Mesa de café

El regreso de Giuliani

Remo Erdosain

Está nublado y llovizna. Son días especiales para estar en el bar conversando con los amigos, conversando de cualquier cosa, porque si algo distingue a un cafetín que merezca ese nombre es la libertad para hablar de lo que sea. Es lo que estamos haciendo nosotros esta mañana de otoño que cada vez parecen más invernales.

-En esta semana, en mi barrio, tres familias fueron asaltadas -apunta Abel-, y agrega -¡así no se puede vivir!

-A vos te fue bien -responde Marcial-, en mi cuadra entraron en dos casas y a dos chicos que estaban jugando en la vereda le sacaron la pelota de fútbol y la bicicleta.

-Basta con leer el diario para darse cuenta de cómo vivimos -acota José-, menos mal que no gobiernan los peronistas, porque si no nos hubieran echado la culpa a nosotros.

Marcial lo mira, toma un trago de su taza de té y después le dice:

-Me gustaría que alguna vez se haga un relevamiento para saber a quiénes votan los ladrones y asesinos.

-¡Esa es una gorileada infame! -exclama José.

-Yo no dije nada -se defiende Marcial-, no di nombres ni siglas partidarias...no sé por que saltás como leche hervida...

-Porque te conozco.

-Yo también te conozco, y aquí me ves, tranquilo como corresponde a un caballero.

-Ése es el problema en la Argentina -reacciona José-, los caballeros. Estamos preocupados por los ladrones de gallinas, mientras que los grandes ladrones de guante blanco, los que se llevan millones, andan sueltos como panchos por su casa.

-Lo que decís es una falacia -señalo-, una coartada para dejar que todo siga igual, es decir, que a la gente la roben y la maten en la calle, porque el problema son los invisibles ladrones de guante blanco.

-Convengamos -se defiende José- que una persona se larga a robar porque el sistema no le dejó otra alternativa.

-Ese no es un argumento falaz -enfatiza Marcial-, es un argumento de mala fe. Echarle la culpa al sistema es una manera tramposa de justificar y disculpar a los ladrones, a los tipos que roban, matan y violan.

-Argumento tramposo y anacrónico -digo-, hace cuarenta o cincuenta años estaba de moda; hoy es una coartada, un recurso leguleyo para perdonar a los delincuentes.

-No creo que sea tan así -interviene Abel- por eso no es casualidad que cuando más injusta y pobre es una sociedad, más delincuencia anda suelta por las calles. Y, a la inversa, cuando la gente come y se educa, la delincuencia disminuye.

-Esas condiciones ideales de las que hablás -observa Marcial- existen en los papeles, porque en la vida real siempre hay motivos para estar insatisfechos, quejarse del destino que te tocó en suerte o llorar porque te dejó tu novia. La ley existe porque el mundo no es perfecto, y si la ley existe hay que cumplirla.

-A mi, cuando me hablan de los pobres para justificar el delito, respondo con dos argumentos. El primero, que el que así habla le está faltando el respeto a los pobres decentes; y el segundo está relacionado cona la elección que hace la gente.

-¿Los pobres no eligen? -pregunta José.

-Esa es otra macana, porque sino, ¿cómo se explica que de dos pobres nacidos en las mismas circunstancias, e incluso en el mismo hogar y recibiendo los mismos ejemplos, uno sale ladrón y el otro es honrado?

-Además, no exageremos -observa Abel-, los ladrones que aterrorizan a la gente están muy lejos de pasar hambre. Basta observarlos para darse cuenta de que están bien alimentados y, en algunos casos, demasiado bien alimentados. Un indigente con hambre no puede salir a robar, organizar un secuestro, asaltar un banco o manotearle la cartera a una mujer o a un jubilado.

-¿Y entonces qué hacemos... los matamos a todos? pregunta indignado José.

-Por ahora me conformo con meterlos presos -contesta Marcial.

-Por ahora -repite Abel.

-Yo creo que para encarar bien este tema, hay que cambiar la percepción del problema -explica Marcial, porque hasta ahora jueces, periodistas, e incluso policías han estado más preocupados por los delincuentes que por sus víctimas. Ahora hay que entender que la preocupación es la víctima, a los que hay que proteger es a los miles de personas que trabajan, estudian, cumplen con la ley y corren peligros en manos de estos malandras.

-A mi me parece -digo- que la lucha contra la delincuencia hay que librarla en el marco de la ley, pero apoyándose en el rostro coactivo de la ley.

-Es como dijo Giuliani en Nueva York: tolerancia cero- sentencia Marcial.

-Yo insisto en la necesidad de ir más a fondo y tomar medidas sociales que atemperen la pobreza -insiste José.

-Y dale con la pobreza. ¿Vos creés que los tipos que hoy están robando y matando, van a dejar de hacerlo porque vos les des un trabajo o algo parecido? -pregunta Abel.

-Si lo que no quieren es trabajar. Y vos creés que sos el Rey Mago porque les proponés que trabajen -le dice Marcial a José.

-Me parece que están exagerando -responde José.

-No mucho -contesta Marcial.

-Yo creo -reitera Abel- que una sociedad puede darse el lujo de ser garantista y comprender la tragedia espiritual de los delincuentes, cuando está más o menos estabilizada, pero cuando todo está dado vuelta y los delincuentes hacen lo que les da la gana, el garantismo necesariamente debe retroceder porque hay que reprimir.

-Esa era la palabra que no quería escuchar -exclama José.

-Esa es la palabra que hay que aprender a escuchar -repite Marcial- reprimir dentro del marco de la ley, pero reprimir. La ley, la costumbre, la conciencia social lo exige. No se puede enfrentar a delincuentes armados con palomitas blancas, sobre todo delincuentes armados que son cada vez más porque saben que en el peor de los casos lo que les puede pasar es una breve temporada en la cárcel, de donde van a salir para seguir delinquiendo.

-Ahora me queda claro: hay que matarlos a todos -enuncia José con enojo.

-La primera solución es hacer cumplir la ley. Por las buenas o por las malas -puntualiza Abel-, la policía usa armas no porque le hacen juego con el cinto o con la camisa, sino para usarlas, usarlas tal como lo prescribe la ley, pero usarlas, sobre todo cuando hay que proteger una vida o salvar una vida.

-Todo está muy lindo -digo- pero acá tenemos otro problema.

-¿A qué problema te referís? -pregunta curioso, Abel.

-A la policía. El otro día leí en un diario que en la Argentina el ochenta por ciento de los problemas de la delincuencia se resolverían si la policía no tuviera bolsones inmanejables de corrupción.

-Lo de Giuliani está bárbaro -dice Marcial-. pero para eso hace falta una policía que funcione.

-¿Y ésta no funciona?

-Funciona, pero más o menos -digo.

-O sea que primero hay que depurar a la policía de delincuentes y recién después hay que ponerla en actividad -recapitula Abel.

Lamentablemente hay que hacer todo al mismo tiempo -subrayo-. Tenemos la policía que tenemos y las urgencias que tenemos. Todo lo que se pueda corregir se corrige, pero mientras tanto la policía tiene que estar en la calle previniendo al delito o metiéndole bala al delito.

-No comparto -concluye José .