/// opinión

Nuestro amigo, el execrado imperio

 

F. C.

El denominado Council of the Americas (Consejo de las Américas), que sesionó en Buenos Aires el pasado 23 de agosto, es una asociación de empresas internacionales con una determinante ideología liberal. Fue fundada en 1965 por el norteamericano David Rockefeller, para auspiciar los mercados abiertos, el Estado de Derecho y las democracias en todo el hemisferio occidental. En la sesión de la semana pasada el gobierno argentino mostró fuerte presencia.

El Consejo alienta principios anglosajones que inevitablemente colisionan con aquellos regímenes políticos latinoamericanos que optan por el control de la

economía, una impredecible ubicuidad del Derecho y una concepción plebiscitaria con consecuencia autoritaria, que ahoga la expresión de las minorías.

En general, las izquierdas latinoamericanas y su populismo inexcusable perciben al Consejo de las Américas como uno de los tanto brazos del imperio norteamericano. Como la OEA. Pero hay distintos estratos de populismo, que siempre es una variante desvahada de la izquierda pura y dura.

Una de tales variantes es el caso argentino, que encontró en el Consejo de las Américas un foro para tratar de convencer al capital internacional (particularmente al norteamericano) para que inyecte fondos en proyectos locales, aun cuando los mismos no floten en la libertad de mercado sino que deben ajustarse a una ecuación de rentabilidad que el gobierno determina.

Como propuesta parece una contradicción (aportar capital con regulación de utilidades), pero para las multinacionales, que trazan estrategias, como mínimo, para los próximos treinta o cuarenta años, es algo considerable, porque todo puede negociarse. Los gobiernos cambian, los recursos naturales quedan.

Es el caso de Chevron Petroleum Company, la segunda petrolera de Estados Unidos (heredera de Standard Oil, que fue la compañía más grande del mundo, fundada por el mítico John Rockefeller), que en la reunión del Consejo el jueves pasado en Buenos Aires manifestó estar dispuesta a asociarse con YPF en el mega yacimiento de Vaca Muerta.

La historia parece repetirse. El ex presidente Juan D. Perón firmó el 25 de abril de 1955 un acuerdo con la Standard Oil, entendiendo que era el ultimo recurso que quedaba para intentar captar capitales norteamericanos para la explotación petrolera, porque nacionalmente no había resto. Algo parecido a la situación actual.

El Congreso de entonces denunció el acuerdo como una maniobra para destruir YPF. Al frente de la denuncia estuvo el diputado Arturo Frondizi (UCRI), quien años después, ya como Presidente de la República, avaló acuerdos con capitales extranjeros (Banca Loeb, Panamericam, Tenneessee y Standard Oil) buscando financiación para el autoabastecimiento energético.

El pasado jueves el Council of the Americas, en Buenos Aires, dio espacio para que se escuchasen con amplitud las argumentaciones argentinas, esgrimidas por altos funcionarios gubernamentales, en las que se defendió la denominada política nacional y popular, por definición anticapitalista de mano dura, pero cuyo eje central fue tratar de convencer al capital internacional (norteamericano) de que el país es amigable con tales inversiones

Sumando y restando, parece que ahora, frente a una Europa en crisis que contamina al resto del mundo, el mejor amigo que se perfila es nada menos que una petrolera con bandera del execrado imperio. La necesidad tiene cara de hereje.