Crónica política

¿Magnetto presidente?

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Rogelio Alaniz

Demasiados conflictos en una semana. Conflictos reales, algunos muy serios. La protesta de los gendarmes y los prefectos no fue un tema menor. El gobierno intentó minimizar el hecho e incluso deslindar responsabilidades, pero está claro que la principal responsabilidad de lo sucedido está en la Casa Rosada, en la presidente o en sus colaboradores inmediatos.

No es bueno que sucedan estas cosas. En la Argentina, la imagen de hombres uniformados en la calle no provoca recuerdos felices. Así y todo, es disparatado atribuir intenciones golpistas a una protesta contra lo que, con justicia, fue considerado un atropello, una falta de respeto a los agentes de seguridad. Lo que ocurre es que al gobierno siempre le resulta más fácil echarle la culpa a los otros o imaginar maniobras conspirativas, que hacerse cargo de sus errores.

Hay un debate abierto acerca de si las fuerzas de seguridad deben sindicalizarse o no, pero en principio todo hombre que ingresa en estos cuerpos sabe que no dispone de los mismos derechos que un obrero metalúrgico y que no puede darse el lujo de comportarse como un piquetero. Ahora bien, ¿qué pasa cuando una soberana torpeza del gobierno les recorta los sueldos, en algunos casos en porcentajes superiores al cincuenta por ciento? Se dirá que el error del gobierno no habilita un error mayor. Puede ser. Pero admitamos que hay ciertas equivocaciones que no son aceptables, que en los tiempos que corren a un trabajador no se le puede meter la mano en el bolsillo de una manera tan grosera y esperar que no pase nada o exigir un comportamiento institucional como si estuviéramos en Suiza; comportamiento institucional que, dicho sea de paso, el gobierno es el primero en subestimar o transgredir

Y mientras la calle estaba tomada por hombres uniformados, en el Senado de la Nación a los legisladores oficialistas no se les ocurrió nada mejor que perpetrar una maniobra para desplazar al titular de la Auditoría General de la Nación (AGN), Leandro Despouy. La AGN es una de las últimas trincheras que dispone la república para ponerle límites a un gobierno cuya tendencia a excederse es por todos conocida. El ataque contra Despouy, invocando un argumento próximo a la chicana, apunta a destituir a un funcionario honesto y probo, un funcionario que los controla y no les deja pasar una.

¿Es así? Es así. Quienes frecuentan los pasillos del poder saben muy bien que los lobbistas del oficialismo le tienen pánico a Despouy. Ministros, secretarios de Estado y funcionarios del poder pronuncian su nombre con temor, sobre todo cuando están gestando alguna de sus habituales tramoyas y trapisondas. A ese hombre, a ese funcionario recto, es a quien quisieron liquidar esta semana.

Al respecto, no nos engañemos o miremos para otro lado. El ataque contra Despouy es la traducción práctica en términos políticos del “vamos por todo” de la presidente, el clásico “a la voz de aura” practicado por los fraudulentos y corruptos del poder de la vieja política criolla. De todos modos, da la impresión de que la maniobra fue conjurada, pero más allá de los detalles, no deja de sorprender la insistencia del oficialismo en desactivar los organismos de control, o, para ser mas concretos, en reducir la AGN a un destino semejante al de la SIGEN, la Defensoría del Pueblo, la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas o la Oficina Anticorrupción, organismos desactivados, sin autoridades ejecutivas o manejados a control remoto por el oficialismo.

El broche de oro de la semana lo puso el extraño secuestro de Enrique Alfonso Severo, uno de los testigos en el juicio por la muerte de Mariano Ferreyra. Digo “extraño”, porque todo el proceso estuvo signado por la sospecha. Severo es un testigo importante, porque si le vamos a creer a algunas de sus declaraciones, está en condiciones de probar cómo operaban los matones de Pedraza, dónde obtenían las armas, donde las escondían y quiénes les daban las órdenes. Si esto fuera así, resulta lógico suponer que el secuestro fue perpetrado por los supuestos perjudicados por sus declaraciones. Sin embargo, cabe que nos hagamos algunas preguntas: ¿Están estos grupos o en condiciones de hacerlo? Da la impresión que no. ¿Es lógico que intenten un operativo de esta envergadura, a todas luces disparatado y que los coloca a ellos como exclusivos sospechosos? Los que apoyan la hipótesis de los esbirros de Pedraza, sostienen que a estas bandas de matones no se les puede exigir un comportamiento previsible, lógico, porque se trata de personajes moralmente desquiciados cuya lógica nada tiene que ver con la del hombre común. Es una buena explicación, pero no me animaría a aprobarla a libro cerrado. Entonces, ¿fueron los loquitos, algún matón suelto que decide hacer justicia por mano propia? Como se dice en estos casos, no estoy tan seguro. Y no lo estoy, porque si efectivamente se tratara de un operativo realizado por “un par de loquitos sueltos”, incapacitados para evaluar las consecuencias de su acción descabelladaa, habría que preguntarse a continuación si esos “loquitos” están en condiciones de realizar un operativo de esa envergadura y si, después de realizarlo, la presión pública incide de tal manera sobre ellos que los impulsa a dar marcha atrás. Es raro. Es raro que “los loquitos” de golpe se transformen en personas sensatas y opten por hacer exactamente lo contrario de lo que le dictaban sus instintos.

