Los poetas “malditos”

Elda Sotti de González

Para comprender mejor el tema, será necesario que nos traslademos a tiempos pasados. En los inicios del siglo XIX, el Romanticismo se muestra como un movimiento artístico que se inicia en Alemania, se propaga por Francia y luego por el resto del mundo. Se puede decir que este movimiento incluye un cambio en la conciencia poética; remite a una concepción estética en la que está presente el propósito de fundir el espíritu con la naturaleza y el afán por darle a la poesía finura y cierta imprecisión, propia de la libertad que lo impulsa. Prevalece el estado de ánimo del que observa, se exalta el espíritu, el sentimiento se sobrepone a la razón y el resultado es una especie de desborde apasionado que busca la originalidad.

En la segunda mitad del siglo XIX, en Francia, los parnasianos reaccionan contra el Romanticismo. Muestran predilección por el pasado greco-latino. El nombre Parnasianismo es de origen griego y proviene del Monte Parnaso, lugar en el que las Musas, diosas menores, se constituían en las inspiradoras de los poetas. El poeta parnasiano se aleja del excesivo sentimentalismo y éste es reemplazado por el acatamiento de las leyes de la versificación, por el carácter impersonal y por la fidelidad en cuanto al mundo exterior. Dan prioridad a los datos observables.

Este es el momento para plantearnos estos interrogantes: ¿De quiénes estamos hablando cuando nos referimos a los poetas “malditos”? ¿Cuál es el origen de esta denominación? Digamos que, finalizando el siglo XIX, un grupo de escritores franceses rechazan las normas establecidas y desarrollan un arte libre y, en cierto modo, irritante para la época. Adhieren al simbolismo literario, apuesta estética que implica un desacuerdo con la cultura burguesa y una posición totalmente opuesta al realismo positivista.

Al parecer, la expresión tuvo su origen en la publicación de Les Poetes Maudits, realizada alrededor de 1884, por el poeta francés Paul Verlaine, quien elogia las obras de Sthéphane Mallarmé, de Arthur Rimbaud y de otros poetas simbolistas. Entre las características de la poesía simbolista es posible señalar una clara rebelión contra la lógica, cierto hermetismo, la tendencia a la transgresión, un lenguaje sugerente, un modo intuitivo de relacionar ideas.... En suma, un espíritu renovado y muy distante de los moldes clásicos. Para los simbolistas, esta realidad que nos envuelve es portadora de misterios y el poeta se esmera en encontrar esas conexiones veladas que vinculan los objetos sensibles. El calificativo de “malditos” nace ante ese menosprecio —evidente en ellos— por la estética impuesta. Se podría afirmar que estos creadores producen sus obras crispados por el ataque constante de la burguesía. Cuando Baudelaire en 1857 publica Les Fleurs du Mal, esta obra es entendida como una ofensa a las buenas costumbres y algunos de sus poemas son atacados por la censura. Sin embargo ellos —los simbolista— van construyendo el nuevo escenario para la poesía contemporánea. Y las vanguardias artísticas del siglo XX —una confluencia de diferentes estéticas— serían derivaciones del simbolismo.

Baudelaire, a quien algunos autores ubican entre los parnasianos y los simbolistas, en su poema titulado “Correspondencias”, dice: “La Creación es un templo donde vivos pilares / Dejan surgir a veces unas voces oscuras; / Allí los hombres pasan a través de espesuras / De símbolos que observan con ojos familiares”.

Mallarmé muestra en su obra Un tiro de dados nunca abolirá el azar, el abandono de pautas tradicionales, superando así a los parnasianos y anticipando innovaciones en el género. Escribe: “....pluma solitaria extraviada / salvo / que la encuentre o la roce una toca de medianoche / e inmovilice / en el terciopelo ajado por una carcajada sombría...”. En el Prefacio a la obra citada, Mallarmé habla de “tratar con preferencia ciertos asuntos de imaginación pura y compleja o intelecto”. Entiende que no existe ninguna razón para excluirlos de la poesía.

Y Rimbaud en “Vocales” —un poema en el que lo arbitrario nos traslada al espacio de la subjetividad y del juego—, expresa: “A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales, / Yo diré algún día vuestros nacimientos latentes: / A negro corsé velludo de las moscas brillantes / que bordonean alrededor de los hedores crueles...”.

No sería erróneo pensar que los “‘poetas malditos” se embarcaron en una oscura dialéctica al asomarse a un mundo de símbolos nacidos de lo ilógico, de insospechados sueños, teñidos de audacia, a veces como esquirlas de un volcán en erupción y, otras veces, como un juego en el que la poesía se presenta en imágenes que evocan correspondencias, mediante las cuales se redescubre la realidad. Generan así espacios de inquietud que contribuyen, como ya lo hemos dado a entender, a la evolución del quehacer poético.

Bien puede decirse que se trata de poetas incomprendidos, bohemios unos, alcohólicos otros, de vidas en general con finales trágicos, de creadores alimentados por el transcurrir de un tiempo de continua indagación. Enfrentados a lo adverso, reclaman libertad para abordar la poesía y dejan plasmada en ella la auténtica manifestación de sus espíritus.

Para finalizar, tomamos del Diccionario de los ismos de Juan Eduardo Cirlot, estas palabras que parecen oportunas: “...la poesía simbolista quiere ser la vía perfecta para la huida del mundo fenomenológico y la entrada en el universo metafísico de las realidades esenciales...”.

Los poetas “malditos”

“Los comensales” (1872), de Henri Fantin Latour. Los dos primeros sentados a la izquierda son Paul Verlaine y Arthur Rimbaud.