“Freddie” en el Centro Cultural Provincial

Mujeres ardientes e incultas

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Hernán Piquín en su magnífica labor, rodeado de un equilibrado elenco y una puesta en escena de calidad poco frecuente. Fue largamente ovacionado, tras los percances padecidos con parte del público asistente. Foto: Flavio Raina

Roberto Schneider

Noche fresca y agradable la del viernes en Santa Fe. Muchísima gente haciendo cola para ingresar a ver “Freddie”, en la Sala Mayor del Centro Cultural Provincial. Con precisa inteligencia, la directora del organismo y su personal abren las puertas para que la gente pueda protegerse del fresco y también para ordenar el ingreso. El público, integrado en su mayoría por chicas adolescentes (otras no tanto) ingresa con rapidez, y todo el mundo se acomoda para que la función comience. Vergonzosamente, el ataque a los artistas está por comenzar.

Antes, por los parlantes, se solicita -no una, sino varias veces- que por favor no se utilicen celulares o máquinas para sacar fotografías, debido a que los bailarines se desconcentran y, sobre todo, porque pueden generarse inconvenientes técnicos. El mismo Hernán Piquín, con micrófono en mano, le ruega al público que por favor no saque fotos. Exactamente a las 21.10 comienza la función. Primer gesto de mala educación: aplaudir a los bailarines cuando cada uno de ellos va ingresando a la escena. Hace muchísimos años que se sabe que no es necesario, que debe aplaudirse sobre el final de cualquier propuesta escénica, ya sea teatral, operística o musical.

La historia que se baila, se cuenta y se interpreta -terrible, dolorosa, angustiante, demoledora y magnífica- sigue su itinerario de mayúsculo dolor. La primera secuencia, la de la muerte del ídolo, es estremecedora, y está bellamente resuelta. Concluye y Piquín baila (y se estremece haciéndolo) el primer solo.

Ahí es cuando uno siente vergüenza ajena. Bailando, ruega que no le saquen fotos. Identifica, pobre hombre, un flash y le dice que no, que lo deje interpretar. El silencio se aplasta sobre la platea del Centro Cultural Provincial. Y Piquín sigue bailando, cautivando a todos por igual. Esos primeros flashes entorpecieron la trama. Cientos de celulares intentaban capturar una imagen del eximio bailarín. A esas mujeres no les importa demasiado que las imágenes sean sumamente significativas, para nada. No les importa nada. Sólo se intenta obtener una fotografía -en general suelen ser de mala calidad- para llevarse a casa. Aunque los celulares no sean cámaras profesionales, no interesa. La idea es obtener “el trofeo”, ese instante de un bailarín que está entregando su cuerpo, sus entrañas, su espíritu y todos sus conocimientos a un personaje de difícil resolución.

No sabemos dónde puede estar la solución a este problema que cada vez se acentúa más en los teatros: el incómodo uso de los celulares. Habría que volver, pensamos, a los antiguos guardarropas donde los educados espectadores dejaban sus sombreros, sus bastones o las señoras sus tapados para que allí se depositen los infernales aparatitos, cada vez más sofisticados. Y habría que preguntarse hasta dónde es necesario mantenerse “comunicado” con el exterior mientras sobre un escenario se construye un espectáculo que toca las fibras más dolorosas de la sensibilidad.

El director Ricardo Auraz logra mostrar al hombre que fue Freddie Mercury y lo hace desde el más absoluto manejo de tiempos y espacios. Mientras lo que caracteriza a la escena actual es la disolución y la artificialidad que abruptamente trajo la irrupción de la tecnología, desde la dirección del espectáculo se construye un mundo que pone en evidencia las coordenadas de nuestra esencialidad.

La puesta en escena se intensifica a partir del estupendo juego interpretativo de Hernán Piquín. Y ahí está la fuerza del espectáculo: proponer desde el escenario una visión descarnada de nuestras tribulaciones más genuinas, aquella que nos recuerdan los deseos perdidos, como las angustias más primitivas, para que podamos acercarnos a los abismos de la mente, y así, al verlas de frente, hurgar en nuestros desvelos y en nuestras zonas más oscuras.

Lamentablemente, no se entregaron programas de mano, para conocer más a los responsables de tanta belleza. Sí, sabemos que la compañía está integrada por la talentosa Cecilia Figaredo y por Lucila Alves. El elenco se completó con Anita Martínez, Adriel Ballatore Croza, Daiana Ferreira, Federico Acquistapace, Juan González. Juan Pablo Tapia, Lucila Alves, Nicolás Baroni, Nicolás Tadioli, Nicolás Villalba, Nuria Sanromán, Pamela Garegnani, Soledad Bayona, Teresa Sevilla, y Yanil García; con coreografías de Laura Roata e intervenciones de Margarita Fernández.

A la salida, otra larguísima cola integrada en su mayoría por mujeres esperaba para ingresar. Todas, con el celular en la mano.