“ABRIR PUERTAS Y VENTANAS”

La casa cristalizada

Rosa Gronda

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Martina, Sofía y Violeta son tres hermanas adolescentes que han vivido junto a su abuela hasta la reciente muerte de aquélla en una amplia y añosa casona. Y esa casa, llena de recuerdos, por un lado las contiene y por el otro, les impide crecer. El tiempo ha quedado congelado en objetos que ya no se usan y otros que no se renuevan, como el televisor de modelo perimido o la máquina de escribir que remite a los años setenta.

La película registra el deambular de las jóvenes por esa casa cargada de recuerdos; observa ese tiempo entre paréntesis en que cada una busca su lugar pero vive de distinto modo el duelo de la ausencia, la incertidumbre del futuro y los descubrimientos del mundo adulto, sobre todo el estallido de la sexualidad.

La casa se mimetiza del ánimo de sus habitantes: melancolía, abulia, desconfianza, se replican en cuartos con llaves y escondites.

La película rebosa sensibilidad, gusto por los detalles y buenas actuaciones, pero también es lenta, reiterativa y recargada de elipsis. Es un cine perturbador y melancólico, al límite de la incomodidad, con algunas similitudes narrativas que lo aproximan a la estética de Lucrecia Martel y también a Bergman en la exploración del mundo femenino que se potencia en ambientes cerrados. Sin embargo, en las escenas al aire libre (el bello jardín de la casona así lo permite), la atmósfera se acerca a la poética más descomprimida de Eric Rohmer, particularmente, en la escena de la escalera, cuando se insinúa la historia de amor entre Martina (la hermana mayor) y el joven vecino que acapara la atención de todas.

Densidad emocional

Aunque el elenco está muy bien aprovechado y con variados e interesantes matices, por momentos el personaje principal es la casa que guarda todos los secretos. En su interior, las hermanas se pelean, se reconcilian y arman estrategias.

No hay ninguna escena afuera de la casa pero sí se juega con el fuera de campo, para que el espectador infiera lo que sucede en el afuera. Una vez que la cámara entra ya no vuelve a salir más allá de la reja que limita al jardín con la calle pero accede a lo que se oculta y no todos quieren ver.

La médula de la película pasa por el tratamiento dramático del espacio y los objetos que transmiten un tiempo cristalizado en rincones, placares y estantes llenos de objetos de otras épocas. La densidad emocional que caracteriza a la película se sustenta tanto en los objetos como en el sensual descubrimiento de los cuerpos que la directora revela en audaces y naturales planos.

Aunque la acción se siente a veces reiterativa y monótona, el film contiene momentos intensos y profundos. A los climas, aportan la interesante utilización de los colores y el particular vestuario.

Visualmente, la película es encantadora en la forma de acercarse a las tres hermanas y mostrar detalles. Contribuye la música diegética con esas canciones que ellas escuchan y tararean, construyendo un relato que flota por sobre lo no dicho. Porque lo que no se dice importa tanto como lo que se escucha: así, en uno de los diálogos finales no se ven los personajes.

De esta forma, quien disfrute de las películas que buscan decir mucho más de lo que muestran, no saldrá decepcionado de la sala de cine.

“Abrir puertas y ventanas”

Tres hermanas muy jóvenes y una casa antigua son las protagonistas casi exclusivas de la ópera prima nacional más premiada del año pasado (tres distinciones en el Festival de Locarno y dos en el de Mar del Plata). Una película muy sensorial, sobre los vínculos familiares, el pasado congelado y las necesarias transformaciones para alcanzar la madurez.

Foto: DPA

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MUY BUENA

“Abrir puertas

y ventanas”

(Argentina-Suiza-Holanda/2011). Dirección y guión: Milagros Mumenthaler. Intérpretes: María Canales, Martina Juncadella, Ailín Salas y Julián Tello. Fotografía: Martín Frías. Edición: Gion-Reto Killias. Dirección de arte: Sebastián Orgambide. Distribuidora: Primer Plano. Duración: 99 minutos. Se exhibe en el Cine América.