En Familia

La revolución del amor (II)

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Rubén Panotto (*)

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Toneladas de papel y tinta se han consumido a lo largo de la historia, para expresar dignos sentimientos y nostalgias sobre el amor. No hay dudas de que el amor es un misterio en la vida, que no responde a simples explicaciones ni obvias razones, pero está allí, existe, para darle sentido al esfuerzo y al dolor, a la fe y la esperanza. Es un misterio que nos ha sido concedido, que trasciende nuestra voluntad e imaginación, para transformar y multiplicar la vida, para redimir y corregir fracasos, y finalmente para doblegar y triunfar sobre el aguijón de la muerte, porque el amor nunca deja de ser, porque tiene el poder de trascender el tiempo y hacerse eterno.

Amores que matan

Se trata de una expresión que repetimos desde siempre, sin discernir el porqué de su uso permanente y hasta popularizado. Generalmente y con escasa responsabilidad, lo aplicamos a la creciente violencia de género, que arrasa las vidas de niños, mujeres, familias y comunidades enteras. ¿Quién no escuchó o presenció una fuerte discusión entre una pareja de vecinos o familiares en la que los agravios verbales se transformaron rápidamente en violencia y maltrato físico? Así, la violencia contra la mujer, en el año pasado provocó en nuestro país la escalofriante cifra de 282 muertes, según datos del Observatorio Adriana Maricel Zambrano, de la Asociación Civil La Casa del Encuentro. La magnitud de este problema no se soluciona solamente con buenas y bien redactadas leyes, ya que se trata de complejos patrones culturales, sociales, psicológicos y espirituales, fuertemente arraigados en la vida de las personas y las instituciones. Es importante tener presupuesto para construir refugios, asistencia psicológica, jurídica y protección de la fuente laboral de las víctimas; no obstante con esto estamos, como es costumbre, tratando las consecuencias y no los orígenes de “los amores que matan”.

Un tema de todos

¿Por qué hablamos de una revolución del amor? Porque no es un tema femenino ni de feministas. Porque el “moobing” o acoso laboral está haciendo estragos en personas en relación de dependencia y no es un problema exclusivo de los hombres. Porque es un problema de todos y la solución nos involucra a todos. El amor no mata, lo que mata es la indiferencia, el no te metás.

La ley de protección a la infancia obliga a los ciudadanos a informar hechos de violencia y abuso contra los niños. El entorno familiar y sus amistades generalmente encubren deliberadamente los hechos de violencia familiar, de manera que esa actitud es la que debemos cambiar drásticamente; esto es: un cambio importante, rápido y repentino como lo define una verdadera revolución.

Pareciera que nuestras mayores preocupaciones están en las grandes amenazas a nivel mundial como el hambre, el desempleo, el cambio climático, la guerra, las drogas, etc. Estos y muchos otros azotes son externos y hasta desproporcionados a nuestra pequeña y efímera participación, no obstante las calificamos como destructivas amenazas porque influyen para perjuicio de las personas. Como ejemplo las drogas, no cobrarían sentido si no hubiese individuos vulnerables que las consuman. Reflexionando llegamos generalmente a la conclusión de que somos los seres humanos quienes no estamos preparadas para enfrentar las dificultades de la vida. Es la persona que no se reconoce como un ser biológico también intelectual y espiritual, que no se valora, que no tiene amor propio. Mucho se habla de la falta de autoestima, sin identificar que ésta nace y crece en el amor propio. Nadie que no se ame a sí mismo estará en condiciones de amar y ser solidario con los demás.

Dispuestos al cambio

Entonces, ¿por dónde se inicia esta revolución? La propuesta es simple y sencilla, es inmediata y repentina, porque comienza con cada uno/a dispuesto/a y responsable al cambio. Educarnos para educar, formarnos como personas con valores para impartir a los demás el poder del amor, desde nuestros lugares como padres, maestros, médicos, enfermeras, como adultos responsables y comprometidos en formar personas de bien. Cuando asumimos nuestro rol de protagonistas, cuando vivamos un estilo de vida fundamentado en el amor, estaremos haciendo nuestro aporte invalorable para esta y futuras generaciones.

Nuestros niños, nuestros adolescentes y jóvenes, nuestros hijos, cuando adoptan actitudes violentas aun contra sí mismos nos están reclamando nuestro ejemplo y compromiso. El amor es lo más precioso que tiene la vida, pero ¿dónde encontrar esa escuela o facultad que nos capacite? Quizás la respuesta para muchos es obvia: está en la familia, en el hogar donde nos entrenamos, donde hacemos fajina para derrotar el odio, el rencor, la falta de perdón; donde acordamos apostar al amor verdadero, el que cambia a las personas desde adentro para compartirlo afuera, para derrotar la indiferencia y el no te metás que se cobran miles de víctimas cada mañana.

En la primera carta que escribió el apóstol Juan, les declaraba a los primeros cristianos: “En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también debemos entregar nosotros nuestra vida por nuestros hermanos”. ¿Aceptamos el desafío?

(*) Orientador Familiar