Preludio de tango

“Por la vuelta”

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Manuel Adet

El tango fue presentado en sociedad en 1937. Su autor es Enrique Cadícamo y la música pertenece a José Tinelli, ese elegante y apreciado pianista que en sus buenos tiempos sabía amenizar con su orquesta los bailes de carnaval en el Teatro Solís de Montevideo y que, en algún momento, fue un artista destacado de Radio Belgrano y Radio Mitre.

Se supone que la orquesta de Francisco Lomuto y la voz de Jorge Omar estrenaron a “Por la vuelta” en febrero de 1939. Cinco años después, Cadícamo y Juan Carlos Cobián dieron a conocer “Rubí”, el tango que muchos consideran primo hermano (si se permite esa comparación) de “Por la vuelta”. Parodiando el poema, podría decirse que en ambos está “el mismo amor, la misma lluvia”, pero la puesta en escena, el rol de los protagonistas y el desenlace son diferentes. También es diferente el punto de vista. “Por la vuelta”, tiene lo que se dice, un final feliz, pero curiosamente esa solución le otorga una singular originalidad a la escena. ¿Por qué? Porque no se trata de una pareja que se enamora, sino de una pareja que descubre que siguen enamorados después de un año de separación. Esa vuelta de tuerca, ese reencuentro que suponemos casual, es lo que le otorga distinción al poema.

“Por la vuelta”, es un tango cálido, intimista, romántico en el sentido más noble de la palabra. Su primer verso parece una caricia, una invitación al amor. “Afuera es noche y llueve tanto”. A las buenas canciones hay que saber evaluarlas con criterios orientadores. En el caso que nos ocupa, tenemos la noche, la lluvia, el bar y las copas que, por supuesto, tienen champagne. También están las lágrimas y la reconciliación de un amor perdido. Con todos esos componentes, Cadícamo escribe uno de los grandes tangos de todos los tiempos, un poema que no perderá actualidad, porque habla de cosas eternas y de situaciones eternas. Pasarán los años, cambiarán las modas, pero mientras el mundo sea mundo, siempre habrá una noche de lluvia, un bar y una pareja que se encuentran por casualidad y descubren, mirándose a los ojos, que siguen enamorados, que se extrañan y que desean estar juntos, sobre todo, porque “afuera es noche y llueve tanto”.

Se sabe que la lluvia y la poesía mantienen una relación fecunda. La lluvia invita al recogimiento, a la meditación, a la intimidad. Pero la lluvia a veces sugiere el desamparo, el miedo a la soledad, la necesidad de estar al lado de alguien querido. La lluvia nos vuelve indefensos, barre las barreras que levantamos para protegernos. La lluvia y la noche.

Convengamos que la historia de amor es perfecta. En algo más de dos minutos, Cadícamo lo logra. El poema incluye algunos giros memorables, esas frases que después se pronuncian como máximas, aforismos o sentencias: ¿Ejemplos? “La historia vuelve a repetirse” o “El mismo amor, la misma lluvia, el mismo loco, loco afán”. Y ese final perfecto, perfecto porque agota todas las posibilidades, no deja margen para decir nada más: “Te acuerdas hace justo un año, nos separamos sin un llanto, ninguna escena ningún daño, simplemente fue un adiós inteligente de los dos”.

El poema se escenifica, al punto que nos parece estar viendo a los personajes como si fuera una película. No es fácil lograr ese clima a través de imágenes. Cadícamo lo hace. Primero la lluvia y la noche, luego, la pareja, la palabra de ella y después la ceremonia de las copas. “Tu copa es ésta y la llenaste, bebamos juntos viejo amigo, dijiste mientras levantabas tu fina copa de champagne”.

En el estribillo, sabemos que ella es dulce y rubia y también que “hace justo un año” se separaron como si fueran Jean Paúl Sartre y Simone de Beauvoir, es decir, a través de “un adiós inteligente entre los dos”. Es raro. Convengamos que es raro, que un tango de 1937 recurra a esos procedimientos que parecen salidos de una pareja moderna, libre y con varias sesiones de psicoanálisis. Es raro. Tampoco es usual que sea ella la que hable, la que le pide al hombre que se quede. Los versos de esa estrofa son bellísimos. “Después quizás ahogando un llanto, quedate siempre me dijiste, que afuera es noche y llueve tanto, y comenzaste a llorar”.

El reclamo clásico de recuperar el amor, debería haber nacido del hombre. Sobre todo en el tango. Sin embargo, es ella la que lo hace, y ése es otro de los aciertos del poema, lo que le da más calidez, más ternura. El hombre en este caso es el que relata, pero no es un hombre cualquiera, no es un macho prepotente, un galán canchero y escéptico. Por el contrario, lo que sabemos de él es que es un hombre enamorado, un hombre respetuoso de la mujer que está a su lado, al lado de un hombre que también ha sufrido y está más allá de la galantería liviana, de la seducción cursi o del donjuanismo literario.

“Por la vuelta”, ha sido juzgado como un tango abolerado. Horacio Molina, lo canta como si fuera un bolero. Algo parecido hace Héctor Pacheco con la orquesta de Carlos García. La interpretación de ese sorprendente grupo musical que fueron los “Cava Bengal”, fortalece la hipótesis del bolero o del tango abolerado.

Al respecto, lo que hay que decir es que el tango no tiene por qué sentirse avergonzado de acercarse en cierto momento al bolero. Bien pensado, es probable que el tango sea más antiguo que el bolero y su mirada intimista del amor sea más elaborada. Tangos abolerados son “Rubí”, “La casita de mis viejos”, “Nostalgias”, “Nieblas del Riachuelo”, “Cuartito azul”, “Uno” y la mayoría de los poemas de José María Contursi, que -no olvidar- en su repertorio incluye un poema que fue apropiado definitivamente por los cantantes de boleros, pero que fue pensado como un tango. Me refiero a “Sombras nada más”.

Con respecto a “Por la vuelta”, conviene recordar que fue interpretado por los grandes ases del tango. Los viejos cultores del género aseguran que la versión más lograda fue la que hicieron José Basso con Floreal Ruiz en 1956. Otros prefieren la de Jorge Valdez con Juan D’Arienzo en 1959. Los seguidores de Astor Piazzolla, aprecian su versión con Héctor de Rosas en 1962. ¿Qué decir de la de Edmundo Rivero, grabada en 1954? ¿O la de la orquesta de Jorge Caldara con Rodolfo Lesica? ¿O la excelente interpretación de ese gran cantante que es Raúl Lavié?

En 1986, Rubén Juárez graba “Por la vuelta”. Lo mismo hace Claudio Bergé, acompañado por la orquesta de Alberto di Paulo. Como para que nadie falte a la cita, en 1963 la orquesta de Donato Racciatti lo graba con la voz de Rubén Blasco. Por último, no se pueden dejar de mencionar las versiones de Agustín Irusta y Alfredo de Angelis, acompañado con la voz de Julián Rosales.

Capítulo aparte merecen la mujeres. “Por la vuelta” fue interpretado por Susana Rinaldi, María Graña y Susy Leiva. En su estilo, las tres lo hacen muy bien. Personalmente prefiero a la “Tana”, pero eso no es más que una opinión, que como toda opinión puede y debe ser refutada.