La bailarina de los pies descalzos

Isadora Duncan liberó a la danza de la rutina de los ejercicios idénticos, reiterativos. No hubo decorado o atavío convencional que sujetase su imaginación. Aquí, un repaso por su trayectoria y por una vida poco común a la que puso fin la tragedia.

TEXTOS. ANA MARÍA ZANCADA.

“¿Cómo podemos escribir la verdad sobre nosotros mismos? ¿Es que acaso la conocemos?”

Isadora Duncan

La vida de Isadora Duncan fue una búsqueda permanente de algo tan sutil e inasible como un sentimiento. Dueña de un espíritu independiente y, a pesar de ella misma, rebelde, vivió a su manera, como un pájaro libre y salvaje, dueña de su propio canto, adelantada a su época, ferviente, llena de sensualidad. Sus palabras: “La mujer o el hombre que escribieran la verdad de su vida, escribirían una gran obra. Pero nadie se ha atrevido”.

Ella lo intentó, pero se consumió en su propio fuego. Suyo fue el lenguaje libertario que transmitía con los movimientos casi etéreos de su cuerpo. Como bien lo expresa Giromini Droz, “mezcla de ángel y demonio, de fuego y ternura, representa la nueva imagen de la danza, en franca oposición a lo establecido por la academia.”

Pero su vida también fue una transgresión permanente, sobre todo en los años en que transcurrió su corto y apasionado tránsito por un mundo que todavía no estaba del todo listo para aceptarla.

ESPÍRITU LIBRE

Su nombre completo era Dora Angela Duncan. Nació en San Francisco, Estados Unidos, el 27 de mayo de 1878. Desde muy pequeña, el movimiento de las olas del mar la fascinaron. Sus pies de niña soñadora siguieron el movimiento del agua tratando de imitarlo. El susurro de ese mundo líquido mojaba sus extremidades, mientras su pequeño cuerpo trataba de imitar el ir y venir de las olas. Ese ritmo impregnó su espíritu para siempre. En su autobiografía lo expresa: “Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente de las olas...”.

A los cinco años, pequeña, rubia y de ojos transparentes, anunció a su familia que sería bailarina. Había decidido su destino. Sus padres se habían separado, herida que la marcó desde siempre. La madre enseñaba música para mantener el hogar. Las melodías de Chopin, Beethoven, Mozart, no precisamente relacionadas con lo clásico del ballet, fueron guiando el incipiente lenguaje de sus pies de niña solitaria.

Al llegar a la adolescencia, la familia se mudó a Chicago, donde Isadora estudió danzas clásicas. Luego, buscando nuevos horizontes, emigraron a Europa. En 1900 se asientan en Londres y posteriormente en París. En Londres, la joven pasa largas horas en el Museo Británico observando las figuras de la Grecia clásica, y los jarrones con figuras danzantes. Así va naciendo su personal estilo que reflejaba una libertad de movimientos acorde con su espíritu inquieto, buceador de un nuevo lenguaje que pudiese expresar su delicado mundo interior.

Femenina, delicada, sensual, su danza comienza a ser el lenguaje transferido a un cuerpo que sobre el escenario se suelta, se vuelve casi ingrávido. Sus pies desnudos apenas rozan el suelo, su delgado cuerpo, cimbrea envuelto en gasas transparentes, exultante de sensualidad.

Colette queda subyugada: “...Cuando baila, baila entera, desde su cabellera suelta a los duros talones desnudos. ¡Qué ágil y encantador movimiento de hombros!...En su bacanal, desenfrenada y clásica a la vez, la danza de las manos, una de las cuales llama y otra indica, remata, empenacha el gozoso desorden de todo el cuerpo rosado y musculoso, visible a través de las gasas revoloteantes”.

Su fama comenzó a crecer. Danzó ante la nobleza inglesa y los artistas parisinos. Los teatros comenzaron a abrirle las puertas. Rechazando el ballet clásico, Isadora creó un arte personal, inspirado en la Antigua Grecia. Su danza era la expresión de su alma en libertad. Las bailarinas entonces usaban mucho maquillaje y el pelo recogido. Ella aparecía en el escenario sin maquillaje, su pelo suelto y envuelta en gasas transparentes. Los defensores del ballet clásico clamaban que eso no era ballet.

Alma y espíritu libre por derecho propio, sufrió el rechazo social de la mayoría de la sociedad que aún así acudía a verla.

VÉRTIGO Y TRAGEDIA

La vida de Isadora fue tan poco convencional como su danza. Bisexual confesa, tuvo grandes y apasionados amores. Se rumoreaba que tuvo una relación con Eleonora Dusse, pero la poeta hispano-norteamericana Mercedes de Acosta, que también fue amante de Greta Garbo y Marlene Dietrich, fue uno de sus grandes amores. Bella, rebelde, ardiente, odiaba las pautas rígidas de las sociedades convencionales. Consumía el amor tanto de hombres como de mujeres y defendía a ultranza la libertad de la mente y el cuerpo. Ese era el lenguaje que marcaba su vida.

