En Familia

Juntos pero unidos

Rubén Panotto (*)

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Una de las manifestaciones más notorias del presente siglo es la limitación del vocabulario empleado de nuestro tan rico y frondoso idioma castellano. Me refiero al “desuso” creciente de nuestro lenguaje y la posibilidad de expresar los matices más sutiles de un mismo relato, en comparación con otros idiomas y lenguas más duras y menos expresivas. Algunas palabras fuera de servicio y otras, con mutaciones salvajes en su significado, reflejan un diagnóstico de nuestra realidad. Un ejemplo simple es, precisamente, aplicar las palabras de nuestro título como sinónimos, es decir, con idéntico significado.

Estar juntos significa: actuar o existir juntamente con otro/a a la vez y al mismo tiempo, cerca de, en compañía de, sin la condición obligada de tener un mismo fin o propósito. Mientras que unidos implica: unanimidad, asociación de personas con un mismo fin, aun con un mismo proyecto, para lo cual se incluye algo más que la experiencia de estar juntos, ya que en la unión o unidad intervienen actitudes de confianza, coincidencia de conceptos, respeto y aceptación de diferencias personales, en pro de un objetivo superior o destino más excelente.

Vínculos y lazos afectivos

Con el simple hecho de estar juntos no alcanza. El conocido animador de televisión Roberto Galán repetía como una muletilla “hay que abrazarse más...”, como idea de juntarse, de “amucharse”. Pero más recientemente, el presidente de Uruguay José “Pepe” Mujica, dejaba nuestro país recalcando que los argentinos tenemos que amarnos más si queremos superar las crisis que padecemos en todos los órdenes de la vida. Clara diferencia entre estar juntos, amuchados, compartiendo espacios comunes y cumpliendo con nuestros deberes y costumbres, y estar unidos por vínculos y lazos afectivos, comunitarios, para una vida más llevadera, equitativa y deseable.

El incremento de rupturas matrimoniales y familiares tiene que ver con la dicotomía de vivir juntos o vivir unidos. Ante la pregunta “¿te casaste?”, la respuesta es “no, vivimos juntos”; mientras que por otra parte el matrimonio y la familia están abandonando uno de sus rasgos más importantes, que es el de establecer una unión y una comunión de personas. A ese rasgo fundamental, cada familia lo desarrolla de modo propio y responsable. Cuando una familia no incorpora su cualidad de comunidad, surgen las discrepancias, los agravios, los rechazos, terminando en un destino de frustración y fracaso.

Ciertamente las cosas no resultan siempre como se planearon, pero inclusive con errores y dolores siempre es preferible la continuidad de la familia, llamada a ser el ámbito propicio para crecer en la comunión interna, como así también en niveles superiores de convivencia como es la sociedad en lo humano y la familia de la fe en lo espiritual, que es la familia de Dios.

El precio de la comunión

A las familias que se disgregan y forman un nuevo grupo familiar se las llama familias ensambladas. Un informe estadístico muestra que un cincuenta por ciento de tales familias vuelven a disgregarse, superando el porcentaje de las que continúan en su estado original. Es que el mismo término de ensamble significa: juntar, unir y ajustar piezas diferentes. La tremenda diferencia está en que hablamos del ensamble de individuos con identidad propia. ¿No le parece que tratándose de personas, los elementos de ajuste pasan por el intelecto, los derechos, obligaciones y los sentimientos?

El elemento insustituible en la comunión de la familia es el amor, por consiguiente, el precio es poner en práctica el respeto por el otro/a, renunciar a los agravios, conceder y comprender antes que exigir ser comprendido. Es la entrega sacrificial por el ser amado; es la discusión del acuerdo en privado y nunca en presencia de los niños; es negociar el sí y el no manteniéndose firmes en los acuerdos, y sobre todo cuidar la confianza mutua como una piedra preciosa para el hogar.

Cuando Dios piensa en el ser humano lo piensa feliz, pleno. Rápidamente respondemos ¡pero eso es imposible! Sin embargo, hemos sido creados como seres comunitarios; y por lo tanto cuanto más nos alejemos de esa consigna, más distantes estaremos para disfrutar de la armonía familiar, como señal de plenitud para todo ser humano. Cuando sustituimos el “darse” por el “dominar” -esto es: cuando en el matrimonio y la familia cambiamos la buena práctica de “entregarse” mutuamente (donarse) por el “dominarse” (actitud autoritaria) unos a otros- en lugar de buenos frutos provocamos consecuencias dolorosas e irreparables.

Propóngase no permitir que el egoísmo y el desprecio invadan sus relaciones de amor. El miedo y la desesperanza invaden las relaciones donde el amor ha sido fracturado por el individualismo altivo y feroz. Nadie puede ser sin el otro. Todo indica a nuestro alrededor que la consigna es disgregar, dividir, para dominar. Resistamos desde nuestro reducto familiar con decisiones de esperanza y fe, y como dice el libro de los libros, la Biblia: “... para que cobren ánimo, permanezcan unidos por amor, y tengan toda la riqueza que proviene de la convicción y del entendimiento. Así conocerán el misterio de Dios, es decir a Jesucristo”.

(*) Orientador Familiar

Juntos pero unidos