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Revista Teatro del San Martín

De la redacción de El Litoral

El Complejo Teatral de Buenos Aires, dependiente del Gobierno de la Ciudad, acaba de publicar un nuevo número de su excelente revista Teatro. Bajo el título “El poder y el deseo”, Guillermo Saavedra sostiene que si existe, parafraseando a Nietzsche a través de Foucault, una voluntad de poder del Poder, la frágil individualidad de los sujetos suele oponer a ella una resistencia racional, que es civil y colectiva, pero también otro tipo de terquedad, inconsciente, y por eso mismo menos negociable, una fuerza opaca e insumisa que aprende a sortear obstáculos y prohibiciones y que la obra de Sigmund Freud nos enseñó a nombrar con la palabra deseo.

A pesar de sus ostensibles diferencias, dos de los espectáculos más relevantes -por los textos que les dieron origen y por las puestas que han sabido llevarlos a escena- de los que se da cuenta en este número se vertebran en torno a esa cuestión. Tanto los personajes casi fantasmales de Sallinger de Bernard-Marie Koltés como las víctimas y victimarios de la pesadilla anticipatoria que es 1984 parecen insinuar que es la reivindicación de esa pulsión íntima e inefable de cada cual el mejor modo de resistir a diversas formas de autoritarismo. Y, si de afrontar o desenmascarar a un poder opresivo se trata, allí está la respuesta deseante, artísticamente reveladora, de Norberto Laino y su muestra El insomnio de los monumentos.

No otra cosa que el secreto fulgor del deseo -en este caso, el agazapado en la sojuzgada geografía del alma femenina- alumbra y motoriza las acciones de Las descentradas, la obra que una pionera como Salvadora Medina Onrubia escribió a fines de la década de 1920 y que Eva Halac acaba de rescatar del olvido. Ya el tango, esa danza hoy emblemática de la cultura popular argentina, materia prima del espectáculo de Mora Godoy y parte del repertorio con el cual el Ballet Contemporáneo del San Martín salió de gira, supo ser la forma ritmada de un deseo, de un apetito procaz e intolerable para la vocación de control social de una oligarquía hipócrita y opresora.

Pero deseo y poder libran, además -destaca Saavedra-, una batalla íntima en la interioridad de cada uno de nosotros. Así lo testimonia en este número el artículo de Ernesto Schoo sobre el gran cineasta argentino Luis Saslavsky, quien durante toda su vida deseó, sin poder lograrlo, desarrollar una carrera como director teatral y dramaturgo. O, mucho más felizmente, Ignacio Apolo quien, a través de sus respuestas a nuestro habitual cuestionario Las 10 de última, confiesa que no hizo otra cosa que convertir en voluntad de poder la fuerza de su deseo de infancia de trabajar para la escena. Curioso desafío, desde esta perspectiva, el de una institución cultural administrada por el Estado como este Complejo Teatral de Buenos Aires, sin ir más lejos: asistir al deseo artístico y cultural de los individuos de la comunidad a través del ejercicio de una voluntad de poder que, lejos de asistir esos anhelos, les dé todas las garantías ideológicas y materiales para que fructifiquen y se manifiesten libremente.

No es desde estas páginas sino desde la voz de la ciudadanía que deberá decirse si la institución ha sabido estar a la altura de esa exigencia.

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