DE LA REDUCCIÓN DEL ARTE POPULAR A LA ANATOMÍA

Teoría del pelo y el abdomen

Estanislao Giménez Corte

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I

¿Será demasiado impropio, ridículo, injustificado, improbable, provocador, inútil decir que, en la cultura popular, y más precisamente en la música popular, y más precisamente en el rock y el pop de los últimos treinta años, una de las influencias decisivas de su constitución han sido los estimulantes, y más precisamente ciertas drogas, y más precisamente la cocaína?

¿Es por demás exagerado, alevoso, torpe, falaz, violento, proponer que los íconos de la cultura pop no le deben mucho sólo a los Dylan, a los Lennon, a los Bowie -o a los poetas de la generación beat, o a los Burrough, o a los Breton- sino a la noche, y más precisamente al reviente de la noche, y más precisamente a las infusiones y químicos de la noche?

II

Ya puedo imaginar, apenas pulsado el enter, no tu rostro, lector, pero sí un gesto posible: “qué cansancio, lo mismo otra vez”, gesticulás en esa imaginación, lector. Pienso que pensás, lector, algo así: “otra vez la pesada imaginería del artista flagelado; de nuevo la fotografía congelada del sujeto autosacrificado en pos de una iluminación; el interminable retorno de la abusada pátina del ser sensible que se anestesia porque de lo contrario el peso muerto del mundo lo aplasta”. Otra vez, otra vez, otra vez, suspirás con tus gestos en la imaginación que te impongo, lector. Hay en vos un poco de cansancio, algún arrebato o deseo de abollar esta página, o de maldecir el detenimiento en este texto. Y decís, en mi imaginación, lector, si mi juicio en algo se te aproxima, algo así: “otro que pretende escribir sobre el rasgo romántico del artista atormentado como condición necesaria del talento”. No, por favor, no es eso, lector, creo... Te pido unos instantes nomás: no cometas, por favor, el prejuicio que yo mismo ejecuto escribiéndote de esa forma.

III

Charly García dijo alguna vez que la droga no te da nada que vos no tengas. Sí, claro: la droga no da talento a quien no lo tiene. No ofrece milagros supletorios. No transforma a un pelafustán en un talento, sólo en un pelafustán drogado. Lo mismo que cualquier estímulo, no ofrece ningún plus allí donde no hay nada. En todo caso, profundizará un estado de cosas: insuflará o deprimirá algo precedente o preexistente. Pero hay algo que ocurre, especulamos, y que puede leerse en las declaraciones de los libros de entrevistas y biografías de muchos artistas -de Sabina a García, de Bukowski a Fogwill-: la estimulación puede prolongar el estado de concentración o expansión de la sensibilidad necesaria para la creación. No mejora ni optimiza nada, no agrega destrezas inexistentes, pero puede -quizás sí- extender en el tiempo un estado de sensibilidad exacerbada. Aunque ¿en qué redundaría ello luego?

Ciertas sustancias podrían generar, si algo de esto es correcto, una suerte de ampliación de la predisposición a la creación -en tiempo, no en calidad- aunque ello depende de los usos, consumos y usuarios, lógicamente. Sucede que, como el arte no supone una práctica definida por la acumulación, quizás todo eso (lo mucho o poco que se haga bajo determinados efectos) puede derivar en una soberana e impresentable porquería. Alguien dirá que la estimulación abre o conecta al artista con su propio ser y con cosas latentes o subyacentes u olvidadas (provocada con el objeto de “expandir” la consciencia, como se sostenía en los 60’s), pero ello podría darse, con todo, con consumos que van desde la cafeína al alcohol; o con la relajación; o con la respiración, o con lo que fuere, a diversos niveles por supuesto.

Ahora ¿cómo justificar entonces la pregunta que abre este texto? Quizás así: el arte contemporáneo exige producción en masa de productos culturales que, en el caso del rock y el pop, no pueden ser satisfechos sino a través de una proliferación compulsiva derivada de la ecuación composición-grabación-ejecución en vivo (y repetición de ello a ciclos breves). La demanda permanente del star system funciona a partir de una normativa enloquecida que condena al artista a minimizar sus ambiciones artísticas en pos de la creación redundante y acelerada de piezas breves. La cantidad, la repetición y el estereotipo, la necesidad de venta de los productos culturales a costa de la propia persona del artista, redunda en una fórmula bien conocida pero terrible. Ello esboza una posible explicación. Otra, menos “sociológica”, más secular, menos ambiciosa, es que el artista debe responder a Dioniso, que el artista ama la vida que emula a Dioniso (los placeres, lo sensible, la embriaguez). O que, como decía Abraham Lincoln, “ha sido mi experiencia que gente que no tiene vicios tiene muy pocas virtudes”. Y eso es todo.

IV

¿Será demasiado sexista, miope, banal, frágil, tonto, obvio, decir que los íconos musicales femeninos de los últimos veinte años le deben mucho más a su imagen que a sus piezas musicales, más al póster que a la melodía, más a la TV que a la entonación; y más precisamente a su propia estética (trabajadamente sensual), y más precisamente a la edición de los videos (elaborados a partir del paneo de la anatomía), y más precisamente al detenimiento de esas ediciones (en lentos movimientos sugerentes), y más precisamente al abdomen?

¿Es por demás ridículo afirmar que los cantantes masculinos deben algo de su suceso, más que a sus canciones a su indumentaria y pose, y más aún a la actitud manifiesta en las fotografías, y más aun a la mirada, y más aún al pelo, al cabello, al peinado?.

Ya imagino tu gesto, lector ¿es de fastidio, acaso? Te propongo, aun así, una última cosa: ¿no coincidís, lector, en que el arte a secas pareciera a veces ser sólo un apéndice (marginal) del sistema de difusión del propio artista que es, antes que otra cosa, un personaje, y antes una imagen, y antes un cuerpo y que luego, en alguna instancia del circuito, esa imagen necesariamente fascinante -sensual, oscura, rara, anómala, exótica- se asocia a unas piezas musicales? Ya lo sé, lector: ya lo dijeron otros. Antes; mejor; bellamente. ¿Es demasiado ambicioso pedir tu indulgencia, una posible complicidad a la idea un poco trasnochada de que el arte pop se sostiene en una estética sensual, tóxica, artificial, que tiene en su epicentro, detrás de cientos de miles de pixeles, no otra cosa que el abdomen de una mujer y el pelo de un hombre?

Teoría del pelo y el abdomen

Fotos: archivo ellitoral

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