Entre cacerolas y estrategias de confrontación

Los sonidos del silencio

Sergio Serrichio

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La respuesta fue tomando forma con el correr de los días: luego de la protesta de centenares de miles de ciudadanos en varias ciudades del país, el gobierno, lejos de reconocer la aparición de un polo de protesta y resistencia social al “vamos por todo” oficialista, ha decidido descalificar esas manifestaciones, tomarlas como reclamos ilegítimos de gente bien vestida que no pisa el césped y que sólo quiere viajar a Miami (curiosa forma de descalificar, la oficialista). O, mejor aún, como una ratificación de que va por el buen camino. Algo así, como “Ladran, Sancho”.

No debería sorprender. El kirchnerismo se nutre de la confrontación; encuentra en ella su razón de ser. En parte, porque lo aleja de la fastidiosa obligación de gobernar en serio, de gestionar con eficacia, de realizar más que anunciar, de dar respuestas que solucionen más problemas de los que crean, de dimensionar el uso de los recursos, que no son gratuitos ni infinitos -aunque los hábitos extractivos y rentistas de los Kirchner los lleven a creer así- a la importancia de los fines.

Además del aspecto negativo de la confrontación esto es, del beneficio de alejar al kirchnerismo de lo que no le gusta o en lo que se sabe incapaz- está aquel que sí le gusta, y mucho: descalificar, dibujar enemigos, vender epopeyas que no son, pero que, cuando la pintura se corra y el montaje se caiga, servirán para explicar el fracaso, no como una nueva evidencia de las insalvables limitaciones del autoritarismo y el populismo, sino como una batalla ganada por la oligarquía contra un proyecto emancipador, al cual siempre será posible volver.

La economía

Tal vez nos estemos apresurando, tal vez surja de verdad una articulación política eficaz contra el avance del autoritarismo, la corrupción, la incompetencia y la soberbia, pero como antecedentes, allí están el relato y las prácticas kirchneristas, que de un lado, acompañan la glorificación de los montoneros como simples muchachos abnegados e idealistas, y del otro, callan el fracaso del experimento de populismo económico 1973-75, que derivó en el Rodrigazo y, menos de un año después, en la brutal regresión política, económica y social del Proceso.

Volvamos, sin embargo, a las cuestiones de la economía. Porque mientras el gobierno pasa lustre verbal a su épica, en los primeros siete meses del año Aerolíneas Argentinas perdió 2.376 millones de pesos, Aysa (Agua y Saneamiento Argentina, la estatizada empresa de aguas antes en manos francesas) 4.508 millones, Arsat (la empresa estatal satelital, que ahora prestará servicios de telefonía digital) 1.742 millones y Enarsa (la empresa estatal de Energía creada en 2004, ocho años antes de la reestatización de YPF) 8.616 millones. En ese mismo período, el gobierno anotó 12.823 millones de pesos en subsidios a Cammessa (la empresa mixta, ahora en manos de La Cámpora, que administra el mercado eléctrico mayorista), 8.454 millones en subsidios a la “infraestructura de transporte” y 1.798 millones a las operaciones de “trenes y subterráneos”.

Sumando pequeñeces como los déficits de Télam y los medios públicos -y dejando de lado la multimillonaria pauta oficial que alimenta el frondoso aparato paraestatal de propaganda- se llega a que entre enero y julio pasados los subsidios oficiales a las empresas estatales y a la prestación por terceros de algunos servicios públicos sumó la friolera de 46.661 millones de pesos, un 22 % más que en igual período de 2011. Esa variación no luce excesiva si se tiene en cuenta que la inflación anual ya superó la barrera del 25 % (las mediciones privadas de agosto, anualizadas, ya llegan al 30 por ciento), pero debe recordarse que a fines del año pasado, por orden de la presidenta Cristina Fernández, el ministro de Planificación, Julio De Vido, y su entonces par de Economía (y hoy vicepresidente de la Nación) Amado Boudou, anunciaron que los subsidios se reducirían este año y adelantaron una tan farsesca como ineficaz campaña de “renunciamiento”.

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Aun si sale airoso en la disputa por “la calle”, el gobierno nacional debe afrontar las consecuencias de su propio “modelo”. El déficit en diferentes organismos estatales crece, en detrimento de los recursos que deberían ser girados a las provincias.

Los sonidos del silencio

Tras las multitudinarias manifestaciones de la semana pasada, el gobierno amagó con contramarchas y minimizó los reclamos.

Foto: EFE

Entre risas y retos

A seis días de los cacerolazos de protesta contra el gobierno, la presidenta Cristina Fernández evitó ayer referirse a esas manifestaciones en su reaparición pública y ratificó el rumbo de su gestión.

