente que tal vez sí lleguen a esa fortaleza los tártaros, pero ya no serán los enemigos, pues ese grupo de queribles personas tendrá la sabiduría de convertir al enemigo en amigo. Como tal vez ya lo han hecho con el paisaje.

(*) “Las piedras vienen contando”. Libro de Graciela Pacheco de Balbastro, publicado por la Editorial Alsina, Buenos Aires y como E-book por Amazonia

LOS BALDECITOS

En Los Baldecitos, aunque sea poblado tan pequeño, el turista encuentra albergue cómodo, limpio y un lugar donde comer exquisiteces.

Hilando, coloreando, tejiendo, siempre hay una Penélope. En este caso, su esposo la acompaña en habilidades y trabajo.

Paisaje dentro del Parque Ischigualasto que le da el nombre castellano de Valle de la Luna.

Valle de la Luna es este inmenso fragmento que recuerda al paisaje lunar, pero sólo es uno de los paisajes que integran el Parque Nacional Ischigualasto.

Conmovedor desierto en Ischigualasto. Las ramas retorcidas parecen evocar las osamentas dispersas en las rutas colonizadoras. ¡Ah! Infaltable: la cancha de bochas.

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En ningún otro punto del planeta existe un corredor geológico que conserve todas y cada una de las capas formadas en ese período, lo que lo convierte en paraíso investigativo para geólogos y arqueólogos.