¿El azar o el sentido de la vida?

Por Arturo Lomello

Es sobremanera sorprendente que personas que ejercitan con precisión la racionalidad a través de distintas disciplinas científicas, o que investigan con acierto el aspecto de la realidad en que se desenvuelven, cuando se enfrentan con la cuestión fundamental o sea el sentido de la vida, cierren las puertas de la racionalidad y nieguen la evidencia de que hay una inteligencia que gobierna nuestra vida y la del universo.

¿Cómo se puede negar, por ejemplo, que la sutil organización de nuestra individualidad psicofísica es el fruto de la creación de una inteligencia que está en el origen de todas las cosas? Y, sin embargo, hay quienes postulan al azar como causa del origen de la vida. Es muy curioso, en verdad, es como si los asustara la realidad de la existencia de un Creador Divino.

La racionalidad que se ejercita teniendo en cuenta la experiencia se encuentra así con un tope ante el cual se diluye porque en lugar de reconocer su limitación prefiere claudicar y explicar la medida mezquina y mecánica de una realidad que excede infinitamente y a la cual acceden la religiosidad y la poesía.

¿De qué sirven, entonces, todas las especulaciones del pensamiento si éste termina anulándose a sí mismo?

Justamente, la existencia del pensamiento evidencia que el hombre y su inteligencia son el fruto de una inteligencia creadora y trascendente. Como dice el evangelio “Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios” y esta afirmación es verdaderamente racional. Una racionalidad cerrada en sí misma transforma la realidad del universo en un hecho mecánico. Es la negación de una evidencia. Detrás de cada cosa, de cada ser, hay una inteligencia. Nuestro planeta, por ejemplo, no es materia muerta, hay un dinamismo creativo, un plan evolutivo y así todo lo que existe, de la misma manera que nuestra cara refleja un pensamiento que hay detrás y nuestros brazos cuando se mueven indican algún propósito de nuestra voluntad. No hay separación absoluta entre la materia y el sentido.