El difícil arte de secar el baño

Entre las cosas ominosas, oprobiosas, rabiosas y otras osas, se encuentra el secado del baño después de bañarte. Bañarte ya implica un acto de arrojo, literalmente: arrojo de agua para todos lados. Y eso después hay que secarlo. Esta es la típica nota en que todo está tan mal, que lo que toques, salpica.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

 

Hay que gente que toma con naturalidad eso de agarrar un palo y trapo de piso o la toalla que terminaste de usar y con esos elementos procede a secar el baño. Pero para otros, secar el baño, es un suplicio, una tarea ingrata, un acto innoble. No hay consuelo ni explicación posible: filosóficamente hablando, si mojás, debés secar. También en materia de seguridad, el secado es indispensable: te podés resbalar y pegar un porrazo importante. Puede actuar de aliciente el grito destemplado de tu mujer, instándote amablemente para que de una vez por todas, haragán de miércoles, seques el baño porque ella, tu mujer, no es una esclava y no tiene por qué secar lo que vos mojaste. Y si no lo hacés no vas a mojar nunca más, metafóricamente hablando.

La solución para no mojar todo cuando te bañás, pasa por un mampara, una cortina o alguna de esas soluciones, no todas fáciles o económicas y ninguna ciento por ciento efectiva.

Para colmo, hay distintas técnicas de salpicado o mojado integral.

Por ejemplo, si la ducha cae en tu cabeza, depende de la cantidad de pelo que tenés o no. Se genera un salpicado no tan expansivo, pero ocurre a máxima altura, con lo cual el efecto cascado genera rebote en el piso y moja zócalos y mosaicos varios.

Tenés la ducha pancera (ya se trate de una panza porronera, guisera o cualquier panza que fuera) y el rebote es directamente proporcional al volumen abdominal del bañista: el agua describe una parábola desde la ducha y es reconducida por la panza hacia tantos lugares como oscilaciones panzísticas tenga la persona. Es casi como lavar un plato: si no ponés cuidado, podés tirar agua para cualquier lado.

Después tenés la espalda: jodido medir la capacidad de salpicado de tu alta retaguardia, pero es seguro que se genera un rebote de altura que alcanza al bidé y al inodoro por lo menos, y deja abonado -húmedo- el terreno para que otros desprevenidos se sienten y comprueben que el baño no estuvo enteramente secado y que algún desaprensivo de la familia, conspira contra el normal desempeño de las más variadas e íntimas acciones dentro del baño.

El secado, una chanchada, tanto puede y debe dirigirse hacia los pisos, los otros artefactos del lugar, los azulejos y el maldito espejo, que se transformó en una cosa brumosa en la que nada puede reflejarse, un antiespejo, en realidad. Además, quienes protestan argumentan con razón que es antinatural mantener seco un ámbito caracterizado por el agua y la humedad.

Yo he sabido de padres capaces de sobornar a sus hijos para que sean ellos, a cambio de una propina generosa, el préstamo del auto o la cesión del control remoto por horas, los encargados de secar lo que mojó su progenitor.

Y sé de otros y otras que especulan, en el turno familiar de bañado, y evitan el último lugar que obliga al secado, con el agravante de que allí se conjugan los diferentes estilos de salpicado de toda la familia.

He sabido también de tipos que adoptan jodidas y peligrosas posturas para evitar salpicar, o se bañan sólo parcialmente a sabiendas de que determinados giros, determinados enjabonamientos, ciertos enjuagues, provocarán inevitablemente dispersión, aspersión, desparramo de agua y mayor mojado externo. Así que se bañan un poquito, rápido, polacamente, sólo par ano mojar. Y así, ni mojan paredes ni pisos, ni tampoco sus cuerpos...

Y nos vamos yendo, nomás, despacito, no sin antes secar el piso. Así que acá la cortamos, antes de que empiece a las patinadas.

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