Marche una picadita...

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Probablemente la comida que más represente a una columna ligera de manos, advenediza y levantisca como el Toco y me voy, sea la “picada”, esto es una variopinta agrupación de comida previa a la comida formal. Hoy todo el mundo arma una picadita. Pero hay chambones capaces de arruinar uno de los mejores momentos que tiene la vida.T

EXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Picada es una palabra con múltiples acepciones -pero una sola me interesa realmente-, puede ser una senda abierta a machete entre la vegetación, puede ser una competencia informal entre vehículos, puede ser un elemento finamente trozado... En esta columna hablamos de la picada que se arma entre amigos o familiares previa a las comidas y que representa una suerte de aperitivo, de momento para ir abriendo el apetito, de encuentro previo y descontracturado anterior al más formal de la comida. Hay diferencias notorias entre picada y comida: la primera es una tabla o plato común del que todos “pican”, la segunda es frente a platos individuales; la primera es de parado o repantigado en sofás o frente al televisor; la segunda es en sillas alrededor de la mesa; la primera tiene un poco de cada cosa; la segunda tiene un menú determinado; la primera acepta bebidas especiales tipo vermú; la otra propone otras...

En el campo, mientras se hacía el asado o los tallarines caseros, con la familia, amigos o los invitados en general ya presentes, aparece ese primer motivo de conversación que obliga a “picar” algo aquí y allá: aceitunas, papitas, mondongo, lengua a la vinagreta, chorizos, salamines o morcilla (o todos ellos), lupines (simpáticos para apretarlos entre el índice y el pulgar apuntándole a la generosa espalda de la tía Porota, que se la banca), maníes, pickles. Y también un par de botellas de aperitivos, bebidas para mezclar.

Probablemente la picada nació para independizarse de la “entrada” que en restaurantes y en hogares hacía de primo piatto, es decir, esa primera comida que abría el apetito.

Pero pronto la picada se hizo lo suficientemente grande e importante como para reclamar su independencia. Y así se fue constituyendo en una propuesta gastronómica en sí misma. No invitás a gente muy amiga a comer, sino “a picar algo”. Esos dos o tres elementos sabrosos que en toda casa o heladera hay para “picar” fueron adquiriendo espesor, cantidad, volumen, y en muchos casos se constituyen en “la comida”, deja de ser la previa y pasa al lugar central. Hereda y postula, además, su carácter informal y ligero en toda una propuesta filosófica, en el sentido de que es una excusa para la reunión, la charla, para ver un partido o una película o sólo para acompañar un momento agradable. De la periferia al centro, del barrio a la peatonal, toda una declaración de principios.

Tanto es así que surgieron picadas ya hechas, una aberración más de la sociedad de consumo. Yo veo esas reuniones “en la capital”, en departamentos prolijos, con unas picadas que hasta da pena tocarlas de vistosas y organizadas. Ya mismo quiero denunciar públicamente esas pseudo picadas que son constitutivamente contrarias a la esencia de la picada, que es grosera, se va haciendo a sí misma, acepta nuevos componentes en cualquier momento y se siente más cómoda en platos y bandejas desiguales que en prolijos contenedores asépticos e iguales...

Quiero denunciar igualmente a esos chambones que agarran un cuchillo para cortar en fetas finas lo que debe tener un dedo de grosor -y de los dedos del tío Lucas, que parecen, cada uno, tablas para picadas...-; quiero que juntos echemos de las picadas a los finolis que no quieren agarrar una aceituna o un pedazo de queso con la mano; quiero que volvamos a darle a la picada su frenético carácter libre y furioso. Y finalmente, como un aporte desinteresado, cambio aquí mismo el nombre de esta columna para reforzar el carácter ligero de una picada como la gente. Desde ahora, pasamos a llamarnos Pico y me voy.