¿Qué hay de comer?

¿Qué hay de comer?
 

El exceso de información va a terminar con la humanidad. Antes, en materia de alimentación, a lo sumo te aparecía uno alérgico a algo -y tenía que manifestarlo de modo ostensible-, después aterrizaron los primeros vegetarianos. Hoy hay tipos y tipas muy informados y tienen la trazabilidad completa de cada comida. Se los tiro así, en crudo.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Mi hermana -tengo dos y no voy a decir cuál, pa’ no desatar ni furias familiares ni morbos chusmas en el resto-, robusto y sano cuerpo hecho a comida de campo, crema de leche sin estirar, dos carneadas al año, un día aciago nos comunicó a todos que no, nada de molleja, ni chinchulines, ni asado. A partir de ahora era vegetariana. Mi vieja lo tomó como un asunto de alta traición, una asonada. La nona no entendía nada y mascullaba un desconsolado “dónde va a parar esta juventud moderna”; el abuelo pensó que se trataba de una enfermedad y todos nos consolamos asumiendo la porción cárnica sobrante.

Pero la cuestión no quedó ahí (no hablo ya de mi hermana -una de las dos- a quien convencimos de que era mejor pactar treguas de vez en cuando), sino que aparecieron nutricionistas, especialistas -uno cree que en especias o en especies-, chamanes, científicos, gourmetes, chefes (ya entienden: avancemos), cocinadores, étnicos, químicos, biólogos. Toda esta gente, que tiene altos saberes específicos dignos de ser comunicados y compartidos, de golpe dispuso de información fina, desde cuántas calorías aporta una papa o un tomate, hasta la composición molecular de una procaz hamburguesa.

Todo bien y todo mal. Todo bien, porque está muy bien conocer en detalle qué cosas ingerimos. Y todo mal por exactamente lo mismo. Si vos sabés todo, estás al horno, aunque hay gente que no cocina ni come nada cocido: sólo frutas, verduras, y semillas. “Propio como los pollitos”, la escucho seguir mascullando a la nona...

El grito de alerta lo dio el Lucho, despreocupado consumidor de loque (loquevenga), cuando le estiró un mate amigable a un compañero de trabajo. Y recibió esta humillante respuesta: “mirá, te acepto uno para no despreciarte (con lo cual ya te desprecian), pero esta marca usa herbicidas y fungicidas en su proceso de elaboración, y luego también colorante y conservante. Además, el agua tiene cloro”. Lo parió: helado quedó el Lucho, un tipo simple y concreto que lo único que quería era tomar unos mates en paz e incluirlo al que se acerque.

Gente como esa, cada vez más numerosa, sabe que las galletitas tal tienen grasas trans. Al final, tanto progreso de los derechos individuales, tanta prédica contra la discriminación y estos tipos abierta y cerradamente no quieren a los trans.

Ahora tenés comida holísitica -saludan en vez de comer-, gente que se maneja con agua y que quiere desterrar la idea de la comida como consumo, como algo cultural e impuesto. Lo de impuesto se entiende: estamos llenos de impuestos. No quiero defender a mi hermana -a una de las dos- pero al lado de algunos fundamentalistas de la alimentación, ella era una tierna, simpática comensal de vegertales. Y se esmeraba por darle realce y sabor a sus comidas, aun sin probar por años un bocado de carne. Yo ya les voy avisando a todos que así como los animales, las plantas también sienten. Y que deberíamos comer minerales, nomás, con ese criterio. De rencoroso y mal tipo, se los digo.

En medio, la elaboración masiva de alimentos, se caracteriza por la mixtura, lo trans, la utilización masiva de agroquímicos, los híbridos y creo que no existe ya absolutamente nada puro y sin intervención.

“Lo mejor es no pensar”, decía Brandoni con delicioso cinismo en su inolvidable personaje del facho, en “Esperando la carroza”. Y así parece ser también con la comida: uno debe procurarse los mejores alimentos, verduras de calidad, carnes o, en fin, lo que quieran. También seguramente debemos tener información útil sobre los alimentos. Pero no me rompan a cada rato preguntándome si esta bagna cauda o este chorizo en grasa tiene determinadas cosas: tiene lo que tiene. Y ya está cocinado otro toco y me voy.