Mesa de café

De Moyano a Cristina y de Cristina a Moyano

Remo Erdosain

En el bar hay dos televisores. Nosotros -con la autorización de Quito- acomodamos la mesa para mirar al mismo tiempo el acto de Moyano y la inauguración que la presidente hace de una fábrica de chacinados en San Luis. El volumen está bajo porque -como ha dicho Marcial- lo que tiene que decir cada uno de ellos es tan pobre que a los espectadores con las imágenes nos alcanza y nos sobra.

-El discurso de la presidente del otro día -dice Abel- no tiene nombre. No se cansó de decir disparates.

-Yo por el contrario -tercia José- creo que la compañera está cada vez más lúcida.

En ese momento, Quito levanta el volumen del televisor y escuchamos a la señora discurrir acerca de la sexualidad de los chanchitos.

-Conmovedor -exclama Marcial.

-Yo creo que esta señora tiene que cambiar de psiconanalista -agrega Abel.

-¿Nadie le dice a esta chica -digo- que no se puede estar hablando todos los días, porque hasta el animador más carismático termina cansando?

-En el clima de alcahuetería que ella ha promovido, nadie se anima a decir nada, porque hasta el más valiente sabe que el “compañero” que está a su lado aprovechará la bolada para desprestigiarlo ante la señora -reflexiona Abel.

-Es lo que ocurre siempre con los regímenes obsecuentes -digo- nadie abre la boca, nadie se anima a decir que hay una nube en el cielo, aunque lo que se anuncie sea un huracán.

-Sigan criticando, sigan criticando -dice José al tiempo que mira a Moyano que gesticula en la pantalla mientras Venegas asiente con la cabeza- sigan criticando, lo mismo decían de Evita y hoy Evita es una santa.

-Para vos será una santa -exclama Marcial.

-Yo creo que esta chica -dice Abel, se está pareciendo cada vez más a Isabel que a Evita.

-¡No vas a comparar! -exclama José -el talento de Cristina con el de esa burra.

-Esa burra, como vos decís, es la que tu jefe eligió para esposa y, no conforme con eso, la dejó en la presidencia de la Nación -digo.

-Yo me permitiría corregirte -me dice Marcial- yo creo que la señora está más cerca de los personajes femeninos de Almodóvar que de Evita o Isabel.

-Siempre y cuando -digo- que admitamos que Isabel y Evita no son también personajes dignos del autor de “El matador”.

-Discrepo -dice Abel- a mí me recuerda a esas heroínas trágicas de los radioteatros de la siesta emitidos por Radio El Pueblo.

-A mí me recuerda a Isabel -insiste Marcial- esa autoreferencialidad permanente, esa expresión tensa, ese balbuceo histérico, esa persistente impostación...

-¡Cómo les duele que la compañera se pare firme frente a los poderes económicos! -dice José.

-Lo que duele son las estupideces que dice -responde Abel.

-Todo esto tiene un curioso contrasentido -digo- vos decís que lucha contra los poderes económicos y ella y sus amigos representan el principal poder económico de la Argentina.

-Digan lo que digan -dice Marcial- a mí me recuerda a lady Macbeth.

-Vos sos muy generoso -digo- a mí me evoca a Nené de “Boquitas pintadas”.

-Para mí es como Eva -insiste José

-Yo corregiría -dice Abel- y en lugar de Eva la asociaría con Emma.

-¿Qué Emma?

-Emma Bovary -completa Abel.

-Siempre comparando con Europa -se queja José- a los gorilas se los distingue por su odio al pueblo y esa costumbre de mirar a Europa en lugar de mirar a la patria.

-Emocionante lo suyo -dice Abel.

Quito apaga uno de los televisores y el que queda ocupando toda la escena es Moyano. Habla con tono cauteloso, da la sensación de querer quedar bien con unos y con otros, pero sobre todo pareciera que se cuida por pronunciar bien las palabras, por no comerse las “S” cosa que nadie diga que es un gremialista bruto.

-¡Qué tipo que nunca me gustó! -exclama Abel.

-A vos lo que te molestan son los trabajadores -acusa José.

-Moyano fue trabajador allá lejos y hace tiempo -digo.

-Hoy es un empresario -dice José, que no le perdona a Moyano haberse peleado con su jefa

-Todo lo que Moyano hizo de malo -pontifica Marcial- lo hizo con la luz verde de los Kirchner. Si fue matón, corrupto, burócrata, si se quedó con la plata de las obras sociales, si es un empresario patotero, todo lo aprendió al lado de ellos.

-A mí tampoco me gusta -musita Abel.

-Anda acostumbrándote a él -observa José- porque es el nuevo líder de la oposición.

-Que encanto -dice Marcial mientras toma un trago de té- para oponerse a Cristina hay que estar con Moyano. Ustedes sí que son geniales para presentar las alternativas.

-Si no te gusta Moyano andá pensando en Scioli.

-¿Y si no me gusta Scioli? -pregunta Abel.

-Tenés la posibilidad de jugar con Macri.

Abel está por contestar, pero el que toma la palabra soy yo:

-Si siguen así, la única alternativa seria va a terminar siendo Altamira. Por lo pronto, yo ya empecé a pensar en la posibilidad de votarlo.

-Yo ni mamado -dice Marcial- no hay nada más rompe pelotas que un trosko y si llegan a ser muchos ya no hace falta ir al infierno.

-Peligro que nunca vas a correr -digo- porque cuando los troskos son un poco más de cinco, se dividen.

-Discutan, saquen el cuero y hagan lo que hicieron toda la vida -dice José- pero a Cristina no hay con qué darle. Y prepárense para soportarla muchos años, porque como viene la cosa es la candidata segura para el 2015.

-No puede serlo -exclama Abel- la Constitución lo prohíbe.

-Hoy lo prohíbe -contesta José- pero mañana tal vez no.

-¿Otra vez van a reformar la Constitución? -pregunto.

-Por qué no -responde- si somos democráticos no tenemos por qué tenerle miedo al voto popular.

-Yo creo que esta mujer debe darse por bien pagada con llegar al 2015 -dice Abel.

-Comparto -dice Marcial- pero sospecho que si no concluye el mandato no va a ser porque la quisieron destituir, sino porque ella va a renunciar.

-¿Y se puede saber de dónde sacaste eso? -pregunta José.

-De verle la cara -contesta Marcial- esa mujer no da más.

-Todo lo contrario -afirma José- ella es la que nos da ánimos a cada uno de nosotros.

-¿Vos te referís a la platea obsequiosa que acompaña sus monólogos? -pregunta Marcial.

-En mi vida vi un rebaño de serviles tan obsecuentes -exclama Abel.

-Lo que a mí más me llama la atención -digo- es que aplauden antes de que ella termine la frase y, en más de un caso, sonríen y asienten con la cabeza para darle a entender que están con ella antes de que ella haya dicho una palabra.

-O sea que, diga lo que diga, ellos siempre la van a aplaudir.

-Exactamente -digo.

-Para eso están -agrega Abel.

-No comparto -concluye José.