EDITORIAL

Un mundo de contradicciones

Uno de los rasgos distintivos de las economías capitalistas es su carácter cíclico. A los períodos de expansión le suceden los de ajuste -en muchos casos inevitables- porque es necesario corregir las distorsiones que ese crecimiento ha provocado. El procesamiento de esta realidad no fue un proceso sencillo, ya que durante mucho tiempo economistas y políticos estuvieron dominados por la idea del progreso lineal y sostenido que negaba la existencia de las crisis con la convicción de un creyente.

Después de 1930 ese optimismo dio lugar a una mirada más realista de las posibilidades y límites de la economía capitalista. En ese contexto fue que adquirieron status teórico soluciones heterodoxas, entre las cuales la de Keynes fue la más controvertida y eficaz. De todos modos, y más allá de los debates teóricos, lo cierto es que siempre se supuso que con algunas decisiones oportunas y, en más de un caso, dolorosas, las crisis podían superarse. Así se entiende que cuando en 2008 se produjo el colapso financiero en los Estados Unidos, la mayoría de la clase dirigente entendió que en un par de años el proceso de crecimiento podría reanudarse.

La realidad demuestra que la crisis ha venido para quedarse, por lo menos un tiempo más prolongado del que vaticinaban los más optimistas. Los datos dan cuenta de una crisis estructural provocada, entre otras causas, por sociedades acostumbradas a vivir por encima de sus posibilidades reales. Durante años se supuso que la productividad alentada por los avances tecnológicos y la capacitación de la mano de obra, permitirían al conjunto de la sociedad resolver satisfactoriamente los costos y deudas que esa dinámica de consumo entrañaba.

Lamentablemente, el escenario en los últimos treinta o cuarenta años ha cambiado y la fórmula que entonces parecía perfecta hoy ya no lo es. Al respecto, no se puede perder de vista que el perfil demográfico de las sociedades no es el mismo, que la relación de activos y pasivos se ha alterado peligrosamente y en este contexto la presencia de los inmigrantes complica aún más la situación.

Lo cierto es que en el período de expansión los trabajadores conquistaron derechos económicos y sociales justos, pero que tal como se presenta la situación, pueden no disfrutarse en el futuro porque dificilmente haya recursos para pagarlos. Es lo que está sucediendo, con las variaciones del caso, en Europa, pero también en países como los nuestros.

No se aprecia hasta el momento una solución consistente que permita atender los costos sociales que ha provocado el extraordinario crecimiento demográfico y la evolución de los mercados. Por lo pronto, los sistemas educativos no han logrado capacitar a los jóvenes para el exigente mercado laboral que los aguarda. En muchos países, los estudiantes se han endeudado para obtener títulos que quizá no le sirvan demasiado. El contraste entre las expectativas que alentaron y la deplorable realidad que se les ofrece los indigna, pero es difícil que sus justos reclamos sean atendidos.