Simplemente aleteando

La nota

Foto de Miguel Grattier

 
 

Por Sonia Catela

Ahora, aparecerá una golondrina, anunció el profeta y se empinó sobre el bidón de lata tratando de atraer la atención de la mujer que leía el diario, la única cercana; en el centro del aire, desde ninguna parte se lanzó el vibrante montón de plumas, como si la parieran las estaciones e instalara el verano donde ellos andaban tiritando; el ave partió de su ombligo de nada, cobró vuelo y se zambulló en el verde matorral de ligustros circundantes mientras la mujer del diario suspiraba y aplaudía y el ambiente de entusiasmo atraía a dos gimnastas que corrían en diagonal por el parque; las atletas se detuvieron a la par de la pionera y escucharon el nuevo anuncio: ahora aparecerá un escarabajo; ¿cómo lo hace? se desconcertaron cuando la atmósfera abrió el insecto a la altura de los ojos del vidente adonde se quedó en suspenso, por unos minutos, simplemente aleteando. ¿Es un truco de magia? El profeta carraspeó —un sapo—, dijo: el sapo cayó pesadamente del mismo agujero del aire y estuvo a punto de estrellarse contra el pasto, pero alcanzó a remontar el peso de la caída y con un salto se posó livianamente sobre un charco (enseguida cantó). ¿Va a ocurrir algo más?, inquirieron los espectadores que formaban ya un grumo movedizo. El vidente asintió, estaba esperando a la mujer albina, dijo. ¿Cuál mujer albina? La que me hará una pregunta, por eso vine aquí; el profeta agregó que ignoraba qué preguntaría ella, su trabajo era satisfacer ese interrogante, ya que le había sido dado lo que debía contestar. El profeta no aclara que la revelación que debe transmitir es una única palabra, un críptico y solitario “no”, no agrega más explicaciones a las personas que festejan la aparición del ave fénix que él augura (el pajarraco se incendia, resucita y luego desaparece entre las plantas), palmotean con menos intensidad las tres cintas azules y blancas que se desenrollan sin origen en el espacio, sólo vuelo, porque en realidad, al correrse la voz, cada espectador se mantiene a la espera de la mujer de cabello blanco y ojos rojos; llegará, lanzará su pregunta y el profeta le otorgará una contestación que no nace de él y cuya procedencia incluso él ignora, pero a la que el auditorio le otorga el presupuesto de un significado colectivo, los cuellos se estiran hacia la fuente de la que arranca el sendero y hacia el profeta que se halla al borde del agotamiento (su frente se cubre de arrugas, gruesas telarañas), y pese al cansancio, todavía acierta otras tres apariciones.

Cuando la mujer se aproxima casi arrastrando su pesado cuerpo, al aire su cabello de virulana algodonoso, los demás le abren un estrecho corredor; ella apenas ve, camina como a tientas e ignora que despierta la expectativa ajena. Una mariposa, dice el profeta ligeramente turbado, y la mujer esfuerza la vista y alcanza a percibir la explosión revoloteante de la gigantesca mariposa negra y dorada que casi le roza el armazón de sus anteojos; mientras el resto aguarda sin saber qué ocurrirá, pero anhelando enterarse, la mujer albina alza la cabeza, con gesto de ciega, y emite sus primeras palabras: “más”; pero no las encierra entre signos interrogativos lo que descoloca momentáneamente al profeta; él se reconcentra un momento, se da la razón —o a alguna voz interior— y avisa ahora aparecerá un ramo de rosas y en el aire se abren las flores y caen sobre el pasto, blancas sobre verde, en un hilo su atención y la de los otros, depositadas en la cabellera enredada y fulgurante; la mujer albina abre la boca y expresa lo que se aguarda y une en arco la inquietud de la carne con las entrañas de algún ignoto arcano, dice: pero, ¿esto es verdad?, tales sus palabras, repite: pero, ¿esto es verdad? y desde una evidente confusión, el profeta contesta lo que le mandaron responder, y replica: “no”.

(De “Malos pensamientos”, op. cit.)