Preludio de tango

Pedro Laurenz, el fueye “cadenero”

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Manuel Adet

Pedro Laurenz nació el 10 de octubre de 1902 en el barrio porteño de la Boca. Para que nada faltara en el folclore, la casa donde dio sus primeros pasos se levantaba sobre la calle Garibaldi. El paisaje del barrio siempre lo acompañó. Las calles empedradas recorridas por los carros tirados por caballos, la luz del farol de la esquina, la piba del barrio caminando por la vereda con sus trenzas negras y su vestido de percal, los pibes corriendo detrás de una pelota de trapo, el malevo mirando receloso desde una esquina y un farol, las casas modestas de chapa o madera y más allá el río y el rumor de las barcazas, constituyeron su paisaje íntimo que en algún momento se habrá de traducir en notas de tango, como en Quinquela Martín se reveló con las luces y las sombras de su pincel.

Laurenz nació en la Boca, pero luego sus padres se trasladaron al barrio de Crespo. Al tango lo conoció desde siempre y si bien sus inicios musicales fueron con el violín, antes de cumplir los quince años ya andaba por los piringundines del barrio tocando el bandoneón. Las pesquisas biográficas afirman que alrededor de los veinte años el joven vivía en Montevideo. Su inicio profesional se dio en el Quinteto dirigido por el maestro Luis Casanovas, ex músico de Eduardo Arolas para más dato. El debut se produjo en el café Au Bon Jour y el quinteto estaba integrado por Eduardo Donato y Roberto Zerrillo en violines, Laurenz con el fueye y Casanovas en el piano.

Como todos los grandes músicos de su tiempo, Laurenz realizó una carrera artística aprendiendo de los grandes maestros, sometiéndose a las mesas examinadoras más exigentes y rindiendo con excelentes calificaciones las asignaturas de esta singular profesión. Con Pedro Maffia, Carlos Marcucci y Ciriaco Ortiz transformó al bandoneón en el definitivo instrumento del tango. No inventaron ni improvisaron sus primeros acordes, pero fueron quienes le otorgaron jerarquía artística, los que desarrollaron todas sus posibilidades, dejando a sus sucesores una herencia riquísima que personajes como Troilo o Piazzolla sabrán acreditar con su genio.

La leyenda cuenta que un día de 1924, el maestro Julio de Caro debía reemplazar a su bandoneonista Luis Petrucelli. Sin perder tiempo se fue a un cafetín de Parque Patricios donde actuaba la orquesta de Roberto Emilio Goyeneche, el autor de “Pompas” y “De mi barrio”, para contratar a Enrique Pollet. Allí fue cuando conoció a este muchacho de apenas veintidós años que entonces se llamaba Pedro Blanco.

La misma leyenda asegura que Julio de Caro -don Julio a pesar de sus veintiséis años- lo contrató esa noche y lo bautizó con el nombre de Laurenz. La historia real difiere en algunos detalles. Quien luego será conocido en el mundo del tango como Pedro Laurenz, era hijo de Pedro Blanco y Rafaela Acosta. Ocurre que esta mujer había estado casada con un tal Laurenz, con quien tuvo dos hijos: Eustaquio y Félix, también músicos y tangueros. Para la historia, Laurenz es entonces el apellido de su padrastro.

Filiaciones al margen, a partir de 1925 y hasta 1934 Laurenz será el bandoneón de Julio de Caro. Se iniciará con las inseguridades y los temores del caso, pero en poco tiempo se revelará como el principal fueye del maestro de la orquesta más distinguida de la ciudad. Pertenecen a ese período alrededor de quince grabaciones entre la que merece destacarse su participación en “Amurado”.

En el sexteto de don Julio se destaca Pedro Maffia, quien mira con algo de recelo al recién llegado, aunque al poco tiempo se superarán las diferencias, al punto que al margen de De Caro graban ese año para el sello Víctor “Julián”, “Buen amigo”, “Sonsa” y el foxtrot “Titina”, fundando así uno de los dúos más trascendentes en la historia del tango.

Para 1934, Laurenz se separa de De Caro y crea su propia orquesta. Para esos años ya es el bandoneonista eximio que será hasta el fin de sus días. Con De Caro ha ganado en profesionalidad, experiencia y talento. También con esta orquesta ha viajado por el mundo y en Francia se ha hecho amigo de Carlos Gardel. De esa relación queda el testimonio de la película “Luces de Buenos Aires” y muy en particular el momento en que Gardel interpreta “Tomo y obligo”, acompañado por el fueye de Laurenz y el violín de De Caro.

