Preludio de tango

Alfredo Gobbi, el violín romántico de Buenos Aires

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Manuel Adet

 

Esa noche de otoño de 1942, el distinguido y selecto cabaret Sans Souci de calle Corrientes lucía con todo su esplendor. Hombres de smoking y mujeres con vestidos largos y estolas de visón esperaban que se inicie la función conversando en voz baja, tomando algún trago y fumando, ellas con largas boquillas. Los mozos circulaban atentos a| la señal de su privilegiada clientela.

Alrededor de las once de la noche, el maestro de ceremonia se presentó en el escenario, saludó al público y anunció el debut de la orquesta de Alfredo Gobbi. Los músicos se presentaron y el público los aplaudió de pie. No se trataba de desconocidos. Allí estaba, en primer lugar, Alfredo Gobbi con su violín, el mismo que poco tiempo después lo habilitara para ser reconocido en la noche porteña como “el violín romántico de Buenos Aires”.

Quienes lo acompañaban eran músicos respetados y de destacada trayectoria. Juan Olivero Pro en el piano; Deolindo Casaux, Toto D’Amario, Mario Demarco y Ernesto Tito Rodríguez en la línea de bandoneones; Bernardo Herminio y Antonio Blanco con los violines; Juan José Fantín en el contrabajo y los cantores Julio Lucero -que luego pasará a llamarse Osvaldo Ribó- Walter Cabral y Pablo Lozano.

Esa noche el Sans Souci consagró para siempre a Orlando Gobbi. Los presentes pudieron disfrutar entre otras exquisiteces de “Desvelo”, “De punta y hacha”, “Cavilando”, pero sobre todo pudieron apreciar la personalidad, el estilo inconfundible que este músico le dará a su orquesta, un estilo que se nutrió en la escuela decareana y en la academia de Di Sarli, aunque, como todo creador, supo apoyarse en esas influencias para construir algo propio, un algo donde el rol del piano y su típica “marcación bordoneada”, el particular vibrato del violín y esa suerte de swing, que, como dijera un crítico, en el tango merece calificarse de estilo canyengue, aquello que los músicos profesionales califican como la “roña”, una manera secreta y desacartonada de interpretar que en Orlando Gobbi será su marca de fábrica.

Con Gobbi ocurre algo muy particular. No es un músico reconocido por el gran público, su presencia es algo así como un código secreto entre iniciados, entre tangueros de paladar exigente. Cuando falleció en 1965, a una edad en la que todavía tenía mucho para dar, no faltó quien considerara que su nombre desaparecería de la historia del tango. Si nunca fue muy famoso en vida -dijeron- mucho menos lo será después de muerto.

Sin embargo, los agoreros se equivocaron una vez más. La presencia de Gobbi en el tango fue creciendo. Y fue creciendo de la mano de los grandes. Astor Piazzolla, que nunca regalaba un elogio, recomendaba a los músicos de su orquesta que lo estudiaran a fondo; Eduardo Rovira, el otro grande de la música tanguera, le dedicó “El engobiao” y Aníbal Troilo lo consideraba un fuera de serie. Algunos años después, Néstor Marconi compuso en su homenaje “Alfredeando”. Es así como de la mano de semejantes padrinos, Gobbi ingresó de una vez y para siempre a la inmortalidad.

Había nacido en París el 14 de mayo de 1912. Nació en un hogar de músicos y cantores. Su padre era Orlando Eusebio Gobbi y su madre, Flora Rodríguez. “Los Gobbi”, como se los conocía en aquellos años, eran el dueto más famoso de París. Como para que al bebé ningún auspicio le faltara, su padrino de bautismo fue, nada más y nada menos, que Ángel Villoldo. Con semejantes credenciales el destino del recién nacido estaba casi escrito.

Cuando los Gobbi regresaron a Buenos Aires se instalaron en el barrio de Villa Ortúzar. La música estuvo presente en la vida del niño como la pelota de fútbol en la casa de cualquier chico de barrio. A los trece años, el muchacho debutó en un bar de Chacarita acompañado de quien sería su amigo y su músico preferido: Orlando Goñi. Gobbi estudió violín en el Conservatorio Falconi de avenida Santa Fe y Canning y en 1926 cuando aún no había cumplido los quince años compuso su primer tango: “Perro fiel”. Al año siguiente ya estaba actuando en la orquesta Teatro Nuevo, dirigida por el maestro Antonio Lozzi.

A pesar de su bohemia parisina, su padre intentó que el muchacho se dedicara a la música clásica, pero el destino, la sangre o lo que sea, pudo más. Como todos los músicos de ley, Gobbi fue aprobando con excelentes calificaciones las materias que lo habilitaban para entrar por la puerta grande del tango. En esos vagabundeos musicales tocó con Pacho Maglio, Elvino Vardaro, Manuel Buzón, Jaime Goris. En 1930, fundó un trío con Orlando Goñi y Domingo Triguero. Después integró el sexteto con Vardaro y Pugliese. Luego llegará la experiencia con Aníbal Troilo, Alfredo Attadía y Agustín Funchi en el contrabajo. En 1935 su acompañante será Pedro Laurenz y en Montevideo integrará la orquesta de Pinto Castellanos. Ya para entonces se destacaba como violinista y pianista y sus colegas ponderaban sus dotes de compositor y arreglador.

O sea que cuando Gobbi formó su primera orquesta en 1942, ya era un músico cuyos zapatos estaban gastados de caminar por los más diversos escenarios y caminos de la noche tanguera. En 1945 debutó en la radio y en 1947 grabó su primer disco en el popular sello Rca Víctor. Se trata de “La Viruta” de Vicente Greco y “La Entrerriana” escrita por su propio padre. Los temas fueron interpretados vocalmente por Carlos Heredia y Hugo Soler.

Durante una década la orquesta de Gobbi le dará lustre al tango y por allí desfilarán músicos y cantores de jerarquía. Vale la pena mencionar algunos nombres: Ernesto Rivero, Lalo Benítez y Osvaldo Tarantino en el piano; Mario Demarco, Edelmiro D’Amario, Eduardo Rovira y Osvaldo Piro en los bandoneones; José Fantín, Omar Sansone, Alcides Rossi y Monteleone en el contrabajo y Hugo Varalis, Antonio Blanco, Eduardo Salgado y Miguel Silvestre en los violines.

Los cantores supieron estar a la altura de las exigencias del director. Se trata -entre otros- de Alfredo del Río, Jorge Maciel, y quien fuera el maestro del polaco Goyeneche, Ángel Díaz. Para concluir, quienes quieran o aspiren a disfrutar de un tango sobrio, elegante, digno de ser escuchado y bailado, deben acercarse a los discos de Gobbi que hoy, felizmente, están disponibles. Temas como “El andariego”, dedicado a su padre, “A Orlando Goñi”, “Camandulaje, son imperdibles. Personalmente descubrí a este gran señor del tango hace muchos años. Se trataba de una grabación de 1954 donde Tito Landó interpreta “Cuatro novios”. Desde ese momento siempre me consideré un leal seguidor de su talento.