Perón, Barone y Guzzetti (II)

Una conferencia de prensa en la que el

Estado comenzó a hacerse terrorista

Rogelio Alaniz

La semana pasada, Ana Guzzetti continuó siendo noticia. La periodista Laura Di Marco escribió una nota en la que informa que Guzzetti murió en Trenque Lauquen hace tres o cuatro meses. Según se sabe, después de la célebre conferencia de prensa con Perón en la residencia de Olivos, fue secuestrada, y durante un mes sus verdugos la sometieron a diferentes tipos de vejámenes. Milagrosamente recuperó la libertad y se refugió en un pueblito de Córdoba. Según Di Marco, en algún momento declararó que luego de lo sucedido en Olivos se encontró con Perón, quien le dijo que mientras él viviera su vida no corría peligro. ¿Verdad o mentira? Personalmente me cuesta creer esa versión, pero ya se sabe que en esta vida todo es posible, incluso la posibilidad de encontrarse a la vuelta de la esquina con un Perón comprensivo y protector.

De todos modos, si lo que transcribe la periodista Di Marco es verdad, queda la sensación de un Perón liberado de culpas, aunque no bien se reflexiona sobre el hecho, no deja de ser estremecedor que un presidente de la Nación, que era al mismo tiempo un líder popular que nunca permitió que a su alrededor alguien hiciera algo que a él no le agradaba, le hiciera semejante confesión o advertencia a una joven a la que acababa de maltratar públicamente en una conferencia de prensa.

Repasemos los hechos. Si efectivamente Perón le dijo que mientras él viviera no le iba a pasar nada, la composición de lugar que cualquier observador se hace en el acto es que Perón podía controlar los demonios que él mismo había puesto en movimiento. La hipótesis no sería del todo descabellada. Para esos años -para esos meses, para ser más preciso- era un lugar común compartido hasta por los opositores, que Perón, a su manera, con su presencia y su historia, ponía límites a las bandas movilizadas por López Rega.

Podrá decirse que López Rega no estaba en condiciones de mover un dedo sin la autorización de Perón, pero los aficionados a indagar acerca de las clásicas intrigas y conspiraciones de palacio, sabemos que esos matices, esas diferencias o esas grietas en la intimidad del poder se pueden producir y que López Rega disponia de un cierto grado de autonomia.

Hoy se sabe que Perón alentó a las “Tres A” y es probable que en algún momento se haya sentido desbordado por ellas. Su responsabilidad política de todas maneras es evidente, más allá del hecho cierto de que con la muerte de Perón la actividad de las “Tres A” se intensificó, como si los perros rabiosos alimentados en las letrinas del palacio se hubieran desprendido definitivamente de los bozales y correas que su amo les colocaba cuando regresaban de cumplir con sus faenas.

Para entender en toda su dimensión lo sucedido en aquella conferencia de prensa celebrada en Olivos el 8 de febrero de 1974, es necesario entender no sólo los acontecimientos objetivos, sino el clima que se vivía. Para expresarlo con pocas palabras, hay que decir que por entonces la vida valía poco, muy poco, casi nada. Todos los días, todas las semanas, se producían atentados terroristas, secuestros de disidentes y ejecuciones. El terrorismo hacía de las suyas en la calle, pero -y eso era lo novedoso- el Estado empezaba a hacerse terrorista.

Sobre esta afirmación es necesario insistir, porque el terrorismo de Estado se perfecciona a partir del 24 de marzo de 1976, pero se inicia antes, y se inicia con el aval del peronismo en el gobierno, el aval político e institucional, ya que el accionar de López Rega, además de ser avalado por Perón, fue ratificado por el Partido Justicialista a través de su presidente, Humberto Martiarena, y las llamadas “62 Organizaciones Peronistas”.

Esto era a grandes trazos lo que ocurría en la Argentina cuando Perón convocó a la conferencia de prensa en Olivos. La pregunta que en su momento le hizo Guzzetti habrá sido inoportuna, incorrecta o imprudente, pero era la pregunta que había que hacer en aquellas circunstancias. Aunque le pese a Barone, Guzzetti no fue irresponsable, fue, en todo caso, valiente, valiente hasta la temeridad, dueña de un coraje y una honradez intelectual que Barone nunca podrá entender.

Perón, ¿podría haber reaccionado de otra manera? Por supuesto que podría haberlo hecho. Si realmente hubiera sido un jefe de Estado preocupado por el terror y por el terror estatal que se estaba descontrolando, lo mínimo que podría haber hecho era decir que, como mandatario, estaba preocupado por lo sucedido y que atendiendo al rigor de los hechos iniciaría las investigaciones del caso. Es cierto que declaraciones de ese tipo podrían haber sido calificadas de formales o hipócritas, entre otras cosas porque ese terrorismo estaba alentado por él, pero ante la historia su imagen hubiera sido otra.

