EDITORIAL

Política, intereses, verdades y mentiras

Las propuestas de Julián Assange suelen despertar simpatías al primer golpe de vista. Toda persona de buena fe debería estar de acuerdo con la consigna de un mundo sin secretos. Sin embargo, en su caso, y para lograr su objetivo, el mismo Assange debió montar operaciones secretas que incluyeron el reclutamiento de funcionarios y técnicos decididos a traicionar a su país, la recolección de información privada, el manejo discrecional de agentes que no deben exponerse. En definitiva, para aproximarse a un mundo sin secretos, Assange instrumentó algo muy parecido a una empresa secreta de contraespionaje.

 

Corresponde preguntarse entonces, hasta dónde es una labor moralmente relevante valerse de todos estos métodos para ventilar secretos de Estado. Le guste o no a Assange y sus simpatizantes, en el mundo real los secretos de Estado son inevitables; en consecuencia, el empleado o funcionario que debilite al país ante el enemigo será un traidor a la patria.

Habría que preguntarles a Fidel Castro, Hugo Chávez, Rafel Correa o Cristina Kirchner, cómo tratarían a empleados u operadores informáticos que incursionasen en sus archivos para ventilarlos. La pregunta, en este sentido, seria retórica, ya que está a lavista cómo tratan a los periodistas que los critican, para entender lo que harían con un Assange que se entrometiese con sus secretos.

La consigna de un mundo sin secretos sería moralmente válida si el afán de revelar secretos incluyera a todos y no sólo los de quienes se consideran enemigos ideológicos o políticos. El mundo que vivimos es complejo, los intereses en juego son ambiguos y en algunos casos temibles, como para estar jugando a los espías para promover campañas autopublicitarias.

Puede que en el futuro estos procedimientos se generalicen y obliguen a los Estados a tomar otros recaudos, pero decir que el mundo de hoy puede prescindir de secretos, es un acto de ingenuidad o de mala fe. Por otro lado, nunca se debe perder de vista que los secretos de Estado no siempre ocultan políticas siniestras contra el pueblo, ya que muchas veces protegen a los ciudadanos, garantizan seguridad y discreción, y permiten convivir.

Siempre será importante reclamar por transparencia política e informativa, pero a la vez hay situaciones que no pueden develarse a riesgo de provocar pánico o encender pasiones incontrolables. Las diferencias culturales explican silencios convivenciales, de modo que por ahora no hay otra solución que sobrellevar estas tensiones contradictorias.

El poder reclama zonas de oscuridad y la democracia reclama luz. La oscuridad y la luz son necesarias pero muy difícilmente en los tiempos que corren, una de estas franjas pueda imponerse sobre la otra. En definitiva, el mundo sería un lugar peligroso para vivir si los centros de decisión se desenvolvieran en la oscuridad absoluta, pero es infantil suponer que las relaciones políticas, con su espesa trama de tensiones e intereses, pueden exponerse sin más a la luz del día.