“El último Elvis”

El oscuro sueño de ser otro

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En la piel del ídolo crepuscular. El hallazgo del cantante/actor John McInerny es una de las mejores cartas de este film tan genial como sombrío. Foto: Télam

 

Rosa Gronda

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Habitar la piel de otro es una experiencia común para los artistas y particularmente para los imitadores, aunque en este último caso están más atados a un personaje que a veces puede devorarlos y alejarlos de su propia realidad. Esta situación, llevada al extremo, es la que plantea la historia de Carlos Gutiérrez, quien de día trabaja como obrero en una ruidosa fábrica de electrodomésticos y de noche imita a Elvis Presley en fiestas familiares, bares y bingos del conurbano porteño.

Entrado en años y peso, es una versión de la figura decadente del ídolo en su última etapa, pero la voz y la entrega física de cada interpretación son perfectamente conmocionantes.

En el plano familiar es un solitario, con la madre en un geriátrico, una ex mujer y una pequeña hija distantes. Salvo por su arte, este Carlos es un hombre ausente que vive fuera del tiempo y de sí mismo. Porque para él, la música no es un paliativo, sino la única forma posible de felicidad y realización. Creerse Elvis es una obsesión que lleva adelante con convicción: solamente escucha o mira conciertos del inmortal monarca roquero, su hija se llama Lisa Marie y a su ex mujer la llama Priscilla.

La mesa está puesta para un melodrama, que se decanta progresivamente en tragedia.

Un lujo narrativo

“El último Elvis” es una película con muchos atractivos donde brilla cada detalle. Se advierte un estilo en la excelente fotografía, la iluminación y sus matices, el diseño de vestuario, el sonido, el clima logrado con decorados, atmósferas visuales y auditivas.

Es notable el registro de una ciudad que -como su personaje- parece atemporal. Salvo el protagonismo del celular podría decirse que la película sucede en torno de los años setenta.

En la primera parte, la historia se asoma al mundo de los que no son ellos sino por otros. Se introduce en el universo de los imitadores musicales y recorre con solapado humor ese mundo bizarro de imitadores donde rondan como filtradas por un espejo deformante, émulos de estrellas musicales.

El director recurre muy poco a los diálogos, prefiriendo la fuerza de las imágenes. Privilegia la intensidad del relato antes que un montaje vertiginoso, buscando planos-secuencia como el de apertura, donde se presenta al personaje.

Son antológicas las eximias secuencias musicales y la última media hora que reserva la posibilidad de disfrutar de una asombrosa reconstrucción de Graceland, escenario ideal para el clímax emocional al que arriba la historia. También se destaca con sello propio un registro documental de alienados ambientes fabriles, trajinados hospitales, calles suburbanas o clubes barriales, exteriores o interiores reales puestos al servicio de la ficción.

La madurez de la película es sorprendente para tratarse de una ópera prima: contada con maestría, despliega un infrecuente lujo narrativo como soporte de una historia al mismo tiempo sencilla y compleja, simple pero enorme, que transita entre lo excelente y lo patético hasta afirmarse en un terreno más humano que manipulador.

“El último Elvis” -como sólo se da en pocos casos- también permite involucrar a distintos tipos de público, frívolo o intelectual; puede verse en Buenos Aires o en cualquier parte del mundo sin perder interés. Nadie queda afuera de este viaje interno y externo de un hombre gris con un don excepcional: este último Elvis, olvidado y postergado que alcanza una dimensión heroica con su costado quijotesco que arremete contra la chatura del mundo.


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MUY BUENA

“El último Elvis”

Origen: Argentina, 2012. Director: Armando Bo (nieto). Guión: Nicolás Giacobone, Armando Bo. Intérpretes: John McInerny, Griselda Siciliani, Margarita López y otros. Fotografía: Javier Julia. Montaje: Patricio Pena. Dirección de Arte: Daniel Gimelberg. Música original: Sebastián Escofet. Interpretación musical: John Mc Inerny - Elvis Vive. Diseño de Sonido: Martín Porta. Supervisor de efectos visuales: Franco Bittolo. Producción: Steve Golin, Hugo Sigman, Patricio Álvarez Casado, Víctor Bo, Armando Bo. Duración: 90’. Se exhibe en Cinemark.