“El objetivo de nuestro gobierno es seguir trabajando en la misma dirección en que lo hemos venido haciendo desde siempre, es decir, en beneficio de la mayoría de los argentinos”, señaló la jefa del Estado al encabezar el primer acto de la semana. Esta última afirmación significó un giro en su discurso habitual ya que siempre se autodefinió como “la presidenta de los 40 millones de argentinos”.

Para su reaparición luego de los cacerolazos del jueves pasado, Fernández de Kirchner evitó toda alusión a cuestiones de actualidad y eligió hacer anuncios económicos como el envío al Congreso de una nueva ley de ART (pág. 3) y la modificación en las retenciones al biodiésel (pág. 9).

El acto, realizado en su salón preferido, el de las Mujeres de la Casa de Gobierno, contó con la asistencia de varios dirigentes gremiales, todos enrolados en la llamado CGT antimoyanista. Allí se mostraron el metalúrgico Antonio Caló, el mecánico Ricardo Pignanelli, Gerardo Martínez (Uocra), Pedro Guasiejko de la CTA y el taxista Omar Viviani que, una vez finalizado el discurso presidencial, se cansó de sacarle fotos a la mandataria. Del sector empresario estuvieron los titulares de la UIA, José de Mendiguren, Carlos Wagner de la Cámara de la Construcción, Juan Carlos Lascurain de Asimra, y Jorge Brito del Banco Macro, entre otros.

Durante 40 minutos, Cristina Fernández detalló el proyecto de ley sobre las ART que enviará al Congreso Nacional y las medidas sobre el biodiésel, pero tuvo tiempo también para retar a algunos de sus funcionarios. El primer afectado fue uno de sus hombres de más confianza: el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini. “Zannini, está hablando la presidenta, dejá de reírte”, le advirtió la jefa del Estado cuando notó que el funcionario comentaba risueño alguna broma con el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina.

Por otra parte, el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, fue apercibido dos veces por la presidenta. Primero, cuando ella anunciaba que se había puesto “un tope a los honorarios de los abogados” en el tema de las ART, el funcionario no pudo contener una sonrisa que congeló apenas recibió el “no te rías Moreno” que le lanzó la mandataria.

La segunda oportunidad fue cuando, en medio del discurso, ella le hizo una pregunta y le advirtió: “No me mienta, Moreno”. “Yo a usted no le miento”, replicó de inmediato el secretario de Comercio a lo cual la presidenta comentó: “A mí no me miente, quiere decir que a los demás les miente”.

Los sonidos del silencio

La presidenta reapareció ayer en un acto público y no habló de los cacerolazos.

Foto: DyN

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Las provincias

Esas cifras, enjugadas con la generosa asistencia del Banco Central y de la Anses, son la contraparte de las penurias fiscales de las provincias, que siguen financiando, ya sin motivos tras la reestatización de los fondos que administraban las AFJPs, el sistema de seguridad social. Según cálculos del Ieral, el año pasado aportaron por ese concepto fue de 43.000 millones de pesos, más que suficientes para enjugar el déficit conjunto de todas las provincias argentinas. Y para ahondar el déficit del gobierno nacional.

He ahí los dos frentes de esta reflexión. Por un lado, el estrépito de la calle, el caceroleo, la protesta de los enojados, que ahora se suma a la de los excluidos, versus la épica oficial, sus cadenas nacionales, sus anuncios y eventuales movilizaciones. Por el otro, silenciosa, fuera de la vista de la tele, aunque reflejada en el constante aumento de los precios, en la mordida cada vez más feroz de los impuestos y la intrusión cada vez más descarada de la Afip sobre la vida privada de los argentinos, avanzan las consecuencias de una gestión económica de barril sin fondo y en definitiva inviable. Una política que ya chocó contra algunos de sus límites (la masacre ferroviaria de Once, la inflación, el déficit energético, la escasez de dólares, son algunos ejemplos) pero que aún tiene camino por recorrer.

En el primer frente, el gobierno enfrenta a sus “enemigos”, la oligarquía, las corporaciones, la derecha, los medios monopólicos y varios etcéteras. En el segundo, debe lidiar con las consecuencias de sus propias políticas. Aún si el kirchnerismo sale exitoso de la confrontación del estrépito, que concierne básicamente a la política, en algún momento será víctima del “fuego amigo”, más en terreno de la economía. Si es que ése termina siendo el resultado, ojalá que al menos sirva para no repetir el ciclo del retorno.