Artes visuales /// Entrevista a Fernanda Aquere

“Todo el tiempo me interesa el riesgo”

Domingo Sahda

—¿Quién sos y por qué hacés lo que hacés?

—Soy artista visual; docente de la escuela de Artes Visuales en el nivel terciario y del Liceo Municipal; y gestora cultural independiente.

—Lo de docente resulta claro, enseñás. ¿Qué enseñás?

—Yo trabajo en el Taller de Pintura de la escuela Mantovani -en este taller se trabaja haciendo eje en el imagen, por lo tanto las propuestas que se generan en este espacio se materializan en el plano, en el espacio real y virtual, en la imagen fija y en la imagen en movimiento- y en el Taller del Plano del Liceo Municipal.

—¿Qué significa Taller del Plano?

—Trabajamos contenidos propios del plano en el sentido que tiene que ver con las disciplinas más propias del dibujo y de la pintura.

—¿De qué hablás cuando decís que enseñás?

—Yo tengo como una teoría porque trabajo en el último año de la carrera de la Escuela de Artes Visuales y se supone que los alumnos desarrollan un proyecto personal; ya vienen con todo un bagaje de conocimiento, al menos de información. He tenido un taller particular durante muchos años así que también tengo la experiencia de haber trabajado con jóvenes y adultos. Yo siempre digo que en verdad ayudo o colaboro en hacer parir aquello que cada uno trae.

—¿Y qué cosas creés que cada uno trae, cuando se acerca a vos como maestra de artes visuales?

—A mí, lo que me interesa es que ellos puedan elaborar o arribar a una producción genuina. Esto significa que cada alumno es una historia, un sujeto con una carga. Por eso digo que colaboro, soy un poco el medio.

—¿Te venís a asumir como una suerte de partera?

—Nunca lo había pensado, pero como mediadora te diría. Me interesa eso de médium.

Para poder expresarse

—Ser mediadora es ser un puente. ¿Puente entre qué y qué?

—Con cada alumno busco e intento, lo cual es muy difícil porque reconozco que tengo mucha responsabilidad por lo que me toca, que ellos puedan encontrar en esto del arte un vehículo, un lugar, un espacio para poder volcar, expresarse, poner ahí sus deseos.

—¿Como un vómito estético?

—Me parece que es más que eso porque es más complejo. Creo que tiene que ver con muchas cuestiones. Sobre todo, uno como sujeto está inmerso en una sociedad donde pasan cosas y por eso hablo de la complejidad. Cada sujeto, a la vez, está como en relación, lógicamente. Entonces si lo pienso como vómito estético me resulta muy catártico, que no está mal, pero la catarsis está bien para un momento y después hay que pasar a otro nivel, donde se juega y se cocina la cosa.

—¿Te gusta que te llamen artista?

—En una época me resultaba como exagerado, te lo confieso. Es más, en una clínica que hice una vez la profesora dijo: “Ustedes cuando tienen que completar un formulario, ¿qué ponen?”. Yo me quedé helada y dije: “Yo, docente”.

—¿No te asumís como artista?

—En ese momento, hace varios años atrás, me parecía que no, que en un punto no lo asumía para afuera, me parecía demasiado.

—Un artista es el que hace cosas vinculadas con el arte.

—Totalmente. Por eso crecí, maduré y sí, yo no tengo drama en decir y poner “soy artista visual”. Pero no fue así al principio.

Llegar a un lugar

—¿Es por el miedo al sello?

No, creo que tiene que ver con los procesos y con el crecimiento de cada uno. Tal vez en ese momento, esa seguridad, esa definición sentía que me quedaba grande. Hoy te puedo decir que no, me asumo como tal. Hablo de proceso porque puedo estar parada todo el tiempo haciendo, dudando, equivocándome, acertando en algunas cosas.

—¿Buscando?

—Sí. Tal vez en ese momento no entendía que de eso se trataba sino que apuntaba o creí que tenía que ver con llegar a algún lugar.

—¿Al trabajo lindo, expuesto, premiado y el aplauso?

—Olvidate, pasa tan por otro lado...

