EDITORIAL

 

Muerte en Libia

¿Fue una muerte accidental o deliberada? La pregunta acerca de la muerte del embajador norteamericano en Libia está planteada en el espacio público, y aflige particularmente a los funcionarios del gobierno de EE.UU. y a las autoridades políticas de Libia. El presidente Obama y su canciller, Hillary Clinton, se expresaron con severidad y aseguraron que los culpables pagarán por este crimen. En plena campaña electoral, el candidato republicano, Mitt Romney, responsabilizó a su rival demócrata por lo sucedido. “Esto pasa”, dijo, “porque el actual presidente se esfuerza en tratar como amigos a los enemigos de Estados Unidos”.

Son frases de campaña. El propio Stevens se había destacado por sus declaraciones y actos en contra de la dictadura de Kadafi. Las actuales autoridades libias sólo palabras tenían palabras de agradecimiento hacia este diplomático comprometido con la causa. Por su parte, personal de servicio de la embajada no vaciló en declarar que los soldados sirios lucharon valientemente contra el comando terrorista y fueron ellos quienes llevaron a un Stevens herido de muerte hasta el hospital.

De modo que queda claro que el actual gobierno de Libia no tiene nada que ver con esta muerte. A los responsables hay que buscarlos en los escondites urbanos y rurales donde se refugian los fanáticos. ¿Fue Al Qaeda, la autora de esta muerte? No se sabe con precisión, porque otra hipótesis señala que Stevens murió como consecuencia de un enfrentamiento entre tribus enemigas. Y otra, más probable, que el ataque fuera consecuencia de un video norteamericano que ofende a Mahoma.

Lo que sí está fuera de discusión, porque los hechos se encargaron de probarlo con elocuencia, es que en el Medio Oriente la muerte del funcionario norteamericano se festejó con entusiasmo. Es que para las masas musulmanas, EE.UU. sigue siendo el enemigo y, además, el principal respaldo de su otro gran enemigo: Israel. Algunos gobiernos de la región intentaron controlar esas expresiones de alegría, pero fue en vano. Y en más de un caso tuvieron resultados opuestos a los deseados.

Por buenas y malas razones, EE.UU. es muy resistido en la región. Sus intervenciones militares, sus alianzas controvertidas, la contradicción entre sus discursos públicos y sus hechos, sus intereses económicos, han generado amplios rechazos que las bandas terroristas tratan de capitalizar. A la vez, EE.UU. es resistido como expresión de la modernidad, el progreso y los valores democráticos, principios y realidades fustigados por el integrismo musulman.

Pero más allá de las evaluaciones políticas o religiosas que se hagan, es evidente que se trata de una muerte injusta. Se sabe, y los embajadores en particular lo saben, que esa región es un polvorín y que al aceptar una misión diplomática todo funcionario asume los riesgos implícitos. No obstante, una cosa es aceptar el riesgo en términos hipotéticos, y otra muy diferente, es descubrir el rostro impiadoso de la muerte a miles de kilómetros de su casa.