Ayer y hoy

Los Kelpers antes de los ochenta

Prof. Teresa Sandoz

“Eramos una pequeña comunidad de 1800 personas buscando vivir tranquilos y seguros en esta época. Aquí teníamos una vida serena y pacífica. Y ahora encaramos un cambio. Un gran cambio... Pensar que todo lo que queríamos era vivir en soledad...” (1)

En el artículo firmado por Silvia Fesquet “La tercera invasión” la periodista cita a una habitante de Pto. Stanley que expresa: “Pasábamos el día en el jardín, cruzábamos los campos para recoger fresas o atravesábamos los fangales de turba, nuestro combustible. Esto se acabó” y completa con la opinión del vicario anglicano Harry Bagnall que recuerda: “Había épocas del año en que ese era nuestro único tema de conversación. Ahora las minas diseminadas por el campo acabaron con nuestra preciosa libertad de juntar turba” (2).

La dueña absoluta de las Islas

En 1833 los ingleses usurparon las Islas Malvinas y desalojaron a las autoridades argentinas. Once años después, en 1844, la Corona Británica firmó con Samuel Fisher Lafone, un comerciante ambicioso que vivía en Montevideo un contrato de venta de la Isla Malvina Este por 65.000 libras esterlinas (en 1982 eran 140.000 dólares al cambio de esos años) y así nació la Falkland Island Co, la empresa monopólica que administró las Malvinas durante 131 años. Es interesante decir que Lafone jamás piso las islas, pero el esquema de dominación financiera y laboral se mantuvo. Fue un típico y anacrónico modelo colonial al estilo de la East India Co y de la British South Africa Co; la empresa cambió de mano y con nuevos grupos financieros el negocio siguió siendo el mismo: la exportación de lana sucia (al comienzo buscaron explotar ganado vacuno pero lo desplazó el ovino). Esta actividad comprendía el 46 % de las islas, un tercio de su fuerza laboral, con 650 mil ovejas que pastaban en las 29 estancias de las Malvinas; además la empresa monopólica dominaba toda la actividad bancaria y naviera. Y del mismo modo que bajo la administración de Luis Vernet, el representante del gobierno argentino antes de 1833, se pagaba a los trabajadores con vales internos de uso en las tiendas de ramos generales, propiedad de la empresa.

La Falkland Island Co, cambió de mano formando parte de otros grupos financieros, siguió con el negocio de exportación de lana sucia y como empresa monopólica fue intransigente en los intentos de diversificar la producción. Según el artículo “La madre del borrego”, “fracasaron contactos entre productores de las islas y técnicos del INTA argentino dirigidos a rotar el pastoreo y resembrar el suelo, una medida imperiosa para mejorar la producción lanera e incorporar otras fuentes de riqueza: nuevos cultivos y ganadería bovina lechera a establo” (3). La empresa colonial impidió la instalación de un frigorífico y una explotación pesquera de base industrial y también la explotación de las abundantes algas de la costa. Kelpers viene de “kelp” que es un alga que flota alrededor de las islas.

Entre 1970 y 1974 la Falkland Island Company, dueña virtual del archipiélago, remitió a sus accionistas en Londres el 96% de sus ganancias. Monopolizaba todo: bancos, estancias, almacenes, trabajo y dinero de los Kelpers; el 4 % restante se distribuía entre productores y agricultores de las islas. La moneda de las islas, “Falkland Pound” era inconvertible en el resto del mundo y por eso el que se iba de las islas lo hacía con los bolsillos vacíos.

“Esta realidad económica, sumada al rigor del clima malvinense hizo que la población estable se mantuviera siempre en disminución, por lo menos desde 1936, año en que se registró el récord de pobladores: 2.392. En 1982 esa cifra cayó a menos de 1.800 y la empresa colonialista tuvo que recurrir a la importación de mano de obra para mantener la máquina en marcha. Si bien no hay cifras exactas, se cree que casi el 30 % de los actuales habitantes de las islas llegaron por esa vía (esto se escribe en 1982) (4).

Aunque parezca mentira

En 1977 dos empresarios argentinos intentaron comprar (por separado) la compañía Falkland Islands Company (grupo Charington) pero la operación se frustró por expresa indicación del gobierno inglés. Uno de ellos fue César Cao Saravia, reconocido empresario metalúrgico de la época peronista. Cuando los periodistas le preguntaron cuál podría ser el monto de la transacción contestó: “estimo que unos diez millones de dólares”. Este empresario metalúrgico había colaborado económicamente con la expedición al Polo Sur encabezada por el Gral. Jorge Leal y había donado dinero para la Operación Condor Malvinas de 1962. El otro empresario fue Francisco Capózzolo, ganadero que viajó hasta Londres con su propuesta de compra de la compañía Falkland Islands sin resultados, ya que el director gerente de la empresa fue muy claro: “Lógico que el gobierno de mi país prohíbe la venta de la compañía a intereses argentinos ya que ello significaría virtualmente cederle a la Argentina la posibilidad concreta de imponer una política no británica a las islas... superaría los límites de un negocio privado común”... (5).

