Crónica política

Una política impositiva conservadora y reaccionaria

A.jpg

Guillermo Moreno, Ricardo Echegaray y Juan Domingo Perón.

Rogelio Alaniz

Un profesor amigo me mostró su recibo de sueldo y, con los números en la mano, me demostró que el gobierno nacional y popular de la señora en un año le había confiscado el aguinaldo. La noticia no me sorprendió, porque alguna información tenía al respecto, pero no dejó de llamarme la atención el recurso singular al que apela un gobierno de filiación peronista para -de hecho- despojar del aguinaldo a los trabajadores a través del llamado impuesto a los ganancias, una medida tributaria que debería aplicarse a los millonarios, pero que este gobierno -nacional y popular- aplica con particular entusiasmo y eficacia a los trabajadores.

Ni a Alsogaray ni a Martínez de Hoz se le hubiera ocurrido algo mejor. El aguinaldo fue una conquista que ciertos empresarios siempre soñaron con derogar por considerarlo demagógico. Sin embargo, desde 1955 en adelante, ni los gobiernos militares ni los supuestos gobiernos gorilas, se atrevieron a tanto. Lo que más lograron -en todo caso- fue desdoblarlo o pagarlo en cuotas, pero el principio siempre se mantuvo intacto.

Pues bien, hoy en la Argentina más de un millón y medio de trabajadores y cien mil jubilados han sido despojados de hecho de su aguinaldo, a través de un recurso que cuando dentro de unos años se lo recuerde, los jóvenes oyentes creerán que es mentira, una invención de ancianos resentidos o un ataque tramposo a un gobierno justo y sensible con el sufrimiento ajeno.

En honor a la verdad, hay que decir que no fue este gobierno el que puso en marcha este adefesio legal de cobrarle impuesto a las ganancias a los trabajadores, pero en honor a la misma verdad, hay que agregar que el régimen de los Kirchner es el que más se está favoreciendo con esta confiscación a los bolsillos de los trabajadores y jubilados. Según la leyenda, Robin Hood le robaba a los ricos para repartirle bienes a los pobres. Tal como se presentan los hechos, daría la impresión que la Señora ha invertido la relación y ahora el noble justiciero le roba a los pobres para mantener contentos a los ricos. Como se dice en estos casos: Ella y Él lo hicieron.

Para conocer la orientación política de un gobierno, hay que indagar acerca de su política impositiva. No es el único dato a tener en cuenta, pero es uno de los más importantes y, tal vez, el mas justo. Es más, la verdadera redistribución del ingreso que tanto proclama el gobierno, debería producirse a través de una política impositiva fundada en el principio de que quien más tiene más paga.

En su momento, estas decisiones diferenciaban a un gobierno socialista de uno conservador. Con los años esta contradicción se fue atenuando, porque muchos conservadores admitieron que la manera más eficiente de defender el sistema es a través de una política impositiva justa, pero esa verdad pareciera que no ha llegado a conmover al gobierno kirchnerista, cuya política impositiva provocaría la envidia de los halcones de Tea Party, el grupo ultraconservador norteamericano.

¿Pero acaso no es justo cobrarle impuesto a las ganancias a trabajadores que ganan un sueldo importante? En principio habría que ponerse de acuerdo qué se entiende por un sueldo importante. En cualquier país civilizado, un gerente o un personal calificado que ganan sueldos que multiplican por diez o por cien los salarios de los trabajadores comunes, pagan impuesto a las ganancias, impuesto que para muchos es insatisfactorio, pero que sienta con claridad el principio de que quienes más ganan, pagan más. En todos los casos, se trata de sueldos extraordinarios, no el magro salario de un trabajador que apenas supera las pautas establecidas por nuestra austera y manipulada canasta familiar.

Pero hay otras razones para impugnar el impuesto a las ganancias de los trabajadores ordenado por los Kirchner. No hace falta ser marxista para saber que el asalariado vende su fuerza de trabajo y por ello recibe una retribución. Esa retribución no es una renta, es un salario que le garantiza el consumo, pero no el ahorro que es sobre lo que se debería aplicar una base imponible. O sea que, lo que el gobierno nacional y popular de la Señora está aplicando no es un impuesto a las ganancias sino al trabajo, una verdadera aberración teórica y una flagrante injusticia.

Convengamos, por lo tanto, que no se puede calificar de justo o progresista a un gobierno que mantiene hacia los trabajadores estas políticas impositivas. La crítica adquiere un tono más intenso cuando advertimos que las operaciones en el mercado financiero y de capitales están exentas de impuestos, que las rentas de los plazos fijos tampoco pagan impuestos y algo parecido ocurre con las ganancias provenientes de las ventas de acciones. Capítulo aparte es el caso de los jueces, eximidos de pagar “ganancias”, cuando sus ingresos duplican y triplican el de un trabajador.

Curiosamente en la Argentina, el impuesto a las ganancias es proporcionalmente inferior a los impuestos al consumo. Por el IVA, un multimillonario paga lo mismo que un modesto jornalero, una ecuación que en muchos países ha sido modificada a favor de los mas débiles, pero que en la Argentina se mantiene intacta. ¡País de paradojas! Se recauda más con el rubro de cargas sociales que con ganancias, pero mientras tanto, una maestra jubilada o un profesor, pagan ganancias, es decir se les exige un comportamiento parecido al de los millonarios, mientras los ricos, sobre todo los ricos que hacen muy buenos negocios con este gobierno, disponen de gangas de todo tipo.

Tampoco son los Kirchner el primer gobierno que usa la política impositiva para castigar adversarios y premiar amigos. Desde la época de Juan Manuel de Rosas, éste fue un recurso privilegiado de las clases dirigentes, pero hacía muchos años que no veía a un gobierno aplicar con tanto rigor este principio y castigar con tanta saña a las clases medias, incluyendo en este sector a los trabajadores calificados.

El gobierno podrá decir que cambiar la política impositiva generaría muchos conflictos y en lo inmediato provocaría una caída de la recaudación que haría ingobernable a la sociedad en el corto plazo. Argumento entendible y lógico, pero que no tiene nada que ver con la publicidad progresista que el gobierno se atribuye. Dicho con otras palabras, en las cosas que importan, los Kirchner se subordinan a la lógica clásica del capitalismo en sus versiones más tradicionales y rapaces.

Decir que este gobierno es de derecha no es una acusación, es un diagnóstico. Un diagnóstico y un síntoma. Sobre todo porque no faltan quienes aseguran -en las filas del oficialismo y en ciertas franjas de la oposición- que es de izquierda. ¿Y no lo es acaso? Para nada. Un concepto clásico de la derecha económica sostiene que no hay que gravar a los titulares de los medios de producción con impuestos altos porque ello pondría en peligro la continuidad de la empresa y, por lo tanto, el empleo de cientos o miles de trabajadores. ¿No es lo que están haciendo los Kirchner? Me explico. El argumento es atendible, pero es un argumento atendible de la derecha, no del progresismo al que dice adherir la señora.

Desde hace más de sesenta años, economistas liberales, conservadores y socialistas discuten sobre estos temas sin ponerse de acuerdo. Supuestamente, los ricos se resisten a pagar altos impuestos no porque sean egoístas -esa imputación subjetiva es difícil de probar- sino porque su responsabilidad empresaria les exige para competir no estar ahogados por las políticas impositivas. Hay otro motivo atendible por el que las clases propietarias se resisten a pagar impuestos: no confían en un Estado colonizado por una fuerza política. Muchos empresarios no tendrían problemas en pagar los impuestos que pagan y más aún, si tuvieran la certeza de que ese dinero se vuelca a hospitales, escuelas, viviendas, investigación científica y seguridad. Se podrá decir que se trata de una excusa o una coartada. Puede ser. Pero no deja de ser verdad que al contribuyente le resulta odioso pagar, cuando sabe que ese dinero se destina para campañas electorales, negociados, coimas a los amigos y otras menudencias por el estilo.

Otro tema a debatir, es acerca del carácter institucional de las políticas impositivas. También en este punto el gobierno está en falta, porque su práctica social es la del manoteo de recursos para financiar políticas clientelares, premiando amigos y castigando adversarios. Una verdadera reforma impositiva a favor de una sociedad más justa y libre, es indispensable en la Argentina. Es lo que no se está haciendo. Por el contrario, lo que se impone es la improvisación o la adhesión a los principios del status quo: a los grandes intereses no se los molesta ni con el aleteo de una mariposa. Los recursos se obtienen de las clases medias y de los sectores calificados del mundo del trabajo. A esta engañifa los Kirchner la bautizaron con el nombre de “relato”.

No se puede calificar de justo o progresista a un gobierno que mantiene hacia los trabajadores estas políticas impositivas.