—Seguro. ¿Qué es lo que estás haciendo en el mundo del taller, en ese universo extraño, mágico y a veces atemorizante?

—En este momento, estoy trabajando con recursos tecnológicos. Hace unos días terminé de armar mi blog y me di cuenta, porque subí producciones de 2004 en adelante, que si bien los recursos, los soportes habían cambiado en todo este tiempo, y que la materialización de la obra había cambiado totalmente, en un punto fue interesante ver que yo sentía y veía un hilo conductor en todo eso. Con esto ¿qué quiero decir? Hoy el material que utilizo puede ser la madera calada, con una pintura industrial, pero hay una idea o concepto que viene sosteniendo la producción, más allá de la cuestión formal. Me interesa mucho lo que es el textil, no como el actor de tejer, sino que lo relaciono con el tejido, la trama que está todo el tiempo, es una constante. Hay cuestiones que a mí me pegan mucho, me movilizan que es esto de los cruces, de la vida misma, de las alteraciones, de lo que a uno todo el tiempo le pasa en función a su propia trama, y a la social, la vulnerabilidad de esa trama.

—Eso plantea una percepción de mucha inquietud pero que, al menos, en tus últimos trabajos no aparece porque se manifiesta lo medido, lo controlado, el esquema visual que se reitera rítmicamente y presupone un orden geométrico, una estabilidad. Es decir, son bastante diferentes... No sé si está oculto.

—Diste en el clavo, es justo lo que te iba a decir. Esa factura, ese tratamiento pulido, obsesivo, esa trama regular hasta el cansancio tiene en todos los trabajos una variable. Hay uno que se llama “Si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus planes”, frase que tomé de la película “Amores perros”, me movilizó mucho. En este trabajo, particularmente, la trama es perfecta, si es que existe la perfección, por la calidad, el pulido, el color... Ahora, en un momento, el punto de esa trama o de ese tejido se salió. “Siempre aparece el laberinto” es otro de los trabajos donde parece que es tan fácil su recorrido y, sin embargo, si uno sigue con la mirada, está bloqueado o es imposible llegar al centro.

Buscar un camino

—En esos trabajos, ¿vos proyectas tu percepción de la realidad, de tu entorno?

—En realidad creo que tiene que ver con poner en duda, de plantearse o repensar esto de llegar a dónde...

—Te pregunto esto porque si el contexto es todo lo ordenado y en algún momento aparece la falla, el tropezón, uno podría leerlo como que el orbe está ordenado y soy yo quien está perdido en ese orden y busca desesperadamente un camino. ¿Puede ser una interpretación?

—Sí, y se completa con las múltiples interpretaciones. En verdad, creo que tiene que ver, justamente, con la cuestión de la vulnerabilidad. Esta cosa de lo frágil, donde lo único estable es lo inestable. Aparece esta cuestión donde todo el tiempo hay situaciones que alteran ese orden naturalmente. Pienso, como sujeto, que uno a la vida la puede proyectar o planificar y sin embargo... Entonces, está esa vulnerabilidad que en un punto me inquieta; la fragilidad de las cosas...

—Detrás de esa estructura visualmente casi perfecta se esconde un enmascarado temor frente a las dificultades, a lo imprevisto. Es como decir: “Estoy solo frente a la inmensidad del cosmos que percibo como perfecto y yo soy chiquita como una hormiga perdida”.

—No. Toda obra es autorreferencial, por eso no es así. Me interesa poner ahí, en obra, simplemente esta variable, y que el espectador se encuentre con estos opuestos, que me atraen muchísimo. Por ejemplo, el tejido de mis trabajos que son súper industriales en su factura, está tomado de los libros que usaba mi mamá para tejer. Siempre hay una previa, no me interesa que sea cualquier tejido, puede ser el de los dos agujas o el que hace mi mamá.

—No hay una cuestión de referencia emocional sino una búsqueda de sentido, qué cosa es la trama o la vida.

—En un punto sí.

—De algún modo, lo que vos decís de tejido se vincula con los arabescos geométricos pulidos, pensados como lo que se muestra aparentemente y socialmente perfecto pero que en algún lugar tiene una fisura.

