El retrato de la recordada Sissí


Romy Schneider, la belleza eterna

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Con su gran amor, el actor francés Alain Delon, en una foto tomada en 1959 en Munich, Alemania.

 

Fue uno de los rostros más hermosos que reflejó la pantalla. Pero por esas incongruencias de la vida, luchó para conseguir una felicidad que le fue esquiva. Disfrutó de belleza, fama, adulación y amor. Sin embargo, su historia está llena de frustraciones, dolor y pérdidas.

 

Ana María Zancada

Rosemarie Magdalena Albach-Retty Schneider nació el 23 de septiembre de 1938 en Viena. Sus padres eran actores, y ella creció sintiendo ya las incertidumbres de una vida cargada de logros, afanes y deseos de triunfos no siempre satisfechos.

Siendo demasiado pequeña sufre el abandono del padre, pero Magda, la madre, de fuerte carácter, tomó las riendas de la casa y pronto la pequeña se vio envuelta en el mundo del espectáculo. Juntas trabajaron en “Lilas blancas” y luego llegó lo que sería el triunfo para Romy a la vez que una pesada carga que tendrá que soportar a lo largo de toda su carrera: el rol de la dulce Sissí, a través de tres películas que la lanzaron a la fama, pero a la vez la encasillarían durante años en un rol almibarado y frívolo.

Su hermosa sonrisa, sus ojos que podían ser pícaros, románticos o increíblemente tiernos, marcaron su vida con el personaje que tal vez como ella, cargó con una búsqueda permanente e infructuosa de la felicidad.

Fueron tres películas y los productores le ofrecieron millones para una cuarta, que rechazó sistemáticamente. Quería hacer otra cosa. Demostrarse a sí misma y a ese público que admiraba su candor, que era capaz de algo más.

El gran amor

De todas formas, Sissí le sirvió para posesionarse en el mundo del espectáculo y liberarse de la tutela materna. Su presencia se convirtió en noticia en París, Viena, Roma, Nueva York. Mientras ella disfrutaba de su fama, la vida le tenía reservada la gracia de un gran amor, que fue como casi siempre sucede, también motivo de grandes frustraciones.

Con Alain Delon se conocieron en 1958, en el aeropuerto de Orly. Ella descendía, hermosa y radiante y Alain, joven actor entonces, la esperaba con un ramo de rosas rojas. Una escena perfecta que inmortalizaron flashes de todos los fotógrafos, inteligentemente convocados para eso.

Pero al margen de la escena armada, Romy sintió que su corazón latía más a prisa cuando los seductores ojos claros del joven galán francés, la observaban con ese dejo de picardía que lo caracterizó siempre. El flechazo fue mutuo, pero la diferencia estaba en que para ella era el amor; él sólo lo sintió así cuando al cabo de los años, la tragedia marcó el destino final. A partir de ese día, del primer beso que se dieron frente a cámaras, que a todas luces no fue ficticio, la dulce niña-mujer le entregó para siempre su corazón.

No fue así para el joven seductor, incapaz de ser fiel a un solo amor. Ella creyó haber alcanzado la felicidad cuando el 22 de marzo de 1960 se comprometieron en Lugano, Suiza.

La vida, un infierno

Pero la figura de Luchino Visconti se interpuso entre los dos. Por un lado rescató a Romy descubriendo al mundo su rostro de verdadera actriz a través de uno de los episodios de Bocaccio 70. Por otro lado, veraneaba en Jamaica con Delon. Romy no aceptó eso y trató de alejarse. Pero no puede evitar un sentimiento de frustración, amargura y rencor. Viajó a Norteamérica para presentar Bocaccio. En Hollywood, fue recibida como una reina. La gente la vio como una nueva Marlene Dietrich. Estando allá recibe la noticia que le parte el corazón: Alain Delon se casa con Nathalie Barthélemy. Romy arrastra su tristeza por París; cada calle, cada teatro le hacen recordar a su gran amor. “Mi vida es un infierno”, escribe en su diario en enero de 1965.

Pero ese mismo año, en Berlín, conoce a Harry Meyer. El tiene 41 años, catorce más que ella y es bastante conocido como director teatral. En julio de 1966 se casan en Saint-Tropez, y el 1° de diciembre nace David en Berlín. A los pocos meses, Delon anuncia su divorcio de Nathalie.

Romy transcurre sus días como una mamá cualquiera, paseando su bebé por las calles del elegante distrito residencial en que viven.

Otra vez Delon

Cuando Delon tuvo en sus manos el guión de “La piscina”, supo que su coestrella no podía ser otra que Romy. Jacques Deray, el director es el encargado de convencerla. Los diálogos de la película no hacen más que reflejar la realidad: “Soy feliz cuando estoy contigo. No pido más”. Delon: “Cuando una mujer se interesa en mí, me enamoro de ella al instante”.

Fue en vano que ella insistiese en que todo el tiempo no fue más que la relación profesional. Nadie en el set lo creyó así.

“La piscina” significó el regreso de Romy al estrellato y su ocasión de demostrar que era una verdadera actriz pero el costo fue demasiado alto. Su matrimonio terminó. Ella tuvo que luchar por la tenencia de David. Tuvo que pagarle a Meyer un millón y medio de marcos.

