EDITORIAL

Malhumor social y más conflictos

Sin duda sería una exageración comparar los recientes cacerolazos en Buenos Aires con lo ocurrido en 2001, pero el gobierno pecaría de imprudente si subestimara las señales que están dando las clases medias urbanas. Tal como lo expresan los principales analistas políticos, se está produciendo en la sociedad una leve mutación de sus preferencias, fenómeno que si no es procesado a tiempo puede llegar a radicalizarse.

 

Y en este sentido, da la impresión de que las recientes decisiones del oficialismo para afrontar estas perturbaciones corren el riesgo de agravarlas. En primer lugar, no se observan decisiones importantes para afrontar la inflación. Por el contrario, se apuesta a medidas restrictivas como el cepo cambiario o los límites a las importaciones; también, a propagandizar la pesificación. Pero es difícil que puedan subsanar problemas; antes bien, acentúan el mal humor social.

Las causas y los motivos que movilizan a los manifestantes son diversos y en algún punto contradictorios. Lo que no se debe perder de vista es que el síntoma existe y que no se resuelve con actitudes soberbias. La indisimulable erosión que los índices inflacionarios provocan en los ingresos, debe ser abordada con seriedad y no con consignas facilistas y simplificadoras.

El oficialismo no debe perder de vista que la economía argentina está marchando hacia una nueva crisis y esta vez la causa principal no son los clásicos ciclos de la economía globalizada, sino los errores de gestión gubernamental. Las declaraciones de sus voceros que califican a las manifestaciones críticas como expresiones de las clases medias altas recuerdan a consignas parecidas usadas en 2008, cuando la presidente no vaciló en calificar a la protesta rural como los piquetes de la abundancia.

Al respecto, no se deben soslayar los llamados “efectos imitativos” de la conflictividad social. Puede que los cacerolazos sean por ahora un fenómeno de las clases medias altas, pero un político prudente debería observar que la protesta se está extendiendo hacia el mundo del trabajo.

La reciente manifestación de la CTA opositora ha sido elocuente. Y a ello se le deben sumar las movilizaciones anunciadas por Moyano y el creciente clima de mal humor social en zonas del Gran Buenos Aires. Por último, no sería aconsejable perder de vista la incipiente pero consistente protesta rural.

La situación es institucionalmente delicada, porque las protestas se están llevando a cabo en el marco de una oposición política débil y fragmentada. Es más, en muchos casos la gente sale a la calle porque estima que quienes la deberían representar no lo hacen o lo hacen mal. Si bien el gobierno entiende que la disconformidad social tiene patas cortas porque carece de opciones alternativas, no debería perder de vista que también en 2001 el oficialismo de entonces pensaba parecido, hasta que la gente ganó la calle al ritmo de la consigna “que se vayan todos”.