“Los puros (una noche de amor)”

Roberto Schneider

“Es tan absurdo. No hay nada más fácil de traicionar que un enfermo. No estamos en condiciones de exigir nada y por el terror que tenemos de morir solos aceptamos cualquier disculpa y volvemos a confiar, hasta que llega un día... en que ya no vienen más. Un cuerpo inútil es una obscenidad. Hay que deshacerse de él o ignorarlo. Por eso nos cubren, nos aíslan, purgan los malos olores, para no espantar a los desprevenidos”, dice Ella, uno de los dos personajes de “Los puros (una noche de amor)”, la obra de Alberto Serruya estrenada en la Sala Marechal del Teatro Municipal.

La vejez, la enfermedad y el amor, como una manera de fidelidad, como una esperanza. El amor, cuando el cuerpo es viejo y el espíritu se resiente, son los grandes temas de la obra, que aborda la historia de un matrimonio mayor (sin concretar años, porque llega un momento en que eso de la edad ya no es tan sólo una cuestión de calendario). “Los puros...” es la historia de dos personas mayores, de gente culta, refinada. Juntos; sin muestras de pasión. Pero tampoco de descontento. Una pareja más o menos feliz, bien acoplada, hasta que la enfermedad los alcanza...

¿Quiso Serruya formular una declaración de principios? ¿Es su obra una acusación?, ¿un panfleto social? Todos sabemos que, antes o después, llega el momento del envejecimiento en la gente que uno quiere, es inevitable. Y también es difícil hablar de ese envejecimiento que, en muchas ocasiones, va ligado al sufrimiento. Con su texto, el dramaturgo no ha querido decir nada de la sociedad ni hacer ningún tipo de declaración. Tan sólo contar una historia.

El excelente actor Marcos Martínez, protagonista incansable del teatro local, interpreta el personaje masculino (Él). Y Adriana Rodríguez, estupenda actriz del teatro teatro santafesino, es Ella. Ambos ofrecen una interpretación matizada, llena de detalles, perfectamente complementada. Los dos viven con elegancia -también con mucho dolor- una montaña rusa (muy discreta) que los arrastra colina abajo de sus vidas. Serruya no se muestra con ellos -como autor y director- sentimental ni melodramatico: eso sería ir contra su propia naturaleza. No convierte la vejez en algo romántico. Realiza una aproximación rigurosa a la vejez sin caer en el tremendismo y evitando el inútil ternurismo. Buscando las implicaciones sentimentales de los hechos, que es envejecer, hacerse viejos. Con una terrible enfermedad en el medio. Así, este autor se humaniza y se reconcilia con la vida.

La puesta en escena se enriquece con la música original de Carlos Serruya, que subraya situaciones, y la iluminación de Agustín Serruya y el maquillaje de Marina Serruya. Es de buen nivel el vestuario de Facundo Ternavasio y Federico Cuenca y adquiere protagonismo la cama, realizada por Gustavo Efchi y Leo Rusillo, sobre boceto de Adrián Airala. Y tiene una bella voz la soprano María Victoria Dávila, en escenas de difícil resolución de las que el director sale airoso.

Cuando la puesta en escena concluye, cabe reflexionar que los adultos maduros, los que aceptan la irreversibilidad del tiempo, lo inevitable de que las cosas transcurran sin darnos explicación de por qué ocurren, hoy, mañana o cuando quieren y excluyendo nuestra voluntad, esos adultos, decimos, tienen otros caminos para acceder a ese sentimiento de reparación al que tendemos necesariamente para amortiguar el dolor de las pérdidas, ese sentimiento que en el niño es de aventura y se mueve dentro de una estructura semejante a la magia.

Esos caminos son los que nos posibilita el arte, que de algún modo constituye una forma especial de instalar una “segunda oportunidad”. Sabemos que no hay magia y que no hay cómo detener la irreversibilidad del tiempo, pero frente a esa fatalidad el artista puede elaborar universos poéticos -como es el caso de “Los puros...”- donde el tiempo se detenga en aquellos momentos que la memoria o la imaginación retuvieron como fundamentales, como excelsos para nuestra vida. Esos universos son como pequeñas y persistentes galaxias que los artistas arrojan al mundo para germinarlo con nuevos espacios de vida donde todo pueda ser convocado y llamado a respirar y vivir una vez más o a empezar a hacerlo: los fantasmas adorados que pueblan nuestros recuerdos y que la fugacidad de las cosas nos arrancó de nuestro lado. Cualquier hecho del mundo o de la mente puede ser trasladado al territorio del arte, bajo las condiciones que éste imponga, que son siempre las de la recreación de esa potencia inacabable que es la vida.

Cuando el arte recrea

un profundo dolor

“Los puros (una noche de amor)” Funciones

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Esta noche, a las 21, se realiza la última función en la Sala Marechal del Teatro Municipal, en tanto que el domingo 2, a las 22, se hará en el Foro Cultural Universitario, ubicado en 9 de Julio 2150.

Contar una historia es, simplemente, la premisa del autor y director Alberto Serruya. Marcos Martínez y Adriana Rodríguez son sus magníficos intérpretes, acompañados por la cantante María Victoria Dávila. Foto: Ma. Eugenia Abrigo