EDITORIAL

Atropellos y atentados contra el periodismo

En las últimas semanas las agresiones y amenazas contra periodistas por parte de los poderes públicos han arreciado. En Buenos Aires, Bariloche, Córdoba, diferentes profesionales de la prensa sufrieron los desplantes de los gobernantes molestos por las preguntas que les hacían, importunados por las notas que escribían o fastidiados por las críticas.

 

La violencia se hace extensiva incluso a periodistas oficialistas atacados por quienes paradójicamente se movilizaban ante los Tribunales reclamando mayores libertades. En todos los casos, el periodista parece ser el chivo expiatorio, el responsable sobre el cual se descarga la furia desconsolada de los poderosos, oficialistas y opositores.

Lo sucedido en escala nacional se reproduce a lo largo y a lo ancho del país, ya que, como es de público dominio, en cada una de las ciudades y pueblos de la Argentina existen radios, canales de televisión y periódicos. En ese universo extendido en la trama de la sociedad civil, la labor de los periodistas es decisiva y, probablemente, sea ese rol el que moleste.

Sectores de la opinión pública han manifestado que a veces los periodistas exageran sus padecimientos. Que una amenaza anónima, un desplante, un insulto e incluso algún coscorrón, no justifican tantas quejas. La pregunta a hacer en estos casos es la siguiente. ¿Esperan una tragedia, una muerte, para recién levantar la voz?

Hay que decir al respecto, que las estadísticas en América latina en materia de atropellos y atentados, coloca al gremio periodístico como uno de las principales víctimas. Sin ir más lejos, en estos días un periodista francés fue liberado en Colombia después de haber estado secuestrado por las FARC. En México, el narcoterrorismo ha ubicado a los periodistas como sus víctimas privilegiadas. Algo parecido ocurre en Perú, Ecuador y Bolivia.

Los países centrales tampoco están eximidos de estos problemas. Sarkozy responsabilizó de su derrota electoral a la prensa; Berlusconi dice que fueron los periodistas los que lo acorralaron. En estos días, como consecuencia del escándalo que estalló en el Vaticano, escándalo que ha llevado al calabozo al mayordomo del Papa, los voceros oficiales de la Santa Sede no han tenido empacho en declarar que los medios de comunicación fueron los responsables de agravar el escándalo.

Como se podrá apreciar, el tema es delicado y merece ser atendido. La prensa y el periodismo responsable molestan a los poderes constituidos y particularmente a los poderes corruptos y despóticos. La situación se agrava cuando desde la máxima autoridad política se dedican largas parrafadas contra los periodistas y los medios.

En defensa del gobierno, se dice que a la presidenta o a los ministros les asiste el derecho a defenderse. Lo que la experiencia histórica enseña al respecto es a prestar atención a la desproporción de la relación. Que un presidente de la Nación o un ministro la emprenda contra un movilero o un cronista, ejemplifica lo que estamos hablando. Atendiendo a esa desproporción es que los gobernantes democráticos prefieren responder con el silencio, sobre todo porque sus ataques pueden ser interpretados como una señal de acción por parte de sus seguidores, y de allí a la tragedia hay un solo paso.