La vuelta al mundo

Angola y la lógica de la diplomacia

Rogelio Alaniz

Me parece innecesario e incorrecto criticar al gobierno nacional por su estrategia comercial con Angola. Creo que es innecesario poner como centro de la crítica al régimen político de ese país. Angola -que duda cabe- es una dictadura cuyo titular está en el poder desde 1979. Cualquier manual de teoría política, diría que se trata de un régimen autoritario y apartado de las normas clásicas del Estado de derecho tal como lo entendemos nosotros.

¿Es ése un impedimento para relacionarnos con Angola? No lo creo. Desde hace años se acordó que las relaciones económicas, comerciales y diplomáticas entre los Estados se realizan con independencia de la naturaleza política o ideológica de los gobiernos. En su momento, esta posición fue acusada de pragmática y hasta de cínica; hoy se la considera realista y está bien que así sea.

Suponer que la diplomacia de un país debe poner como condición un acuerdo ideológico, es negar la diplomacia como tal. Puede que en los tiempos de la Guerra Fría, algunas de estas consideraciones hayan tenido alguna vigencia. Entonces, Estados Unidos de Norteamérica exigía a los países periféricos alineamientos automáticos y la desobediencia era mal vista. Así y todo, los grandes estados durante la Guerra Fría hicieron lo que les aconsejaban sus intereses. Y si esos intereses le exigían hacer negocios con el llamado campo socialista, hacían los negocios por más que algún funcionario del Pentágono rezongara o pusiera mala cara.

Sin ir más lejos, cuando la URSS invadió Afganistán, el gobierno de EE.UU. ordenó un bloqueo económico contra el régimen comunista. Curiosamente, el primer país que desobedeció la orden del Tío Sam fue la dictadura militar argentina. La URSS era comunista, pero a los estancieros argentinos lo que le importaba no era la naturaleza marxista del régimen, sino su voluntad de comprar granos y carnes. Hacía mucho tiempo que Estados Unidos no recibía desde su “patio trasero” una lección tan clara de realismo diplomático. Lo curioso, en aquel caso, es que esa lección no la brindaba un líder tercermundista o un gobierno de izquierda, sino una dictadura militar, cuya filiación represiva, anticomunista y prooccidental estaba fuera de discusión. O por lo menos, eso era lo que se creía.

“Nosotros no tenemos ideales, tenemos intereses”, dijo alguna vez un primer ministros británico que algo sabía de gestiones diplomáticas en el mundo. El último estadista que intentó imponer la lógica de la virtud en el universo de la diplomacia fue el expresidente norteamericano Wilson. No le fue bien. Para la misma época, Lenin, flamante jefe de la URSS, no tuvo empacho en formar la paz de Brest-Litvosk con los alemanes. El acuerdo significa perder territorios y poblaciones. Trotsky se opuso, pero la voluntad de Lenín fue la que se impuso.

La noción del interés en la diplomacia se ha impuesto al principio del ideal, la virtud o la ideología. Las grandes potencias siempre han tenido claras estas nociones. Hoy, para bien o para mal, la moneda del realismo se ha generalizado y los entendimientos diplomáticos se forjan atendiendo, en primer lugar, a los intereses en juego.

Es lo que hace Estados Unidos con China y Arabia Saudita, por ejemplo. Es lo que hace Francia con Siria, o China con Corea. Los intereses pueden ser económicos o militares, pero tienen una materialidad que no deja lugar a dudas acerca de su consistencia. En América latina, México ha sido un país que se ha distinguido por hilvanar una política exterior en esa línea. Algo parecido aprendieron a hacer Brasil, Chile y Uruguay. La política exterior de la Argentina, en cambio, ha sido algo más errática y nos hemos desplazado del tercermundismo más clásico a las relaciones carnales con los EE.UU. sin que se nos moviera un pelo.

De todos modos, algún aprendizaje hemos hecho desde que se recuperó la democracia, porque hoy la política exterior argentina en sus grandes trazos está en sintonía con lo que está pasando en el mundo. Las relaciones con Angola deben inscribirse en este contexto. Criticar esta gira por razones ideológicas es un contrasentido. Si no podemos comerciar con Angola porque es una dictadura, tampoco deberíamos hacerlo -si fuéramos coherentes- con China, por ejemplo. O con Cuba.