—Alguna perforación, diría la psicóloga. Esa especie de poner en evidencia... Insisto en los opuestos, creo que es lo clave. Te doy un ejemplo: en la obra “Arma Desarma”, de 2007, los tejidos están hechos a dos agujas y busqué alambres de alpaca para hacerlos. Lo tejí y de hecho me lastimaba por la materia, me clavaba, como al hacer los panaderitos para pedir deseos... Era como la rigidez del material que todo el tiempo parecía que se oponía y, a la vez, armar esa trama desde el tejido, el proceso de elaboración, que era artesanal.

—Siempre estás planteando la búsqueda de sentido a través de un cuestionamiento hacia el entorno y a un esfuerzo por develar el misterio que aparentemente cubren las cosas. Es decir, es un riesgo, una aventura constante.

—Todo el tiempo.

El proceso es la llegada

—¿Tenés algún camino de llegada o vas, como a tientas, en la oscuridad?

—Para mí el camino, el proceso para donde voy, es la llegada. Todo el tiempo me interesa el riesgo, pero no por sí mismo, sino como autodesafío, como cuando empecé a trabajar en los dedales, por ejemplo. Estaba pintando uno con un preparado en mi taller, creo que en 2005 ó 2006, y me di cuenta de que no me alcanzaba esa representación. Me dije: ¿qué estoy haciendo?. Desarmé el caballete, guardé todo, empecé a averiguar por teléfono y encargué dedales a un mayorista en Buenos Aires. Entonces ahí actué en función de ese deseo. Es clave porque si no está ese deseo de bancarse lo que a uno lo moviliza, en mi caso de dónde voy a sacar el dedal, cómo, cuántos, en fin... Había que conseguirlos.

—Más que obra terminada te interesan los procesos.

—A mí me interesa el proceso, la exploración y cuando está terminada, la visualizo y algo le falta pero me sigue nutriendo para lo que viene.

—Es decir que cada obra sería como un detenerse en la ruta, tomar un vaso de agua, y seguir caminando.

—A veces me siento y tomo esa agua y digo: ¡qué rica!, y otras veces no me gusta mucho...

—¿Adónde pensás llegar, si es que tenés algún destino? ¿Qué querés hacer?

—En una época deseaba vivir del arte, que es legítimo. Pero siempre tuve una especie de dualidad porque, te confieso, estudié docencia y me di cuenta de que me apasiona. Yo encontré ahí un espacio para seguir creando, no separo la docencia de mi laburo como artista. Es un acto que demanda entrega, creación, dudas constantes y aprender del otro, me parece mucho... Hay un puente interesante que logré hacer con mucho esfuerzo porque en una época vivía como fragmentada. También intervengo en obras de teatro y advertí que participar en el vestuario, en el asesoramiento estético, es parte de lo mismo. Así que no tengo un lugar dónde llegar pero sí me interesa que las partes se vayan integrando cada vez más en armonía. Es muy ambicioso.

“Siempre hice lo que quise”

—La ambición es legítima, sólo no la tienen quienes se sientan a esperar lo que les demande el sol, la lluvia, la fortuna o la herencia.

—Yo estuve en una galería durante varios años en Buenos Aires, Galería Praxis Internacional, hace tres años que retiré mis obras y fue muy interesante pero siempre tuve claro que lo que no iba a negociar nunca era la obra. Siempre hice lo que realmente quise. Si bien he considerado opiniones, que han sido buenas y malas como todo, hay algo que reconozco que es que si uno negocia este espacio donde uno puede ser totalmente libre, porque, convengamos que uno vive en sociedad, va al trabajo, todo el tiempo se está negociando... A este espacio, no hay que negociarlo por nada del mundo. A eso lo he defendido siempre.

—Es una percepción libre de las cosas, es decir, “mi vida me pertenece y tengo derecho de hacer con ella lo que yo quiera”.

—Te digo una cosa más. Volviendo a la cuestión de las obras, siento que son un acto de libertad, que se materializa esa acción y me emociono al decírtelo...

6.jpg

La artista plástica santafesina y sus obras. Foto: Gentileza producción

Obras de la artista.Fotos: Gentileza Fernanda Aquere

La nota
La nota
La nota
La nota
La nota