Nuevamente sola, entra en su vida Daniel Biasini. Es nueve años menor que ella y de alguna forma la acompaña. En el interregno desfilaron Bruno Ganz, Jean Louis Trintignant y Jacques Dutronc. Romy intenta inútilmente una felicidad y una vida estable. En diciembre de 1975, se casa con Biasini en Berlín y en julio de 1977 nace Sarah.

Pero a pesar de todo su esfuerzo, de la presencia de los dos niños, no logra una estabilidad emocional. Comenzó a beber, y no puede estabilizar su carrera. Nuevamente, el divorcio. Con 41 años, se siente vieja, cansada. Hay una internación en un hospital y los médicos descubren un tumor en un riñón. Se lo extirpan. Romy siente que la imagen que le devuelve el espejo está muy lejos de aquella Sissí, de los largos rulos y la luz en la mirada.

David tiene 14 años y le suplica que no se divorcie de Biasini, a quien ha llegado a querer como un padre, pero ella no lo escucha. A pesar de los fracasos sentimentales sigue adelante con su carrera. En teatro hace “La gaviota”, “El abanico de Lady Windermere”. Dejando ya de lado su etapa rosa en el cine, rueda “Ludwig”, donde vuelve a encarnar a Sissí, ahora ya en la madurez y nuevamente de la mano del genial Visconti. En “La banquera”, se la ve otra vez espléndida, en todo el esplendor de su belleza de mujer; luego “El proceso” dirigida por Orson Welles, “Fantasma de amor” de Dino Rissi, “La muerte en directo”, de Jacques Deray.

El acto final

Pero su vida personal seguía desbarrancándose. David, que a partir del último divorcio de su madre se había ido a vivir con sus abuelos adoptivos, sin querer es el encargado de dar el golpe final.

El 5 de julio de 1981 se trepa al enrejado de la entrada de la casa de los abuelos y una de las puntas de la reja le atraviesa el abdomen. Muere en la mesa de operaciones. Uno de los médicos recuerda que cuando le dieron la noticia a Romy, ésta no dijo nada, ni siquiera alteró su cansado rostro. Pero sin duda, su corazón se detuvo allí mismo.

Lo que vino después fueron sólo sombras, brumas, noches de alcohol, drogas y lágrimas. Romy vive el rol más dramático de su vida. No hay lugar en el mundo que pueda hacer olvidar tanto dolor. Es sólo una mujer desgarrada que ya no quiere vivir. En 1982, alcanza a terminar su último trabajo, “La passante de Sans-Souci”, dirigida por J. Rouffio y teniendo como pareja estelar a su amigo Michel Piccoli. Es una historia compleja de dos personajes amargados, marcados ambos por el paso de los años.

Romy comenzaba ya el último tramo del camino, en donde trató de encontrar consuelo a su soledad con un nuevo novio, Laurent Petin. Se instalan en la campiña francesa, pero ya ella lucha contra la depresión, una tristeza oscura que no logra superar. Los fármacos, el alcohol y la droga son apenas paliativos para borrar los recuerdos que no la dejan ni de día ni de noche.

El viernes 28 de mayo de 1982, vuelven los dos caminando despacio después de una reunión de amigos. Ella mira las estrellas como buscando el rostro del hijo, él sabe que tiene que esconder pastillas y alcohol.

“No puedo llorar”

“Me voy a quedar un rato escuchando música y conversando con David”, le dice. Él no se sorprende. Para ella ya es una costumbre repasar una por una las fotografías del pasado, murmurando frases de cariño.

A la mañana siguiente, la encuentra muerta, caída sobre sus recuerdos. ¿Un ataque cardíaco, un suicidio? Era igual, Romy había dejado de vivir hacía mucho tiempo.

Cuando le dan la noticia a Alain Delon, corre a verla y cae de rodillas ante el cadáver, sacudido su cuerpo por los sollozos. Alguien lo oyó murmurar: “Te amo, muñequita”. Antes de que coloquen el cuerpo en el féretro, le saca tres fotos con una cámara instantánea. Dicen que siempre las lleva en su billetera, cerca del corazón.

Romy Schneider fue sepultada junto a su hijo en el cementerio de Boissy-Sans-Avoir a 50 km de París. En 1999, en Viena, subastaron un lote de cartas de la actriz fechadas en las décadas del ‘50 y ‘60. Horrible manera de desnudar el alma de un ser torturado por la soledad y una búsqueda desesperada de la felicidad.

En una de ellas, fechada en 1959, expresaba: “No puedo llorar... porque hay que estar bonita para la cámara. Por esto, se siente hasta qué punto puede ser difícil esta profesión”.

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Imagen del film “Dirty Hands”, realizado en 1974.

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La belleza de la actriz en todo su esplendor. Fotos: Archivo El Litoral

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El personaje que la hizo célebre, Sissí, refiere a la emperatriz Elisabeth de Austria.

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Junto a su madre Magda Schneider, en una fotografía tomada en Hamburgo.

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Otra foto con su gran amor, el actor Alain Delon, en un restaurante al aire libre.