A partir de 1982. El paraíso perdido

En una publicación reciente el periodista Nelson Castro, que visitó las Malvinas trasmitiendo un programa radial desde las mismas dice “aquí se experimenta la presencia de la soledad. Este es un lugar absolutamente alejado del mundo. En esta ciudad (Pto. Argentino) viven 2.500 almas que no olvidan ni por un segundo el horror que para ellos significaron los 74 días que pasaron desde el 2 de abril hasta el 14 de junio de 1982, lapso durante el cual las tropas argentinas ocuparon las islas”. Y más adelante aclara: “Hasta esa fatídica fecha del 2 de abril de 1982 reinaba en los kelpers un sentimiento de afecto y gratitud hacia nuestro país, que la mayoría —por no decir la totalidad de los argentinos— desconocíamos. El vuelo semanal de LADE, la pista del aeropuerto construido por el Ejército Argentino, el abastecimiento de combustible a través de YPF de entonces, la atención médica de muy buena calidad que se brindaba a los isleños en los hospitales públicos de Comodoro Rivadavia y de Buenos Aires... hechos que se recuerdan con afecto...” (6). Todo eso se perdió.

Pero también hay que destacar lo que para los habitantes de las islas sería como “la tercera invasión” ya que la reconquista británica de las Malvinas cambió totalmente la vida de los kelpers (luego de transcurridos seis generaciones de isleños, según el periodista R. Alaniz); más que Kelpers muchos prefieren llamarse Falklanders o Islanders. Lo único que reconocen como positivo es que hasta la guerra los lugareños se sentían ciudadanos de segunda categoría respecto de los británicos. Eso hoy cambió. Son ahora ciudadanos de “pleno derecho”.

¿Cuántos son esos ciudadanos? Algunos como el Dtor. de Consultora Equis dice que luego de la guerra no son más que 3.000 habitantes, de las cuales al menos 1.000 son militares y 300 residentes chilenos. (7)

Para el periodista N. Castro hay “2.500 habitantes en Pto. Argentino y 2.500 en el resto de las islas; pero de todos ellos 2.000 habitan la Base Militar de Mount Pleasant, de los que 1.500 son militares y 500 civiles; los 500 habitantes restantes se distribuyen en las islas Soledad y Gran Malvinas. La Base militar está ubicada a 50 km de Puerto Argentino pero el personal que allí es desempeña no tiene ningún contacto con la población malvinense. Es un coto cerrado, y los soldados, además de no tener contacto con la población no tienen mayor idea sobre las islas. El Príncipe Williams estuvo allí pero no tuvo el mas mínimo contacto con los kelpers”(8).

Corolario

Con la instalación de las tropas británicas en las islas todo cambió para los kelpers; nos remitimos al comienzo de esta nota y a los comentarios hechos por los habitantes antes de los ochenta, y la sensación del paraíso perdido(9).

Hoy se vive una prosperidad económica mayor que proviene de la pesca (40 %), la explotación de la lana (10 %) y un 50%, del turismo (8). ¿La visitan muchos argentinos? No hay datos seguros pero además de viajeros de otras partes de Latinoamérica, llegan familiares de víctimas de la guerra, veteranos que vuelven a las islas, muchos sin acercarce al cementerio de Darwin y deportistas; por ejemplo, en marzo pasado se realizó una maratón: al parecer forman un grupo llamado “Dimos Todo” y son veteranos de guerra (10).

Con excepción del entonces Canciller de Menem, Guido Di Tella, en los últimos 30 años la clase política no ha pisado las islas para contactarse con las autoridades o vincularse con los kelpers.

La posibilidad de la riqueza y explotación petrolera abre un futuro de mayor prosperidad económica. Finalmente, ¿todos los kelpers se harán ricos? Según el consultor Rosendo Fraga, Malvinas tiene el cuarto ingreso per cápita del mundo después de Qatar, el principado de Liechtenstein y Luxemburgo. El mismo municipio malvinense cuenta con numerosos ingresos sólo con las licencias pesqueras que le permiten realizar obras de infraestructura y optimizar la educación y la salud. Aunque en los últimos años ha aumentado el alcoholismo y la tasa de divorcios, en otros aspectos se ha mejorado y se nota en los jóvenes malvineros que se van a estudiar afuera y, contrariamente con lo que sucedió en otros tiempos, luego regresan a las islas.

Pero queremos terminar con el comentario de un ama de casa malvinense que concluída la guerra albergaba a nueve soldados ingleses. Nostálgica de los tiempos idos, se quejaba: “Lo que yo me pregunto es quién nos rescatará ahora de ellos”... y no se refería precisamente a los argentinos. Pero, luego de 1982, tienen rutas, infraestructura, un secundario modelo, ciudadanía inglesa para los habitantes y ¡oh sorpresa! subdivisión de la tierra, en una suerte de reforma agraria que permitió a los granjeros locales comprar parcelas antes concentradas en grandes estancias de propietarios ausentes que residían en Londres. Interesante proceso que generó la clase media... (11) Daría la impresión de que cada vez se alejan más de nosotros...

Los Kelpers antes de los ochenta

Luego de 1982, tienen rutas, infraestructura, un secundario modelo, ciudadanía inglesa para los habitantes y subdivisión de la tierra, en una suerte de reforma agraria que permitió a los granjeros locales comprar parcelas. Foto: DPA