Súper problemas

Yo siempre tengo problemas en el súper. No se trata ya o todavía de errarle a la caja y aterrizar en la que no te da bolsitas. Sino que nunca acierto con el carrito adecuado: cuando llevo uno enorme traigo una lechuga y un vino. Y cuando agarro esos pequeños, de mano, siempre me quedan chicos. Al final, el tamaño es importante.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Súper problemas
 

No sé si les pasa, pero yo tengo una marcada inadecuación respecto del tamaño correcto del carrito. Siempre caigo en la trampa, vaya solo o acompañado, de ir a comprar sólo dos pavadas y después resulta que ya son veinte pavadas. La misma inadecuación me lleva a entrar al súper “con lo puesto” y voy derecho a buscar las dos pavadas, pero en el camino me transformo en un pavo que se llena de pavadas y mis manos y brazos comienzan a ser desbordados.

En un momento, sé que caí otra vez, que debí traer un canasto, y cuando llevo el canasto de entrada, advierto en algún momento sobre todo cuando se me cae el salamín picado fino al suelo- que en realidad necesita un carrito pequeño. Y cuando elegí el carrito pequeño, reclamo a gritos el grande y así todo el tiempo. Es como entrar en una fiesta y sentir que estás vestido de manera incorrecta.

En primer lugar, nuestras manos dúctiles y nuestros brazos poderosos bueno, no es por presumir, pero fui al gimnasio en el verano de 1986- suelen ser puestos a prueba por los diferentes tamaños de las cosas. A ver: uno no quiere socializar los envases para que sean todos iguales. Pero es jodido portar al mismo tiempo una botella de totín, el envase de gaseosa para los chicos un mamotreto que te ocupa lugares preciosos de tu cuerpo-, naranjas, dos yogures light (y hasta ahí más o menos estamos en lo que realmente viniste a buscar) y luego dos latas de atún, un melón en oferta, un paquete de yerba porque te acordaste que yerba no hay sin segundas intenciones, y luego te llamaron por teléfono desde tu casa (y es un engorro maniobrar el celular con todas las manos ocupadas) para que traigas también un jabón líquido así y asá para el lavarropas y una caja de toallitas sin alas marca ajum ajam. Y ya estás en problemas, desbordado y puteando y queriendo transformarte en una divinidad oriental de múltiples brazos.

Al principio, me parece, uno todavía es solvente en la utilización tradicional de las manos. Pero llega un momento dramático, un punto de inflexión en que cruzás un brazo sobre el pecho, te inclinás un poquito hacia atrás y generás una especie de estante de carne con tu antebrazo. Y allí ponés el frasco de mermelada, un movedizo saché de leche, tres pepinos que nadie te pidió pero a vos te gusta la ensalada de pepinos, y otras cosas más. Te queda una mano libre pero ya indefectiblemente llena de cosas. Y ya venís caminando torcido, despacito y perdés elegancia y capacidad de maniobra. Para cuando debas estirarte hasta el estante de los rollos de cocina, estás francamente en problemas o haciendo papelones (de cocina o no).

Además, sin darte cuenta, en ese sencillo acto de acumular algunas pavadas más ya quedaste fuera de la caja rápida, así que vas a la cola que no es rápida y vos con todas esas cosas mal colgando de tu cuerpo.

La otra trampa en la que podés caer es en la supuesta cercanía de tu casa con el súper. No usás el auto, felizmente no llevás tampoco esos prácticos changuitos con ruedas que casi son sinónimo de jubilación o entierro social y entonces, canchero y deportista, te vas caminando. El regreso es tortuoso: ocho bolsitas retorciéndose en cada mano, enterrándose sus traidoras manijas en tus dedos, que luego quedan como muñones, o con artrosis o parálisis, o colorados como bragueta de ladrillero...

Y nos vamos yendo, inclinaditos y cargados, contentos y descontentos al mismo tiempo, mientras nos juramos que la próxima vez, la próxima vez vas a agarrar el changuito más grande del súper, así entres sólo y solo para llevarte un aperitivo o un paquete de maní salado. Seguime, seguime, chango...