Otro tiempo

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Por Pablo Cruz

 

“El viento que arrasa”, de Selva Almada. Mardulce Editora. Buenos Aires, 2012.

El reverendo, acompañado por su hija, recorre el país pregonando la palabra. El hogar de Pearson y Leni es su medio de transporte y en un deambular azaroso por las rutas del Litoral ponen rumbo hacia la casa del pastor Zack, en el Chaco. Pasando Gato Colorado el auto sufre una avería. Recalan en un taller mecánico a la vera de la ruta. Allí existen el Gringo Brauer y Tapioca, su ayudante y entenado; y los perros, y el monte achaparrado, y el calor sofocante de los primeros días de verano. El Gringo demora un día completo en reparar el vehículo y en ese período, con unos pocos flashback que ayudan a dibujar a los personajes, se desarrollan los hechos. Eso, tejido a la manera de un road movie, es lo que ocurre en El viento que arrasa, de la escritora entrerriana Selva Almada, novela que como una tela recién hilvanada parece a punto de desgarrarse en cada capítulo.

Pero no, la trama se abre mostrando que en la nada se avizoran otras cosas. Porque, justamente, una de las virtudes de la novela de Almada es reservar la densidad del relato a lo que no está totalmente dicho, ni siquiera insinuado. Ese vacío es tal vez lo que inscribe de El viento que arrasa, amén del placer de su lectura, la posibilidad de graficar un mundo nuevo y en él su carácter de obra. La crítica ha indicado la influencia de la literatura sureña norteamericana en la prosa de la autora, en función de ciertos condimentos recurrentes: lo marginal y lo rural, lo religioso, cierta moral ambigua, etc. Si sirviera de confirmación, Almada ha manifestado su inclinada admiración a esas narrativas casi con el mismo fervor con que en su adolescencia abrazara los libros de la colección Robin Hood.

Si bien aquellos tópicos hacen al relato, la riqueza del mismo está, quizá, en incorporar un nuevo espacio de frontera narrado no desde el centro sino desde la frontera misma; en el límite chaco-santafesino, la puerta del nordeste, el parroquiano que los remolca hasta el taller del Gringo preanuncia: “Bienvenidos al infierno”. Esa relación con la frontera vincula la novela con una tradición que la hace regional sin caer en regionalismos.

Sus personajes trashumantes recuerdan el vagar gauchesco por el territorio: a la manera borgiana le escapan a la ciudad manteniéndose en los bordes. Y desde la relación que mantienen con el presente parecen también querer pertenecer a otro tiempo. La asfixia y necesidad de evasión de los ‘90 atraviesan el relato.

Pearson media cada acto de su vida por la palabra bíblica y su misión en la Tierra forjando de sí mismo un instrumento atemporal; Tapioca semeja esos seres de la mitología popular que arrimados a las casas crecieron de forma silvestre, su tiempo está en los orígenes; la cosmogonía del Gringo Brauer orienta su fe a los órdenes de la naturaleza, la educación que le brindó al muchacho se apoya en ese vínculo más que en la confianza a las instituciones. Sólo Leni, conectada al walkman, parecer querer desprenderse y tender un lazo con lo que ocurre más acá de la frontera.

En un solo momento los personajes parecen estar centrados en el presente y liberados de sus roles. Es el instante en que las fuerzas de la naturaleza les devuelven su corporeidad: miran al cielo el espectáculo apocalíptico de la tormenta (preanunciada magistralmente a través del olfato de un galgo, acaso la cifra de dios) que rompe con el calor soporoso del día; la cerveza tomada a pico, los pelos revueltos y los ojos achinados por el vendaval, las camisas desprendidas y las barrigas expuestas, ajenos a cualquier mirada, a un paso de la ruptura de las reglas. Esas breves líneas parecen una cita a las celebraciones tribales que extraordinariamente desataban la fiesta orgiástica en algunos pueblos americanos y que tan bellamente describiera Saer en El Entenado. Ya en el interior de la casa, con el aguacero cayendo de manera constante, los ánimos, renovados, vuelven a la regularidad. Sin embargo un orden cambió y otros conflictos que no ameritan ser adelantados hallarán las condiciones para su paso.


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Selva Almada.