Sin embargo, en aquella conferencia de prensa, el viejo caudillo tomó partido, se jugó contra de la periodista y a favor de las “Tres A”, no prometió investigar a los terroristas financiados y armados por el Ministerio de Bienestar Social, sino a Ana Guzzetti. Su lenguaje, además de agresivo y en algún punto grosero, fue revelador de sus simpatías. ¿Es así? Es así. Perón insistía en que había terroristas de derecha y de izquierda, pero a los de izquierda los identificaba -uno de ellos era Ana Guzzetti-, mientras que los de derecha carecían de nombre, de identidad, eran “los otros”, aunque esos “otros” también estaban presentes en esa conferencia de prensa. En síntesis: Perón apuntó a la ultraizquierda con nombre y apellido, pero calló la identidad de la ultra derecha, que también tenía nombres y apellidos, y Perón era el primero en conocerlos, entre otras cosas, porque algunos de ellos eran sus íntimos colaboradores.

Perón como presidente, dicen sus seguidores, estaba en su derecho de pedir que se iniciara una querella a una periodista que hablaba de la presencia de grupos parapoliciales sin disponer de pruebas. Si y no. Un presidente democrático también podría haber agradecido que una periodista lo pusiera al tanto de lo que sucedía en la calle. Asimismo, la existencia de grupos parapoliciales no debería en principio comprometer a un gobierno, pero en el caso que nos ocupa, Perón no sólo tomó partido, sino que ese compromiso fue mucho más allá de una querella, y de alguna manera se convirtió en un guiño, una señal de luz verde para que las bandas de López Rega intervinieran con su estilo y sus delicadezas contra Guzzetti.

En efecto, pocos días después Guzzetti será secuestrada. ¿Por qué no la mataron? Nunca lo sabremos. Una hipótesis es que el propio Perón haya mediado, pero si esta hipótesis se verificara, Perón volvería a quedar en un lugar incómodo, porque eso significaría que no sólo sabia que las bandas terroristas actuaban, sino que además, él podía ponerle límites.

¿Se los ponía? No lo sabemos, pero si así fuera, la otra pregunta a hacer es por qué si podía salvar una vida, no salvó la vida de otros?

De todos modos, no deja de ser curioso que Guzzetti insistiera en reivindicar su identidad peronista. Veamos si no. Su jefe la intimidó, de alguna manera dio la orden para que la secuestraran, pero ella no renunció a su identidad peronista. En esa obstinación, en esa persistencia hay algo que asombra y repugna, provoca admiración e inspira miedo. ¿Qué es ser peronista? ¿Cómo se constituye, de qué madera está hecha una identidad que se mantiene intacta aunque el líder se transforme en el verdugo? ¿No hay acaso algo inhumano, algo perverso en esa persistencia? ¿Y, al mismo tiempo, algo digno de admirar y respetar?

Ana Guzzetti se recluyó en las sierras de Córdoba. Allí vivió su exilio interno hasta que su nombre volvió a ser noticia, cuando publicó un libro denunciando la muerte del dirigente radical Regino Maders, un funcionario de Angeloz misteriosamente asesinado en esos años. Según Laura Di Marco, en la década menemista estuvo en Télam y en algún momento la designaron corresponsal en Trenque Lauqen, Pero en rigor, poco importan las vicisitudes de su biografía, sus dramas privados, su cansancio, sus angustias y sus fracasos. No creo que los contratiempos de su vida hayan sido una consecuencia de aquella lejana conferencia de prensa que hoy retorna del pasado gracias a la burrada de Barone. De todos modos, importa saber que en el lejano Trenque Lauquen, una Guzzetti deteriorada por los años y algunas otras debilidades, logró sacar fuerzas para movilizar a la opinión publica contra el secuestro y muerte de José Luis Cabezas. Después volvió a hundirse en las sombras, en la bruma que no llegaba del mar, sino de otro lado.

Extraños laberintos de la vida. El azar y su coraje le dieron un instante de gloria hace más de treinta y cinco años, Después el anonimato y las sombras, hasta llegar a esta suerte de rehabilitación pública gracias a la torpeza y la obsecuencia de un periodista tránsfuga. Ana no pudo presenciar esta singular rehabilitación histórica, pero si desde algún lugar del más allá se enterara de lo sucedido, no sé si esa noticia la reconfortaría. No lo sé, y a esta altura del partido tampoco tiene demasiada importancia saberlo. (Fin)

Una conferencia de prensa en la que el Estado comenzó a hacerse terrorista

Perón y López Rega.