Editorial

Francia y Alemania, un nuevo escenario

El socialista Francois Hollande ganó las elecciones y, a partir de ahora, la apuesta que se abre hacia el futuro es si será capaz de ganarle a Angela Merkel, la estricta y austera ministra alemana que insiste en que el único camino para salir de la crisis europea es la austeridad.

Todo parece indicar que luego de los saludos y congratulaciones diplomáticas, Hollande insistirá en que la alternativa a la austeridad germana es la productividad, unido -claro está- a la defensa de las conquistas del Estado de Bienestar. Como declaración de principios las palabras del flamante presidente francés son estimulantes, pero por desgracia a la hora de lidiar con los números de la economía las buenas intenciones no pueden hacer mucho.

Está claro que Angela Merkel también estaría de acuerdo con la consigna de la productividad con equidad si ello fuera posible atendiendo las actuales reglas de juego del capitalismo. Si no lo hace no es porque sea una desalmada o esté a sueldo de los capitalistas usureros sino porque el funcionamiento y la lógica de la economía capitalista exigen otros rigores que en estos casos están en contradicción con los sentimientos humanitarios que suelen tener los políticos.

La solución del mandatario galo parece ser la clásica: continuar endeudándose y mantener el gasto, con la esperanza de que en algún momento la coyuntura se modifique y sea posible restaurar el equilibro fiscal perdido. Lamentablemente los alemanes ya intentaron aplicar esta estrategia, y fue precisamente un socialista como Schröeder el que debió admitir a regañadientes que el ajuste, con todas las consecuencias desagradables que acarrea, era inevitable.

Por su parte, el propio Sarkozy cuando asumió la presidencia en el 2007, se propuso promover importantes reformas neoliberales, pero después de cinco años en el poder la única conquista obtenida fue la reducción en dos años de la jubilación, mientras que se le disparaba el gasto público y el desempleo crecía de manera alarmante.

Hollande ha dicho que a él no le ocurrirá lo mismo y supone que con sus buenas intenciones más alguna fórmula sacada de las viejas canteras del keynesianismo podrá afrontar los compromisos de su flamante presidencia.

Durante la campaña electoral, Sarkozy advirtió que si Hollande ganaba era muy probable que el destino de Francia se parezca al de Grecia o España ¿Mentía? Tal vez exageraba un poco, pero más allá de los cálculos electorales, lo que a nadie se le escapa es que en economía los milagros no existen, una verdad que aprendió a los pocos meses de estar en el poder el antecesor socialista de Hollande, Francois Mitterrand, quien llegó al poder con el apoyo del partido Comunista y un programa de izquierda, y antes del año debió admitir que debía optar por otras alternativas si quería seguir gobernando. ¿Algo parecido le ocurrirá a Hollande? No lo sabemos. Lo que está fuera de discusión, es que los tiempos que le aguardan a Francia son duros y que inmersos en las crisis el margen de acción de los políticos se reduce mucho porque en estos escenarios es la economía la que suele imponer sus exigencias, exigencias que suelen ser duras y que, como es de prever, las sociedades pueden aceptarlas, pero no a libro cerrado.