Fulgores quedos

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Foto de Miguel Grattier.

Por María G. Allassia

“Candor de alabanza”, de Estrella Quinteros. Colección LuzAzul Nº 21. Santa Fe, 2012.

Paul Valéry, hacia 1938, escribió que “la historia de la literatura no debería ser la historia de los autores (...) sino la historia del espíritu, como productor o consumidor de literatura”. Es el espíritu humano que sueña, que vive en un ensueño, como el poeta visita el Paraíso cada vez que escribe un poema. ¿Y después qué? Al decir de Coleridge, en el cielo le darían una flor, como prueba de que ha estado allí. ¿Y al despertar? Encuentra esa flor, ese sueño de sueños, esa esfera de palabras con música de metáforas. Ese violín, ese manantial de agua que cae de un cántaro. ¿Entonces, qué?, se pregunta otra vez Coleridge. Creo que busca el libro, que es otro sueño. Quizá la serie de sueños no tenga fin. Gracias a esta posible conjetura, nos aproximemos a la felicidad de la poesía escrita de Estrella Quinteros, en su nuevo libro Candor de Alabanza. “En el extremo del arcoíris hay una puerta / de neblina, es lejana, prometedora / allí se han depositado los sueños, son un capullo / de tonalidades azules, miran, observan, perciben. / Ese resguardo mantendrá la condición serena / cuando pueda reunir tanto milagro”.

Todo el libro que descubro es esa gota de rocío y luna que acompaña su poesía: “escribo para tu gloria / para tu madera de aroma. / Poesía / eres ansia con sus dones / ahora que soy mendiga polvorienta / ínfima presencia para tu alabanza”.

Busco y encuentro sus pasos serenos, en la palabra calma, madura, donde sube su alma: “Encuentras una candela / sin premura / para llevarla en beatitud que otros no conducen”.

¿Cómo no descubrir esa edad en ensueños, “de fulgores quedos”?

¿Cómo no escuchar que “la plegaria canta sin dejarse oír en ti Señor, / en ti sostén de cada frente abandonada?”.

Leer a Estrella Quinteros es encontrar un sendero profundo de matices, a veces misteriosos, otros maduros y reflexivos, otros de dulce arquitectura. “¿Has visto cómo tiembla una hoja? / Es allí donde está mi alma”.

Pareciera que su poesía es esa invisible rosa de tiempo sosegado, que Milton acercó a su cara, sin verla. Pero yo la veo brillar, tal vez rosa marfil, eterna, de poesía bien hilada, sin vanidades sin dobleces. Es la rosa pura, de su palabra de “destino callado / que se escribe hondo y abatido”.

Son significativos momentos, imágenes tomadas como de un aljibe, con estrellas caídas y salvadas por un balde de plata. Hay advierto- una momentánea suspensión de la duda. Creo, fe poética, en esa maravillosa conjunción de palabras que la autora hila y deshila cual si tuviera un telar mágico, sin hipérboles, sin rocíos de oro. Pura poesía, de honduras secretas que nos lleva a los enigmas felices de ir adivinando los misterios de la emoción. No hay sombras. Sólo sugiere, con su alta poesía, su candor de alabanza. “Ahora el cielo cambia sus dones / y el calor asoma claro. Venturoso. / Toma de mí este coloquio / el despertar de la mañana clara / que insinúan las aves en su rumor / de pura convocatoria. Anhelo que salva / el pétalo oscuro desposeído de gracia. / En el perdón quieto / duerme acaso este candor de alabanza”.