Tuvo dos hijos que murieron en un absurdo accidente automovilístico, cuando ella disfrutaba de un aparente estado de bonanza en su vida, junto al millonario París Singer.

Entonces huyó a Italia. Allí conoció a un joven que la volvió a dejar embarazada. Dio a luz en París el mismo día en que estalló la Primera Guerra Mundial. El bebé murió en sus brazos a las pocas horas de nacer. El mundo se oscurecía para Isadora. Ahora su danza era como un grito ahogado. Sobre el escenario volvía a la luz, pero la tristeza iba devorando su corazón. Los años, el dolor, el mundo que la rodeaba se desmoronaba.

En 1921, recibe una invitación de Lenin para fundar una escuela en la Unión Soviética. Entusiasmada, creyendo asistir al nacimiento de un nuevo mundo, parte hacia Rusia. Ya su belleza comenzaba a marchitarse; su dolor interior se manifestaba en el único lenguaje que utilizaba para abrir su corazón: su danza. En Moscú conoce a un joven poeta ruso, Sergei Alexandrovich Esenin, diez años menos que ella, con quien vive un tortuoso romance que funcionaba a base de alcohol. La vida alrededor iba perdiendo su brillo, una tristeza sorda, mezcla de dolor y desaliento marchitaba su alocado espíritu. Sólo en el escenario podía, por instantes, olvidar el desasosiego que la devoraba.

UN FINAL SIN DESPEDIDAS

En 1922 comete el desatino de casarse con Esenin. Viajan por Europa y los Estados Unidos. Él regresa al año a su tierra, para terminar su vida ahorcándose.

Isadora, prácticamente sin recursos económicos, agotado su entusiasmo, no acepta la imagen vencida que le devuelve el espejo. Sus últimos años los vive en la Riviera Francesa, en Niza. Su público ya no existe, casi nadie la recuerda. Era una más, casi anciana, excedida de peso, paseando su soledad en medio de una sociedad que no la reconocía.

Isadora no podía imaginar un final de acto mejor para su vida. Entusiasmada con una flamante Bugatti, accede a la invitación del conductor. Tocada con una enorme capelina que no lograba sujetar del todo sus cabellos claros, abriga su cuello con un etéreo foulard de gasa, que remonta vuelo con la velocidad de la máquina. Isadora es feliz, vuelve a sentir el vértigo de la levedad en la brisa marina que acaricia su rostro, la velocidad, el viento, ondeando su chalina hacia atrás, como buscando el destino que agazapado rueda a la misma velocidad en que consumió su vida.

Isadora siente el tirón que termina con su vida. Sin despedidas, sin agonías. Sólo un vértigo en el final, como también un vértigo había sido su vida. Unos pocos segundos tan solo, poco tiempo para tantas ganas de vivir. Era el 14 de setiembre de 1927.

A los pocos meses se publicó su autobiografía que terminó de consolidarla como un verdadero ícono de la danza universal.

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Isadora como primera hada en “Sueño de una noche de verano”.

HOMENAJE FALLIDO Y PASOS DE TANGO

En la Argentina estuvo brevemente en 1916. Fue declarada “persona no grata”. ¿Que pasó? Tenía que actuar en el Teatro Coliseo, pero la noche del 9 de julio, cuando se celebraba el centenario de la independencia, Isadora fue invitada a una fiesta de estudiantes en un subsuelo porteño. Al escuchar el Himno Nacional y conocer la traducción de sus estrofas, entusiasmada se envolvió en la bandera argentina y danzó como sólo ella podía hacerlo. Al otro día los periódicos ya comentaban el hecho y la sociedad porteña comenzaba a murmurar. Su contrato fue cancelado y tuvo que abandonar el país, suspendiendo su actuación. Para Isadora, su actitud había sido una forma de homenajear a nuestro país, como en su momento lo había sido al bailar la Marsellesa en Francia y después “La Internacional” en Moscú.

En “Fragmentos de mi vida”, autobiografía publicada después de su muerte, relata: “No había bailado nunca un tango, pero un joven argentino que me servía de guía me obligó a intentarlo. A mis primeros pasos tímidos, sentí que mis pulsaciones respondían al incitante ritmo de aquella danza voluptuosa, suave como una larga caricia, embriagadora como el amor bajo el sol del mediodía, cruel y peligrosa como la seducción de un bosque tropical.”...Isadora sintió la voluptuosidad de nuestra música, en los brazos de un joven que trataba de aprisionarla con “la mirada de sus oscuros ojos osados que se incrustaban en los míos... “.

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La gran bailarina junto a sus discípulas, en París.

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Con sus Hijos Deidre y Patrick

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FUENTES CONSULTADAS

• “Isadora”: Fredrika Blair, Javier Vergara Editor (1989).

• “Mujeres”: Colette, Edit.Sudamericana, Chile (2000).

• “Mujeres de vida apasionada”: María Pilar Queralt del Hierro, La Esfera de los Libros, Madrid (2010).

• Jorge Miguel Couselo, Clarín (12-09-1977).

• Clarín (29-06-1978).

• “Isadora Duncan”, Mario Giromini Droz, El Litoral (18-10-1997).