“El mar en el bolsillo”

El vuelo de un actor

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César Brie brindó en la Sala Marechal una admirable lección teatral.

Foto: Gentileza Prensa Municipalidad de Santa Fe

 

Jorge Ricci

Después de una intensa y extensa formación europea junto al mismísimo Eugenio Barba y luego de una profunda experiencia global (actuación, dirección, dramaturgia) al frente del Teatro de los Andes en Bolivia, el ya célebre César Brie recaló en Santa Fe de la Vera Cruz (la pequeña ciudad sudamericana donde supo vivir por un tiempo en su juventud) con su bello y autobiográfico monólogo “El mar en el bolsillo” para instalar en la Sala Marechal esa antigua magia que llamamos Teatro.

Algunos de los presentes en esa noche feliz, ya estábamos “alertados” de lo que podía llegar a acontecer porque habíamos visto varios de sus trabajos colectivos (“Ubú en Bolivia”, “Las abarcas del Tiempo”, “La Ilíada”, “La Odisea”, “El temblor”), pero los otros, la gran mayoría de los presentes en la platea, iban a descubrir de golpe y porrazo cómo se puede alcanzar una notable teatralidad con la mayor simplicidad (muñecos, telas y maderas artesanales que parecen ser parte y espejo del cuerpo entrenado del actor creador).

Porque César Brie, al igual que Arístides Vargas (actor, autor y director de los magníficos montajes del grupo Malayerba de Ecuador), es un teatrista argentino que viene desparramando su talento por el mundo y creando una poética irrepetible. Es por eso, tal vez, que mi amiga y colega Sandra Franzen pudo sintetizar sabiamente lo que estábamos viviendo en esa noche santafesina del martes pasado: “Dijo César Brie en su espectáculo ‘El mar en el bolsillo’, que el problema del teatro es que el espectador puede imaginar mucho más de lo que se puede hacer en un escenario. Y unos segundos después te hace ver el mar, al actor removiéndose en el mar, al hombre traspasado por la emoción de estar en el mar. Entonces, amigos teatristas, estamos en problemas, definitivamente. ¿Cómo haremos en nuestro próximo espectáculo para hacerle creer al espectador, que en el escenario, con un actor, un cenital, una cinta celeste y un acordeoncito sonando de fondo, se puede ver el mar?”.

Tiene razón, Sandra, porque tipos como César te hacen sentir, como decía Peter Brook, “que el teatro es la última forma de juego del hombre contemporáneo”.