En realidad, a Gardel lo conoció en 1931 en Niza, cuando el Morocho actuaba en el casino Palais de la Mediterranée. Entonces compartía el escenario con Carlitos Chaplin y, según los rumores, su compañía íntima era la señora Baron de Wakefield, que, asegura Laurenz, no poseía títulos nobiliarios.

Regresemos al Buenos Aires de 1934. La flamante orquesta fundada por Laurenz debutará en “Los 36 billares” y pasarán por ella Alfredo Gobbi, Armando y Alejandro Blasco en los bandoneones, Jose Niesow y Sammy Friedenthal en violines, Osvaldo Pugliese al piano y Vicente Sciarreta en el contrabajo. Esta formación musical se mantendrá en escena hasta 1953. Durante ese período los cantores que se destacaron entre otros fueron Juan Carlos Casas, Carlos Bermúdez, Jorge Linares y Alberto Podestá. Salvo Podestá, ninguno alcanzaría gran notoriedad, una debilidad publicitaria en un tiempo donde la fama de la orquesta estaba directamente relacionada con la promoción del cantor.

Sesenta y ocho temas grabó Laurenz durante todos estos años. Sus grabaciones pueden apreciarse en los sellos Odeón, Víctor, Microfón y Pampa. Allí perdura una destacada antología tanguera de la cual Laurenz es su creador y arreglador. Temas como “Berretín”, “Mala junta”, “Milonga de mis amores”, “Amurado”, “Como dos extraños”, “Risa loca”, “Esquinero” y “Orgullo criollo” han adquirido la estatura de clásicos en la historia del tango.

El 14 de julio de 1937 la orquesta grabó en la Víctor su primer disco: “Milonga de mis amores”, interpretada por Héctor Farrell y el tango instrumental, “Enamorado”. De todos modos, se estima que el antes y el después lo constituye el tema “Arrabal”, del pianista José Pascual, aunque no faltan los que aseguran que el suceso de su tiempo fueron los tangos “Vieja amiga” y “Como dos extraños”, cantados por Juan Carlos Casas.

En algún momento de la década del cincuenta, Laurenz integrará Los Cinco Ases, Lo acompañaron en esta experiencia musical Ciriaco Ortiz, Pedro Maffia, Carlos Marcucci y Sebastián Piana. Pero el renacimiento de Laurenz se dará a partir de la década del sesenta, cuando Horacio Salgán lo convoque para integrar el Quinteto Real, junto con Enrique Mario Francini en el violín, el propio Horacio Salgán al piano. Ubaldo de Lío con guitarra y Rafael Ferro en el contrabajo.

Para esa época Horacio Ferrer escribe un poema en su homenaje, donde en alguna de sus estrofas dice: “Quien lo ha visto tocar decir pudiera, que no era un fueye, che, lo que apretaba, sino un potro con teclas, que mandaba un relincho de sangre compañera”. En efecto, el fueye de Laurenz se distinguía por el brillo de su fraseo y ese estilo que los críticos han calificado de “cadenero”, comparándolo con el caballo que encabeza el carro y marca el paso a los otros caballos.

Ya para esos años, Laurenz era un cacho de historia en la noche porteña, un sobreviviente de lujo de los años fundacionales. En 1965 participó con otros colegas en el cortometraje “Fueye querido”. Y en 1969 formó un quinteto con Ricardo Walczak en violín, Jospe Colángelo en piano, Rubén Ruiz en guitarra y Luis Pereyra en el contrabajo. En esas andadas grabó el larga duración “Pedro Laurenz interpreta a Pedro Laurenz”.

En 1970 integró un cuarteto con Fernández Suárez Paz en violín, Osvaldo Potenze en piano y Julio Rodolfo en contrabajo. No anda bien de salud y esta arañado los setenta años, Sin embargo, ese año -el 16 de mayo para ser más preciso- el cuarteto actúa en el Carnegie Hall de Nueva York y el público lo despide con aplausos. Pedro Laurenz murió el 7 de julio de1972. El mismo Horacio Ferrer lo despidió con uno de sus versos: “¿Quién diría que no está? Si cuando estaba de un tangazo bestial volteó el olvido”.