“Excalibur, una leyenda musical”

La gloria está dentro de uno mismo

La gloria está dentro de uno mismo
 

Gran profesionalismo de esta compañía, lo que demuestra la gran calidad artística que han logrado Cibrián y Mahler en sus trabajos escénicos.

Foto: Mauricio Garín

Por Ignacio Andrés Amarillo

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En la segunda mitad de 2011, y mientras disfrutaban de la gloria de la celebrada versión “20 años” de “Drácula, el musical”, Pepe Cibrián y Ángel Mahler se plantearon un desafío: hacer el musical con el mayor despliegue jamás visto en la calle Corrientes, con trucos de ilusionismo traídos de Las Vegas, gran despliegue de vestuario y escenografías descomunales y animadas (hasta la misma boca de escenario del Astral tenía vida propia).

Todo esto para contar en “Excalibur, una leyenda musical”, estrenada en enero de este año, una adaptación libre de una leyenda clásica, repasando todos los tópicos del heroísmo, el sacrificio y la voluntad. Desde el punto de vista de la construcción narrativa, y luego de un “Otelo” casi operístico, optaron por mixturar largos pasajes hablados entre las escenas cantadas. La música estuvo a la altura de las mejores ideas de Mahler, quien desde “Drácula” ha encontrado un excelente coequiper en su hijo Damián. Justamente junto a él trabajaron una orquestación con variados matices, recurriendo a instrumentos de cuerda eléctricos (en los instrumentos de arco, pero también incluyendo la guitarra) y percusión electrónica (esto para la puesta porteña, siempre con orquesta en vivo, cosa que sólo ocasionalmente se ve en las giras).

Coraje y sentimientos

La historia es más o menos así: el rey Algac quiere casar a su hijo Arturo con Guenevier, la hija del rey Verix, a fin de unir los reinos. Los jóvenes nada quieren saber, pero igual se va a producir la boda cuando es interrumpida por la hechicera Morgana, deseosa de quedarse con la espada encantada Excalibur, símbolo del poder de la casa de Algac.

El mago Merlín logra salvar a los muchachos (no así a sus padres), y se encargará de guiar a Arturo para que pueda cumplir su destino de gloria y ser rey. Pero antes deberá dejar partir a la espada, para reclamarla cuando sea el momento adecuado. Entre tanto se teje la trama de Laria: hija de un rey derrotado antaño por Algac, quien con ansias de venganza sedujo al rey para que le dé un bastardo, Golbar, ahora en posición de reclamar el trono en ausencia de Arturo.

Entremedio, el paladín deberá demostrar que está a la altura de las profecías y encontrar el valor, la fuerza y los sentimientos dentro suyo, de la mano de esa princesa desconocida con la que construirán un amor más allá de la muerte.

Riesgo interpretativo

El otro gran desafío era para el emblemático Juan Rodó: salirse de sus personajes trágicos y portentosos (al menos de a ratos), y componer un Merlín casi propio de una película animada de Disney, hiperactivo y alocado, pero no por eso menos sabio y trágico: un personaje de gran exigencia física y vocal.

A él lo acompañaban un Emilio Yapor “entrador” aunque no del todo convencido de su rol heroico, una encantadora Luna Pérez Lening como Guenevier (LPL siempre está encantadora, lo sabemos), un breve pero muy aplaudido rey Algac en la presencia y la voz de Leonel Fransezze, un interesante Golbar también de dibujo animado, en la piel de Hernán Kuttel, y dos villanas que metían miedo: Candela Cibrián como una Morgana de fuerte presencia escénica (con esa figurita enjuta: la hechicera más flaca de la historia) y una Laria alimentada a puro resentimiento, interpretada por la sorpresa de la puesta, la posadeña Diana Rosario Amarilla.

Pero la puesta original sufrió un severo traspié al perder casi todo su elenco original por razones nunca del todo explicadas. Así, una nueva compañía salió al toro para completar la temporada del Astral, desplegando un gran profesionalismo, lo que demuestra la gran calidad artística que han logrado Cibrián y Mahler en sus compañías (más allá de que, como ocurre seguido en estos casos, los reemplazos están muy apegados a las marcaciones del director al actor original y a la composición de éste).

Los nuevos rostros

Y ésa es la compañía que encaró la gira (menos Kuttel, que había sobrevivido) y que visitó nuestra ciudad. Encabezada por supuesto por un Rodó que no paró de crecer en su Merlín, sintiéndose más cómodo en las partes habladas, en la saltarina picardía del mago y sus diferentes tonos de voz (nadie diría que es él cuando aparece disfrazado de viejo). Por supuesto, uno de sus momentos destacados es el de la canción sobre su antiguo amor por Morgana, y algún pasaje al final.

La otra figura destacada es Rodrigo Rivero como Arturo, muy comprenetrado en los tres registros de su personaje (el cómico, el heroico y el trágico), con buenos momentos sobre el final, cuando cree haber perdido a su amada.

Florencia Spinelli como Morgana y Sol Montero como Guenevier sorprenden en sus logros: si la primera ha encontrado el registro malevolente y sarcástico de su villana, la segunda está fresca y divertida en sus contrapuntos con los ninguneos de Merlín.

El resto del elenco cumple con los objetivos: Manuela Perín como Laria, Mauro Murcia (el ex Consejero Supremo) como Golbar, Pablo Rodríguez (el ex Verix) como Algac, y Braian Arévalo como el Consejero Supremo. Acompañan a estos polifuncionales que Cibrián sabe prohijar, que pueden llenar el escenario incluso en una versión reducida: Eluney Zalazar (la novia del protagonista, valga el chisme), Vanesa Martínez (las dos del gusto de los caballeros presentes), Mariano Díaz, Santiago Boiero, Diego Cáceres y la pequeñita Mara Del Federico Buschittari.

Versión compacta

La puesta de gira que llegó a Santa Fe es más corta que la original: dos horas y cuarto en un solo acto contra las tres horas con intervalo de la del estreno, pero esto no va en desmedro de la narración, sino quizás todo lo contrario, al hacer las cosas más dinámicas. Desgraciadamente, lo que sí se ha perdido en la adaptación es el despliegue escenográfico y unos cuantos efectos especiales, parte del encanto de la obra (incluso hubo algún desperfecto en estos últimos). La puesta lumínica es fantástica, pero no todo puede reemplazarse con humos y espejos.

La otra cosa que puede no gustar a algunos paladares exquisitos son algunos coros grabados, destinados a reemplazar una compañía más nutrida. Pero de todos modos la historia fluye, el público puede entrar en la magia y descubrir que la gloria está dentro de uno mismo.