A 60 años del fallecimiento

Evita o la vigencia de una pasión argentina

Evita o la vigencia de una pasión argentina
 

Cecilia Caminos - DPA

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DyN

El mural gigante de Eva Perón ilumina la avenida 9 de Julio, la principal arteria de Buenos Aires. Y no trae sólo un reflejo del pasado, al cumplirse hoy 60 años de su muerte, sino una señal de la vigencia de Evita como símbolo de la lucha por los humildes, la presencia femenina en el poder e ícono político.

Eva Perón “nos enseña que nada se obtiene sin sacrificio. Que enfrentarse a los poderosos tiene un precio; que defender a los humildes y a los que menos tienen cuesta caro; y ella pagó con su vida, gustosa, el precio de ser recordada siempre como ‘La abanderada de los humildes’ ”, la recordó la presidenta argentina, la peronista Cristina Fernández de Kirchner.

Venerada por las masas trabajadoras y denostada por la burguesía y parte de la clase media, la figura de Evita trascendió su actividad política junto a su esposo Juan Domingo Perón (1895-1974), tres veces elegido presidente de la Argentina, para convertirse en un mito.

Dueña de una personalidad avasallante, superó una niñez sumida en la pobreza para convertirse en estrella de radioteatro y cine. Luego le abrió las puertas a la mujer a un espacio de poder hasta entonces dominado sólo por los hombres, impulsó el voto femenino y se abocó a los sectores más postergados.

María Eva Duarte nació el 7 de mayo de 1919 en el pueblo de Los Toldos, provincia de Buenos Aires, hija “natural” de Juana Ibarguren. Su padre, Juan Duarte, tenía otra familia y recién años después le dio su apellido.

En su corta vida, de sólo 33 años, hizo realidad el sueño de pasar de ser una niña de origen humilde a una mujer poderosa.

Rompió con los cánones conservadores de su época ya desde adolescente, cuando con 14 años se fue sola a Buenos Aires para probar suerte como actriz, y más tarde al convivir con un oficial de alta graduación del Ejército, viudo y 24 años mayor que ella, que poco tiempo después se convertiría en presidente argentino.

Eva conoció a Perón cuando el entonces secretario de Trabajo y Previsión Social del gobierno de facto -que un año antes había derrocado al presidente Ramón Castillo- organizó en enero de 1944 un festival artístico a beneficio de las víctimas de un terrible terremoto. “Aquel fue mi día maravilloso”, narró ella en su libro “La razón de mi vida” sobre el inicio de una historia de amor que cambiaría la forma de hacer política en la Argentina.

La popularidad del militar, ascendido a ministro de Guerra y luego a vicepresidente, creció vertiginosamente entre las clases trabajadoras, hasta que un grupo de militares pidió su salida del poder y fue encarcelado en la isla Martín García.

Pero el 17 de octubre de 1945 un multitudinario movimiento popular reclamó su liberación. Poco después se casaron y en 1946 Perón fue elegido presidente por el voto popular. Fue entonces cuando la figura de Eva Duarte comenzó a cobrar protagonismo a la par del crecimiento del Partido Justicialista (PJ).

Ejerció su rol de primera dama de forma nada convencional. Con pasión y con coraje se volcó a las tareas de acción social, a la vez que destinó su intuición y su férreo carácter a las gestiones con los sectores sindicales desde el Ministerio de Trabajo.

“Cuando yo quiero expresar mi amor de mujer -y quiero expresárselo permanentemente- no encuentro tampoco una manera más pura ni más grande que la de ofrendar un poco de vida, quemándola por amor a sus descamisados (obreros)”, afirmó Eva Perón en aquellos años.

“La abanderada de los humildes” también era considerada entonces como “vicepresidenta honoraria” y “Jefa espiritual de la nación”, en la cúspide de la idolatría popular, a la vez que crecían sus opositores, que la acusaban de “crear y acrecentar rencores”.

“Sí, soy sectaria, pero ¿podrá negarse a los trabajadores el humilde privilegio de que yo esté más con ellos que con sus patrones?”, respondía Evita, quien a la vez no dudaba en vestir glamorosos vestidos de alta costura de Christian Dior y Balenciaga y una amplia colección de joyas.

A principios de 1950, comenzó a sentir los primeros síntomas de la enfermedad. Muy joven aún, el cáncer de útero comenzó a consumirla y ni siquiera los cientos de miles de personas que se congregaron aquel 22 de agosto de 1951 para clamar en un cabildo abierto del justicialismo que aceptara acompañar a Perón en su reelección como candidata a vicepresidenta lograron convencerla.

El 31 de agosto de ese año, Evita anunció a través de la radio su decisión de no postularse, en lo que fue recordado como el Día del Renunciamiento. El 6 de noviembre fue operada por el médico estadounidense George Pack en Buenos Aires.

Se recuperó a tiempo para poder ejercer el 11 de noviembre el derecho a voto femenino que tanto había impulsado ella misma. Lo hizo sin embargo en su cama, en el hospital. Perón fue reelegido, pero ella no logró restablecer su salud.

Murió el 26 de julio de 1952, a los 33 años, luego de que su marido asumiera su segunda presidencia. El país se vistió de luto y cientos de miles de personas asistieron a sus funerales. No pudo sin embargo descansar en paz hasta muchos años después, porque su cuerpo embalsamado, botín político, estuvo desaparecido durante 16 años, en medio de conspiraciones militares.