EDITORIAL

La violencia como síntoma

En el ambiente del fútbol, Boca-River es considerado el clásico de los clásicos, el partido que convoca a los dos grandes equipos nacionales y el partido que suscita las pasiones más intensas y amplias por las multitudes que es capaz de convocar. Por lo tanto, el partido que se jugó hace dos domingos en el estadio de Núñez permite evaluar con más precisión el comportamiento de las hinchadas y las respuestas que los dirigentes del club y las autoridades públicas fueron capaces de darle.

Los desórdenes comenzaron a gestarse tres o cuatro horas antes del partido. A diez o quince cuadras de la cancha, bandas de uno y otro equipo se enfrentaban con insultos, proyectiles y palos. Las esporádicas intervenciones de la policía los disuadía un instante, pero a las pocas cuadras proseguían con los enfrentamientos que incluía a jóvenes, mayores e incluso mujeres. El espectáculo era truculento, algo así como un retorno a lo primitivo, al estadio más puro del salvajismo. Una pareja que caminaba por la vereda con los colores de su equipo, fue atacada y debió refugiarse en un pasillo para proteger sus vidas.

O sea que antes de empezar la llamada “fiesta popular”, la violencia ya estaba instalada. La hipótesis de que las hinchadas pierden el control por las emociones del partido se desmoronan bajo el rigor de los hechos. Los violentos y la violencia no necesitan de un partido de fútbol para expresarse. En todo caso, lo que hace el fútbol es crear un clima, un contexto y nada más.

¿Cómo explicarlo? ¿se trata de una minoria de inadaptados o la minoría es la que asiste a la cancha de fútbol motivada por una genuina y sana pasión deportiva? ¿es la pasión del fútbol la que explica estos desmanes? ¿o es apenas un pretexto para proyectar otras cosas, otros resentimientos y frustraciones? La sociología, la psicología, los estudios de campo han intentado darle respuestas a este fenómeno que con parecida intensidad se manifiesta en otros países, incluidos los europeos.

El escenario se complejiza debido a la complicidad de directivos, funcionarios y, en más de un caso, de dirigentes gremiales y punteros políticos. A la violencia salvaje y de alguna manera algo espontánea, que obedece a causas complejas pero mayoritariamente condicionadas por el resentimiento y las conductas antisociales, se le suman los intereses, los negocios y la corrupción.

En el partido mencionado, en el propagandizado “clásico de los clásicos”, pareciera que todos los vicios, excesos y corruptelas pudieron manifestarse con abierta impunidad. El ingreso al estadio de los jefes de las barras bravas prueba que estos delincuentes cuentan con la complicidad de personajes supuestamente “respetables”. El ensañamiento de los hinchas contra algunos modestos agentes de seguridad, subrayó el carácter miserable y canalla de quienes, para algunos sociólogos, son la encarnación del sentimiento nacional y popular, la manifestación en estado puro de pasiones genuinas y plebeyas.