“Amigos intocables”

Una mano para encontrar la salida

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Historias cruzadas: el millonario Philippe (François Cluzet) le dará una oportunidad laboral al joven Driss (Omar Sy), y allí surgirá una relación de amistad y comprensión, en la que ambos ganarán más de lo que esperan. Foto: Télam.

“Amigos intocables”. “Intouchables” (Francia, 2011, hablada en francés). Dirección y guión: Eric Toledano y Olivier Nakache. Fotografía: Mathieu Vadepied. Edición: Dorian Rigal-Ansous. Música: Ludovico Einaudi. Diseño de producción: Francois Emnamanuelli. Elenco: François Cluzet, Omar Sy, Anne Le Ny, Audrey Fleurot, Clotilde Mollet, Christian Ameri, Alba Gaïa Bellugi. Duración: 112 minutos. Apta para mayores de 13 años, con reservas. Se exhibe en Cinemark. Calificación: buena.

 

Ignacio Andrés Amarillo

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“Amigos intocables” (“Intouchables”) es un cóctel de tres tradiciones cinematográficas muy concretas. En primer lugar, la muy francesa de las “comedias de compañeros”, en las que por ejemplo Gérard Depardieu hizo varios de sus proyectos recordados (de Pierre Richard a Jean Reno).

Otra de las fuentes es también muy gala, por razones diferentes: las películas que reflejan la vida de los inmigrantes en las banlieues, esos Fonavis al estilo Lugano III repetidos hasta el infinito, como la armería de Matrix. Quizás las más recordadas sean “Entre los muros”, de Laurent Cantet, y la quizás superior (al menos en la crudeza y la sensibilidad) “Juegos de amor esquivo”, de Abdellatif Kechiche.

La tercera tradición es netamente hollywoodense, y tiene que ver con la fascinación por los relatos “basados en una historia real”, que incluyan la superación de alguna situación más o menos terrible y el tranquilizador cartelito al final que diga que “Fulano hoy es exitoso y tiene una familia maravillosa”. Tal vez en esa combinación de humor, testimonio y elevación personal resida la clave del éxito del filme, que ya es la cinta francesa más vista de la historia en su país, según dicen por ahí.

Dos vidas

La narración empieza con un flash forward, un momento ubicado antes del final del relato. Una tensa persecución escapando de la policía sirve para presentar a los personajes centrales y también el tono de lo que se va a ver, ya que esa escena termina con la distensión de la complicidad de la atípica dupla (aunque más adelante veremos cómo se llega a ese momento).

Después volvemos al pasado, para desarrollar la historia difundida hasta el hartazgo en las sinopsis que circulan por ahí. Driss Baccari es un joven negro, senegalés para más datos, que vive en un escueto departamento, superpoblado por una familia, cuyas relaciones de consanguineidad no pueden explicarse en menos de tres oraciones; inserto en una barriada donde nadie tiene ancestros que se remonten no ya a los galos (como decían los viejos libros de primaria) sino al gobierno de Giscard D’Estaing. Por lo demás, se parece más a un joven de Harlem o del Bronx: en su gusto por la música negra estadounidense (especialmente el funk de Earth, Wind & Fire) y la danza al estilo James Brown.

Ex convicto, necesita tres rechazos en entrevistas laborales para pedir un subsidio de desempleo. Esa necesidad lo llevó a presentarse a una convocatoria para cuidador de un rico tetrapléjico, de nombre Philippe, fanático de la música clásica, insoportable para buena parte de su personal (los cuidadores no duran) y con muy poca conexión con la vida. La necesidad del muchacho y la intuición del hombre llevará a que ese trámite se convierta en un mes de prueba, y en el nacimiento de una relación especial: el discapacitado y viudo descubre que el atolondrado morocho no le tiene lástima, y por eso le dará su voto de confianza.

En el medio habrá un intercambio, en el que los dos ganarán algo: uno se reencontrará con el interés por estar en el mundo (y no limitarse a esperar la muerte) mientras que el otro iniciará un aprendizaje que le servirá para salir de la realidad de su clase y su grupo social.

Dos cuerpos

Si la idea es previsible, anunciada desde el vamos, el principal motor del relato está en la potencia actoral de la pareja protagónica. En la frescura de Omar Sy como Driss, en su dualidad como personaje cálido y “entrador” en las buenas pero encallecido por la vida que le tocó en suerte. Y en la potencia de François Cluzet como Philippe, en su criatura llena de humanidad, a la cual debe encarnar con la específica limitación facial (de las cervicales 3 y 4, para ser más específicos).

El resto del elenco acompaña muy bien, especialmente Anne Le Ny como Yvonne, algo así como el ama de llaves de Philippe; la colorada hiperpecosa Audrey Fleurot como Magalie, la secretaria, que guarda algún secreto para Driss; Alba Gaïa Bellugi como Elisa, la malcriada hija del millonario; y Clotilde Mollet como Marcelle, la enfermera.

Dos universos

Otra de las claves a las que recurren los guionistas y directores Olivier Nakache y Eric Toledano está en ciertos recursos expresivos que definen el mundo de cada uno de los personajes. En el uso de la música incidental, por ejemplo, en la que el funk acompaña a Driss y la música clásica a Philippe, para cruzarse en algún momento, como muestra del entrelazamiento de ambas vidas. La música original de Ludovico Einaudi, interviniendo entre los dos campos definidos, aporta una gran belleza sonora.

Desde el punto de vista visual, el mundo de Philippe está filmado con planos más estáticos y una fotografía cálida, que realza la belleza de su mansión, los espacios cerrados, el lujo en el que sin embargo se encuentra atrapado. Por su parte, los momentos de Driss en la banlieue son retratados con cámara en mano, con planos cercanos (a lo Kechiche, a lo Dardenne), con una luz natural y fría, que destaca el gris de la simétrica barriada y la calle como espacio principal de la vida comunitaria.

Como decíamos, tal vez por todo esto es que la película llega tanto a públicos diversos: porque se maneja dentro de territorios conocidos, por momentos casi al límite de caer en lo demasiado conocido, pero con una magistralidad en su concreción (actoral y de dirección) que hace imposible no involucrarse con los personajes, sufrir con ellos, reír cuando ríen, querer que tengan final feliz. Porque eso (entre otras cosas) es el cine: la fábrica de los sueños, y el sueño de poder concretarlos.