¿Hay alguna otra hipótesis? No se me ocurre otra, salvo admitir que quienes lo hicieron eran personas capacitadas para evaluar las consecuencias de sus actos y cumplir al pie de la letra las órdenes que les daban. ¿Y quiénes les daban las órdenes? No lo sé, pero no descarto ninguna sospecha. Ninguna. En todo caso, hay hechos que me llaman la atención. Por ejemplo, me sorprende la vocación oficialista de Severo, su ansiedad por reivindicar su identidad kirchnerista y su apresuramiento para decir que su secuestro fue un ataque a la presidente, afirmación controvertida, pero que, entre otras cosas, cumple la función de desplazar el lugar de la víctima.

Mientras tanto, el gobierno nacional sigue batiendo parche con lo que ya calificó como el 7D, la fecha en la que según sus publicistas se le pondrá punto final al monopolio, es decir, al Grupo Clarín. Con ese propósito están maniobrando para contar con los jueces necesarios, lo que crea un clima de expectativas peligroso e irresponsable. Calificar al operativo con la letra “D” ya es toda una declaración de principios. La palabra D alude a diciembre, pero el tiro por elevación apunta al famoso “Día D”, el día en que los aliados desembarcaron en Normandía, lo que traducido al plano simbólico apunta a la fecha en que “el pueblo” pondrá punto final a los monopolios mediáticos, manejados por ese personaje siniestro y perverso que se llama Héctor Magnetto.

¿Es así? Buena pregunta, porque salvo que quieran dar un golpe institucional o hacer algo parecido a lo que Perón hizo hace sesenta años con La Prensa, no hay indicios legales de que el siete de diciembre vaya a ocurrir nada de lo que ellos están pronosticando, a menos que los “compañeros K” supongan que el vencimiento de una cautelar, sea la antesala de la revolución social.

Lo que sí queda claro, es que según las anteojeras del oficialismo, el poder real, el poder extendido a lo largo y lo ancho del país y del continente, está manejado por Magnetto. Según el relato oficial, este señor, de bajo perfil y salud algo deteriorada, maneja todo. Él fue quien le dictó a los estudiantes de Harvard las preguntas maléficas contra la compañera presidente, él azuzó a los policías de Santa Cruz, él es quien moviliza a la Gendarmería y la Prefectura para deseestabilizar a la señora, él es el que está detrás de las movilizaciones del campo, él y sólo él es el responsable de difundir cifras inflacionarias destituyentes, él, maldito sea, es el que estimula a los delincuentes para crear la sensación de inseguridad, él sedujo a Moyano y De la Sota para que ataquen a la Casa Rosada, él es el inventor de la consigna “cepo cambiario”, cuando todo el mundo sabe que en un país serio no se puede permitir -por ejemplo- comprar sin justificativos dos millones de dólares, como en el 2008 lo hizo un señor que respondía al nombre de Néstor.

Las imputaciones contra Magnetto se extienden hacia el infinito, pero si así fuera, si incluso la mitad o el diez por ciento de ellas fueran ciertas, está claro que finalmente la oposición habría encontrado el candidato que estaba buscando, el dirigente capaz de hacerse obedecer por todos, por lo pobres y los ricos, los buenos y los malos, los lindos y los feos. “Magnetto presidente” debería ser la gran consigna de aquí en adelante. Salvo, claro está, que lo que diga el oficialismo sea un absoluto disparate, afirmación que no estoy en condiciones de sostener, porque todo el mundo sabe que no hay nada más sensato, sobrio y amigo de la verdad que este oficialismo.