El centro de la condición humana

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“Persistencia de la memoria” (detalle), de Salvador Dalí.

 

Diego E. Suárez

“El centro de la gravedad”, de Enrique Butti. Ediciones Palabrava. Santa Fe, 2012.

En días en que pareciera ser más un subgénero cinematográfico que literario, podríamos preguntarnos qué tiene para decirnos hoy un libro de ciencia-ficción como El centro de la gravedad, de Enrique Butti.

Según la norteamericana Ursula K. Le Guin, “es posible que el realismo sea el medio menos adecuado de comprender o retratar las increíbles realidades de nuestra existencia”. Por eso, la ciencia-ficción nos brinda “metáforas precisas y profundas de la condición humana”.

¿Qué metáforas encontramos en El centro de la gravedad?

María es hija única, pronto cumplirá quince años y vive en una ciudad similar a Santa Fe. Su padre, Hermann, pertenece a una cofradía científica integrada por tres investigadores desperdigados por el planeta y cuyo objetivo secreto es descubrir la manera de detener el tiempo, permitiendo a una persona transitar el mundo espacio-temporalmente solidificado. Las conejillas de indias de Hermann fueron primero su esposa (misteriosamente desaparecida hará cinco años) y luego su hija. Conocemos los pormenores de esta historia gracias a la transcripción que hace Javier tanto del diario íntimo de su amiga María, como de unas grabaciones testimoniales cedidas por ella misma.

La protagonista atraviesa el espejo de la realidad convencional en dos oportunidades. En la primera, queda turbada por la vivencia del experimento (anota: “No dormí en toda la noche. Me sentía un monstruo. Sabía que ya nunca podría vivir en el mundo como viven todos los seres desde el principio de los tiempos”). La segunda vez, abriga un plan que su padre desconoce: “Quiero volver al otro mundo para enfrentar un destino que yo no elegí (...). Quiero buscar a mamá”.

Hasta aquí tenemos por un lado la metáfora de un hombre que persigue un objetivo a cualquier precio (Hermann) y por otro la de una jovencita (María) que parte en búsqueda de sus afectos, de una parte inconclusa de su vida, y a la par, reflexiona sobre la existencia humana, cuestiona la mediocridad de la sociedad en la que le toca vivir.

El centro de la gravedad rinde homenaje a la tradición en la que se inscribe H. G. Wells, pero sobre todo a la literatura y al placer de la lectura. El canon personal de María es elocuente: Katherine Mansfield, William Blake, Jane Austen, Marosa Di Giorgio. La muchacha conoce a Javier un día en que estaba compenetrada con La tierra purpúrea, de Hudson. El desenlace del caso de la madre de la protagonista hubiera interesado a Edgar A. Poe. Así, ya sea en las alusiones o las acciones de los personajes, subyace un saludo intertextual.

Como ya ocurriera con El fantasma del Teatro Municipal -de inagotable encanto-, esta nouvelle de Butti se destaca por la prosa ágil y el admirable manejo de los clímax y de la secuencia narrativa, a lo cual se suma en esta oportunidad la invención descriptiva de “el otro mundo”, aspectos que le otorgan al relato un atractivo para lectores de cualquier edad, si bien los coetáneos de María y Javier sabrán mejor que nadie disfrutar de esa emocionante aventura, que involucra a la ciencia, el tiempo y los sentimientos humanos.

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