Movilización popular en defensa de las instituciones de la libertad

Néstor Vittori

La masiva movilización popular producida en la Capital Federal y distintos lugares del país, constituye un fenómeno que no es nuevo en la Argentina, pero que ofrece particularidades que merecen un análisis singular.

En primer término hay que reconocer el rol instrumental de las redes sociales como vehículos de la convocatoria y, a continuación, el fenomenal resultado producido por el sistema de interrelaciones personales que Internet permite y alimenta. El boca a boca electrónico sacó en la Argentina auténtica carta de ciudadanía.

Otro aspecto a señalar es la participación relativamente baja en la convocatoria de los medios de comunicación tradicionales: radio, televisión, diarios y periódicos, los cuales fueron tomados de sorpresa por la magnitud del fenómeno, al punto de que varios, en particular los televisivos, reaccionaron tarde para la cobertura del acontecimiento. Aunque también es cierto que esa falta de reflejos se vincula con la manifiesta sumisión de la mayoría a la lógica del poder kirchnerista.

De todos modos, los contenidos de muchas consignas expresaban distintos grados de relación con la información, análisis y opinión cotidiana de los medios de comunicación críticos del gobierno. Consignas como “Clarín no miente, Cristina miente y roba”, ponen de manifiesto esos vínculos, aunque los desbordan. Así, en carteles con textos breves y frecuentes juegos de palabras, muchísimas personas dieron a conocer su sintética conclusión respecto de la acción del Gobierno, de sus ataques a la prensa, y la conducta de funcionarios, como la del vicepresidente Amado Boudou en el caso de la ex Ciccone.

La geografía de la protesta reinstala el resplandor de una Argentina productiva y generadora de excedentes económicos frente a una Argentina prebendaria y dependiente del gobierno nacional. Implícitamente han quedado esbozadas viejas divisiones políticas entre provincias y territorios nacionales. Varias provincias carentes de autonomía real son presa fácil de vocaciones hegemónicas y centralizadoras. El precio que pagan es el acompañamiento sistemático de sus representantes a los proyectos y requerimientos del Poder Ejecutivo.

Pero más allá de las cuestiones de coyuntura, el fenómeno refleja una construcción típica de psicología de masas, donde una gran cantidad de personas participa de una expresión masiva impulsada por distintas motivaciones y demandas: libertad, seguridad, república, justicia, independencia, pluralismo, democracia plena; fin de la coacción, la corrupción, la recesión, el desempleo, las persecuciones. Estos reclamos, que en buena medida son equivalentes e intercambiables, suben a un colectivo, y en su homenaje postergan cuestiones puntuales para lograr una articulación convocante.

En 2001 la consigna “que se vayan todos” configuró una manifestación de repudio a la clase política; en esta oportunidad, lo que se rechaza es el abuso de poder hegemónico y absolutista de Cristina, básicamente plasmado en la iniciativa orientada a lograr una nueva reforma constitucional para brindarle a la presidente la posibilidad de su reelección sin límites.

Hay, además, una considerable porción de la sociedad argentina que percibe en el gobierno la intención de producir cambios estructurales tendientes a arrasar instituciones históricas del país, instituciones construidas en el momento constitutivo. Esas imaginadas transformaciones apuntan a cortar la raíz liberal de la Constitución, a regular todas las actividades, a avanzar hacia la creciente estatización de la propiedad privada y de los medios de producción.

Las amenazantes expresiones del viceministro de Economía, Axel Kiciloff, a Paolo Rocca -conductor de Techint- por sus reclamos de estabilidad y seguridad jurídica para la inversión, reflejan una concepción totalmente opuesta a la cultura económica histórica. En ésta, el Estado tiene un rol subsidiario y el emprendimiento empresario, a su propio riesgo, está sujeto a un sistema de premios y castigos que pendulan entre la ganancia y la pérdida económica.

El “vamos por todo” expresado por la presidente al calor del resultado electoral de octubre pasado, entraña un llamado hegemónico a la remoción no solamente de las instituciones republicanas, sino también de toda la grilla dirigencial, sin que quede afuera el peronismo tradicional. Esta tajante divisoria de aguas evoca imágenes del pasado que incluyen el regreso de Perón al país y los enfrentamientos de Ezeiza, donde la juventud peronista -liderada por Montoneros- se enfrentó con sectores del peronismo ortodoxo integrado por gente de los sindicatos, las fuerzas armadas y de seguridad.

Hoy, Cristina y la Cámpora actualizan -en otro escenario- conflictos que signaron la década del 70 y que de algún modo subyacen a los actuales acontecimientos. En aquel momento, se abrió una brecha creciente entre quienes postulaban la “Patria Socialista” y quienes defendían la “Patria Peronista”.

Por cierto, Perón no era Mao ni habría de convocar a la “revolución cultural” que soñaban los “Montoneros”. Y tampoco lo es Cristina, en tanto que comparar a La Cámpora con los Guardias Rojos es un inútil esfuerzo de la imaginación.

En 2001 la consigna “que se vayan todos” configuró una manifestación de repudio a la clase política; en esta oportunidad, lo que se rechaza es el abuso de poder hegemónico y absolutista de Cristina.