EDITORIAL

El drama oculto de la violencia

 

Las imágenes crudas, sin filtro, de una mujer en el momento en que era agredida por su ex pareja lograron llamar la atención de los medios y de los organismos vinculados a la problemática de la violencia. Según se conoció, fue la única manera que encontró la víctima de esta situación -una de las víctimas, porque la agresión se produjo frente a su hija de corta edad- de demostrar lo que venía denunciando y no se quería atender.

Como ocurre en estas circunstancias, el “caso” sacó a la luz a otros y fue así como se conocieron situaciones similares, algunas con final trágico. Aunque no esté dicho en forma taxativa en las respectivas crónicas, es altamente probable, por no decir seguro, que cada uno de los hechos que logran difusión -muchos menos de los que en realidad ocurren- haya sido el corolario de un periplo mucho más largo, de violencia verbal y física, de llamados de atención no atendidos, de indiferencia y de falta de una acción decidida que permita impedir un desenlace tan dramático.

Las cifras de mujeres golpeadas, quemadas o asesinadas por sus parejas o ex parejas aumentaron en los últimos años de manera escalofriante. Más allá de la disquisición sobre si este mayor número obedece a que son más las víctimas que se animan a denunciar o a que son más los casos que se producen, lo cierto es que, si se analiza en profundidad, se confirma que hubo denuncias previas que no fueron cursadas en forma adecuada, sea porque quedaron relativizadas o porque no existió una adecuada coordinación entre los organismos que debieron intervenir.

Por definición, la violencia doméstica se produce y se sufre puertas adentro: para el victimario, las cuatro paredes en las que se desenvuelve la vida cotidiana le sirven de pantalla para ocultar un accionar lisa y llanamente delictivo, además de enfermizo. Para la víctima, esa misma casa llega a convertirse en una verdadera cárcel, por obra de un concepto mal entendido de privacidad e intimidad que llega a justificar el “no te metás” del entorno ante lo evidente.

Como se dijo, la persona que sufre la agresión es una víctima de este flagelo, pero también lo son los hijos, testigos de una situación dolorosa que a veces no terminan de comprender, pero que los marca a fuego.

En este contexto, es dable reconocer que los medios de comunicación le dan más espacio a este tema, muchas veces con el afán de obtener rédito a través del impacto emotivo, pero también con un abordaje menos sensacionalista y más orientado a la prevención y a la atención del flagelo.

El problema de que las denuncias no sean tenidas en cuenta, y la necesidad de que se vinculen y coordinen informaciones y acciones, aparecen como los primeros datos a tomar en cuenta, junto con la importancia de desarrollar campañas de concientización en las que también se estimule a terceros a involucrarse. Y la premisa de que, ante vulneraciones tan flagrantes de la propia condición humana, la sociedad no puede permitirse el lujo de permanecer indiferente.