Como ciudadanos, como políticos, podemos tener una opinión acerca de lo que significa una dictadura, pero para un jefe de Estado, esa opinión carece de relevancia, porque lo que importa en política exterior son los intereses que un Estado defiende, y si en nombre de esos intereses tenemos que venderle soja a los chinos o maíz a los vietnamitas, nadie nos puede reprochar que estemos legitimando con nuestros actos a una dictadura.

Estas prácticas han sido corrientes en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia o China; es decir, los llamamos países “grandes”. Puede que en alguna coyuntura se decida boicotear a un país por sus atropellos a los derechos humanos o a la legalidad internacional, pero esto ocurre muy de vez en cuando, aunque en la actualidad habría que ver hasta dónde son justas esas sanciones, sobre todo cuando el principal garante del orden internacional, Estados Unidos, fue el primero en violar la legalidad establecida.

La Argentina, por lo tanto, tiene derecho a comerciar con Angola y ese derecho opera con independencia de la naturaleza dictatorial de su gobierno. Se sabe -además- que si comerciamos con un país o establecemos relaciones de intercambio, no es lícito y tampoco es elegante empezar a criticar a nuestros ocasionales anfitriones. Si esto es así, las preguntas de un periodista porteño al canciller Timerman acerca de estos temas, no son pertinentes. Cualquier periodista sabe que un canciller no es un militante o un librepensador que puede llegar a un país y despacharse alegremente en contra de un gobierno. Nadie hace eso en el mundo. Kissinger no viajó a China pera recordarle a los chinos lo anticomunista que era, entre otras cosas porque no hacía falta recordar lo obvio. Viajó para sentar las bases de la “diplomacia del ping pong”. El Papa y en este caso se trata de un liderazgo que es político pero también espiritual, no fue a Cuba a criticar al régimen totalitario o a alentar a la oposición para que se alce en armas contra los Castro. Hizo lo que tenia que hacer, por más que a muchos les resultara demasiado tibia su actitud.

Siempre conviene recordar que un jefe de Estado o un diplomático no son políticos juntando votos en una campaña electoral, sino funcionarios responsables, cuya preocupación son los intereses de las naciones que representan, intereses que están por encima de otras consideraciones menores, incluida la de ganar las simpatías de otras plateas.

Lo que hay que discutir, en todo caso, es la eficacia de esta gira. O si ameritaba que fuera encabezada por la máxima autoridad política de la Argentina. Se ha dicho que Angola es el segundo exportador mundial de petróleo de África, un país que produce alrededor de dos millones de barriles diarios. Si esto es así y el motivo de la visita fue tratar de encontrar un vendedor que nos abastezca de petróleo, no hay nada que objetar.

Lo que llama la atención, es que a juzgar por las declaraciones de los funcionarios, el petróleo no parece haber sido el objetivo principal de la visita. Según la publicidad oficial, la delegación argentina viajó a Angola para hacer conocer nuestros productos, incluidos los elaborados por los “artesanos” de La Salada. La exposición de nuestros productos fue vistosa y pintoresca, pero no sé si tiene alguna relevancia económica. Si ése fue el único motivo del viaje, me parece que la presencia de la presidente fue innecesaria y que con la presencia de Guillermo Moreno o Julio De Vido hubiera bastado y sobrado desde el punto de vista diplomático.

Quiero creer, por lo tanto, que el objetivo fue iniciar conversaciones alrededor del petróleo. Es la única justificación válida de una misión diplomática que incluyó a la presidente de la Nación. Si esto no se cumplió estamos en problemas. Si el saldo de la gira fue vender algunos pares de zapatos o algunas botellas de vinos, el balance es muy mezquino.

Por lo demás, sí me parece torpe la divulgación de camisetas con leyendas acerca de Clarín. Si la gira a Angola es una decisión política estratégica, una iniciativa que se propone aprovechar los nuevos vientos que soplan en el mundo; si la visita es el punto de partida de una política exterior que maximice nuestros intereses nacionales, el acto de entregar a niños pobres africanos camisetas con leyendas sobre conflictos políticos argentinos que desconocen es una falta de respeto a quienes las recibieron, pero también una manifestación de humor ramplón ante los ojos del mundo.

Angola y la lógica de la diplomacia

El canciller argentino Héctor Timerman y, detrás, el ex secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger.